De día profesor de literatura en una escuela y de noche cantante de valses en una peña capitalina. Albino Reyes transcurre sus días sin mayores sobresaltos, manteniendo latente el recuerdo de Gladys, su fallecida esposa. A los 60 años, este hombre verá en Andrea Wunder, una bella joven que bien podría ser su hija, la puerta para descubrir una serie de sentimientos que quizás creyó sería imposible volver a experimentar.
Así podríamos resumir el argumento de “Otras caricias” (Literatura Random House), la más reciente novela del escritor peruano Alonso Cueto. El libro va más allá de la simple narración del vínculo entre un hombre y una mujer, escudriñando en muchas de las diferencias que podemos experimentar no solo por culpa de la edad que marca nuestro documento de identidad.
En esta entrevista, Cueto revela que, aunque con interrupciones prolongadas, esta historia empezó a dar vueltas en su cabeza ocho años atrás. Fue durante la pandemia por el covid-19 que finalmente pudo sentarse a cerrarla. En sí, el confinamiento –y la consecuente imposibilidad de viajar con la facilidad de antes—fue un aspecto digamos positivo para un creador riguroso y sumamente hábil como lo es el también autor de “La hora azul” y “Palabras de otro lado”.
– ¿Este fue un proyecto enteramente escrito durante la pandemia?
No exactamente. Algunas de las escenas y frases escritas para este libro datan del año 2013. El proyecto lo dejé, y asumí otros trabajos a lo largo de estos últimos años, pero sí, en la pandemia me dediqué a cerrar la novela que, si bien es corta, me demandó mucho trabajo porque cada esquema, situación o frase debía ser significativa. Pienso que cuando uno escribe novelas cortas es muy importante que haya una intensidad determinada en cada frase. El personaje principal, Albino es un hombre que piensa mucho en su oficio de creador y de artista. Esa podría ser una de las diferencias de este libro con mis anteriores.
– ¿Podríamos decir que las circunstancias de la pandemia afectaron para bien o para mal su trabajo como escritor?
La pandemia para mí fue terrible por todas las cosas que pude ver ocurrieron, además, en lo personal he perdido algunos amigos por esta situación. Pero la cuarentena fue ‘buena’ porque tuve mucho más tiempo, ya que dejé de viajar. Me concentré totalmente en el trabajo literario y, por otro lado, caminé mucho por el barrio, y me di cuenta del mundo que me rodeaba: de mi familia, de mis amigos, de los parques cerca de mi casa, y de lo vulnerables que realmente somos. Estas experiencias tan reveladoras son un estímulo para escribir.
-Su protagonista tiene 60 años y la gente de esa edad tal vez sufrió más la pandemia, no solo por su salud débil, sino porque a la soledad que muchos ya tenían, se les sumó un casi abandono por parte de sus familiares.
La vejez trae muchas lecciones, es una buena maestra. Y la muerte también. Albino conoce la vejez y ha conocido la muerte porque vio morir a su esposa, entonces, de una u otra manera estas dos lecciones hacen que la vida sea más valiosa para él. La gente joven no necesariamente valora la vida porque la da por descontada, pero las personas mayores o que han visto morir a mucha gente valoran la vida porque es más preciosa, y porque han sido capaces de resistir al asedio de los años. En ese contexto uno se pregunta qué cosa es lo más importante y yo creo que es la capacidad de crear unos paraísos personales donde uno pueda refugiarse del tiempo, y esos son el arte, la música, la literatura, la pintura, el teatro, el cine, y de alguna u otra manera, esa es la respuesta para todos nosotros. El arte es una manera de desagraviarnos de todas las ofensas del paso del tiempo y de la muerte.
-Aunque Albino ejerce como profesor de escuela, fundamentalmente es un cantante. Y su imagen está siempre asociada a las peñas. ¿Usted solía ir a lugares de este tipo antes de la pandemia o para construir esta novela solo se basó en comentarios de otras personas?
Toda mi vida he ido a peñas, muchas veces cuando era joven iba a La Valentina, que quedaba en La Victoria. Y luego iba también a Los Mundialistas, donde se ponía mucha más salsa. Y en los últimos años he ido mucho al Centro Cultural Breña y a la peña La Oficina, que queda en Barranco. Así que, de una u otra manera, todos estos lugares me han servido de inspiración. Al comienzo de la novela, el protagonista llega a una peña y siente que ha llegado a un lugar sagrado. Cuando él se acerca al escenario y dice unas palabras en voz baja siente que ha llegado a un sitio mágico, en donde siente que el tiempo se va a detener. Y, efectivamente, como me decía Susana Baca, de día las peñas pueden parecer un lugar cualquiera, pero de noche algo ahí ocurre, y tiene que ver con la música, la gente y con la oscuridad. Todo esto convierte a las peñas en espacios mágicos donde ocurrirá una especie de ‘ceremonia’ muy particular.
-Cuando Albino conoce a Andrea y queda cautivado por ella luego emprende una especie de búsqueda. ¿Podemos encontrar aquí algún símil con sus novelas más recientes?
Claro. En cierto modo en “La hora azul” hay alguna búsqueda, del protagonista a una mujer. Y en “Palabras de otro lado” la hija va a buscar a su padre a España. La búsqueda es un tema que me fascina. A través de suyo te das cuenta, primero por aquello que buscas y aquello a lo que quieres llegar, y luego por el proceso, la búsqueda es un aprendizaje de uno mismo. Uno se da cuenta de quién es a través de lo que busca y de la manera en cómo lo hace. Estamos ante algo que te saca de tu territorio, de tu zona de comodidad. Salir a buscar algo diferente revela mucho de quién eres. Y eso es lo que pasa también con Albino.
-En una parte de la novela se habla de Albino viviendo inmerso en una especie de ‘burbuja’, protegido por sus clases y por la música. ¿En algún momento usted se sintió también dentro de una burbuja por la profesión de escritor que desempeña hace tantos años?
Yo creo que nunca me he sentido en una burbuja. Siempre he querido salir del lugar donde estoy, y toda novela es un viaje, un intento por ir a otros lados. Me he interesado en muchos géneros: novela histórica, policial y de amor. Y esta es una novela sobre un creador, sobre un artista. Y trato de que todo lo que hago sea distinto a lo hecho antes, pues es la única manera de explorar quién es uno mismo y cómo es la realidad. Creo que ni como escritor ni como persona puedes perder el asombro y la curiosidad. Quevedo tiene una frase “el mundo me ha hechizado”. Me parece que esa sensación es fundamental mantenerla.
-Más allá de un par de menciones o alusiones a detalles específicos como el uso de Facebook, no está definido el periodo histórico en el que se desarrolla la novela. ¿Esto es adrede? ¿Por qué?
Hay algunas alusiones a la situación política del país, pero son menores. Lo fundamental de la historia podría haber ocurrido en cualquier momento de la última década. Lo que he tratado de mantener es que la melancolía del personaje y su sensibilidad serían imposibles sin su sentido del humor. Albino no afirma nada de forma furiosa y perentoria, sino que mira el mundo desde las rendijas, y esa distancia le da cierta relatividad. Por eso es que de vez en cuando hace bromas, como cuando se sienta a tomarse unas cervezas con los demás personajes. Creo que el humor, la melancolía y la elegancia –de su espíritu y de su interioridad—son fundamentales aquí.
-Desde que uno lee la contraportada del libro se detiene a pensar qué pasará al final de la historia de un adulto mayor y una jovencita. ¿Cómo son los finales que prefiere Alonso Cueto?
No creo tener finales preferidos. Yo puedo decir las maneras que hay de empezar una novela: presentando el escenario, una acción del personaje, situando el tiempo y el espacio; pero no hay una fórmula para acabar una novela. Sobre eso no se ha definido nada. Y te comento, cuando tengo un final me doy cuenta de que ese es el final, pero no te podría explicar la razón. Se da por intuición. Por otro lado, no soy de los finales de la novela decimonónica en los que se casan o mueren los protagonistas. Nunca he escrito novelas de ese tipo. De una u otra manera siempre me parece que la vida de mis personajes continuará después del libro, así que, en ese sentido, mis finales son abiertos.
-Hace unos días Paul Auster dijo en El País que los genios precoces no existen en literatura “porque dominar el lenguaje requiere mucho tiempo”. ¿Qué tanto coincide usted con esta frase?
Puede haber un poeta precoz, porque la poesía está más contagiada de una realidad más allá de lo tangible, muy personal, privada e interior. Pero la novela requiere de una experiencia del mundo, del paso del tiempo, de la ambientación de los espacios. Entonces es difícil que haya novelistas precoces, pero los hay. Y uno de los novelistas precoces es justamente sobre el que Auster ha publicado su último libro: Stephen Crane. Él vivió pocos años y fue un gran escritor. Lo mismo con Emily Brontë, autora de “Cumbres borrascosas”. Vargas Llosa publica antes de los 30 años “La ciudad y los perros”, que es una gran novela. Son casos específicos de gente que para su juventud ya había vivido muchísimas experiencias.
-Si tuviera que resumir “Otras caricias” en un par de frases, ¿cuáles serían?
La novela es una defensa del derecho a la ternura, o una defensa de la ternura a la que tenemos derecho. Y de la valentía de poder decir que tenemos sentimientos y emociones.
– ¿Qué próxima obra tiene entre manos?
Estoy escribiendo una novela sobre la hija de Francisco Pizarro. Es una novela larga, casi de la extensión de “La Perricholi”. Espero terminarla pronto.
SU POSICIONAMIENTO EN REDES SOCIALES
-Me ha sorprendido el manejo de su imagen en redes sociales, tal vez más notorio en la pandemia ante la imposibilidad de viajar. Ahora incluso lanzó una tienda virtual. ¿Cómo surgió esto y quiénes lo ayudan en la tarea?
Esto es obra de mi hijo Esteban. Yo soy como mi personaje en la novela, con las justas entro al Facebook. Pero Esteban maneja con mucha solvencia y facilidad estos temas de la virtualidad.
-Precisamente sobre Esteban, es junto a él y a su otro hijo (Daniel) que han lanzado el proyecto Ediciones Cueto. No le tocaron ingenieros civiles ni arquitectos, sino hijos metidos en el mundo del arte…
Me fascina que mi hijo mayor esté dedicado a la música y el menor al cine. Porque esas son mis dos grandes pasiones, además de la literatura. Puedo escuchar música y ver películas muchas horas al día. Entonces es curioso, y me siento muy agradecido a ellos por haberme devuelto esas dos pasiones con sus vidas y sus obras.