“No buscamos descartar la historia anclada en el proceso nacional, pero sí señalar que resulta incompleta”, afirman Adrián Lerner y Alberto Vergara, editores de “Perú Global. Explicar el Perú con el mundo” (Planeta/UP, 2025), uno de los libros mejor recibidos no solo por la crítica o los claustros académicos, sino también por el público en general a lo largo de las últimas semanas.
Estamos ante el primer volumen de una iniciativa que reúne a historiadores, politólogos y escritores, en resumen, a investigadores –peruanos y peruanistas— que en algún momento de su labor terminaron sumergidos con singular particularidad en el devenir de esta Nación. Desde Paulo Drinot hasta Charles Walker, pasando por Scarlett O’Phelan Godoy y Martín Bergel, entre otros.
Uno de los que aporta a este primer volumen es el reconocido historiador y catedrático Carlos Contreras Carranza, quien aborda en un sucinto, pero muy ágil y didáctico ensayo lo más saltante de la denominada ‘Bonanza del Guano’. Bajo el título “El guano en el siglo XX. Un cable para un náufrago”, el autor repasa lo más saltante del antes, durante y después de una etapa que seguirá ‘tatuada’ en los libros de historia, los escolares y los otros, por supuesto.
Sobre este aporte conversamos a continuación con él.
Cuénteme sobre su aporte en el libro “Perú Global”. El suyo es un ensayo bastante conciso, pero que presenta lo más sustancia de la bonanza del guano. ¿Qué objetivos siguió?
La idea era ubicar al Perú en un contexto mayor, es decir, ver cuáles fueron los procesos y mecanismos por los cuales nuestro país estuvo vinculado a no solo a la economía, sino a la historia mundial, de manera que, lo que ocurría afuera nos afectaba, y también nosotros, aunque fuese en pequeña medida, influíamos en la marcha de lo que pasaba en el mundo. Esa fue la motivación para sacar este libro y la guía que teníamos para orientarnos en el mar de la producción académica, que es siempre compleja.
¿Hay antecedentes de otros países que casi ‘mágicamente’ se ven beneficiados por un elemento de la naturaleza y, gracias a este, se ven beneficiados por un periodo prolongado de tiempo?
No hay muchos casos en esto que se llama la lotería de los bienes. Podríamos decir que los países asiáticos con la pimienta tuvieron algo similar. Países como la India, Ceilán –lo que ahora es Sri Lanka—disfrutaron durante toda la época medieval, hasta el siglo XVIII más o menos, de lo que en Europa denominaron ‘el monopolio de las especias’. Estaba la pimienta, la canela o el jengibre, que aquí le llamamos kion. Mira, cuando no había refrigeración, la manera de prolongar la vitalidad de las carneas era ‘apimentándolas’, echándoles sal o jengibre. Por eso a estos territorios los llamaban ‘los países de la canela’. Y la pimienta era el ‘oro negro’. Ese podría ser, entonces, casi un equivalente. Por otro lado, también existieron países que, si bien no tuvieron el monopolio total, sí contaron con cierto predominio de materias primas muy valiosas, como el caso de los árabes y el petróleo. Asimismo, los países americanos respecto de la plata tuvimos una posición hegemónica, sobre todo México y un poco también el Perú. Pero con el guano nos sacamos prácticamente el ‘billete gordo’ de la lotería.
Casi ningún otro país contaba con ese recurso…
Un poquito Bolivia, Chile, y también Madagascar, que contaba con algo, pero el guano peruano reinó prácticamente en solitario por alrededor de 30 años. Y esto, claro, permitió a nuestro país colocar un producto en el comercio mundial que era muy importante para todos. La agricultura pudo pegar un salto de productividad muy fuerte gracias al guano peruano. De manera que, en cierta forma, resolvimos el problema del hambre de la humanidad. Porque esta no hubiera podido crecer demográficamente de la forma en que lo hizo si no hubiera sido por el fertilizante del guano peruano. Lamentablemente, el abuso que hicimos del monopolio, quizás principalmente los comerciantes que vendían el guano en el mercado mundial, precipitó su sustitución. Porque hay una especie de ‘ley de la economía’: mientras más abuse el monopolista del monopolio, más cerca está su final. Es como si cavases tu propia tumba. La búsqueda de sustitutos de ese producto se acelera automáticamente. Por ejemplo, hoy en día, los exportadores de petróleo saben que mientras más caro esté, más pronta será su sustitución por otro recurso energético. Pero como el guano empezó a ser reemplazado por el salitre, dijimos ¡qué suerte, también tenemos al sustituto! Como si Dios fuera peruano y nos hubiera colocado productos que se reemplazan unos a otros. Sin embargo, con el salitre hubo un drama, que no solamente Perú lo tenía, sino también Bolivia. Así que esa búsqueda por controlar el salitre boliviano terminó en una guerra en la que finalmente lo perdimos junto al guano.
Cuándo todo esto empezó, ¿quiénes eran los dueños del guano?
Era un bien público, como podría ser actualmente la arena, que hoy se utiliza para la construcción. Así que lo que hace un empresario que quiere recogerla, pues es gestionar un denuncio, por el cual se le da una especie de licencia para que la recoja. Lo mismo pasa con la cal, la tiza, etc. Entonces, el guano era como la arena hoy, algo que cualquiera podía recoger sacando un permiso del Gobierno. Y, de hecho, los primeros empresarios del guano lo hicieron.
Que además les costó muy barato…
Sí, porque inicialmente el Gobierno no tenía idea de lo que eso valía. Pero cuando ya se enteraron, lo que hicieron fue declarar un estanco, es decir, monopolio estatal. Sin embargo, como el Estado no tenía la capacidad para montar una empresa pública, no sé, quizás como existe Petroperú hoy, imagínate un ‘Guanoperú’. Así que, como el estado no tenía la capacidad, contrató a empresarios privados para que hagan la labor de extraer el guano y exportarlo, pero siempre en nombre del Estado. Por eso se les llamó consignatarios.
Un término que aparece varias veces en su ensayo es el de élite. ¿Existían en nuestro país las mismas élites entonces que hoy?
Siempre hay cambios. Los primeros empresarios del guano fueron, en parte, los sobrevivientes de la élite del Virreinato. Por ejemplo, los Pardo. El abuelo fue un oído de la Audiencia del Cusco, uno de los que juzgó a Túpac Amaru en la rebelión. Luego, el hijo (Felipe Pardo y Aliaga) va a ser primer ministro y canciller del Perú. Y el nieto, Manuel Pardo, que llegó a ser presidente de la República, es uno de los empresarios exitosos del guano. Así que, él junto a Francisco Quiroz, son de los primeros empresarios, pero también muchos inmigrantes extranjeros, principalmente europeos, que se establecen en nuestro país tras la Independencia para dedicarse al comercio de importación y exportación. Ellos logran controlar los puestos de consignatarios y así se convierten en la élite de consignatarios del guano, que se supone era la semilla de lo que pudo haber sido la burguesía industrial en el Perú. Ese fue el reproche que le hizo la generación de historiadores anterior a la mía, como la de Heraclio Bonilla o Ernesto Yépez del Castillo, a esa élite de consignatarios guaneros, que pudiendo haberse convertido en la burguesía industrial peruana, renunciaron a esto y se convirtieron en rentistas. Y sacaron su dinero del país, o lo derrocharon en el consumo, y no lo invirtieron productivamente.
Menciona usted que tras el primer año del negocio fue el cónsul peruano en Londres quien ‘avisa’ de que el precio al que se vendió inicialmente el recurso era muy bajo. ¿Cómo así llegó a trasladarse esta información en una época como la estudiada?
Es cierto que aún no existía el cable submarino (que se instala en la década de 1860), pero sí existían los barcos que llevaban correspondencias. Entonces, en, digamos, dos meses, un barco parte de Inglaterra y llega al Callao. La noticia llega y se arma un escándalo: el Estado peruano había hecho un pésimo negocio adjudicando a los particulares la concesión del guano y a cambio de una ‘bicoca’. Por eso se cambió la estrategia y pasó a aplicarse un estanco. Todo esto ha sido criticado por algunos, que consideraban significaba recortar la iniciativa privada. Es casi el mismo debate que existe hoy por el petróleo. ¿Debe únicamente el Estado explotarlo? Pero muchos piensan que dada la situación de monopolio que tenía nuestro país con el guano, la figura del estanco era la más conveniente para que sea el Estado, como representante de todos los peruanos, quien mejor pueda aprovechar las ganancias extraordinarias que iba a dejar el comercio del guano.
¿El guano nos dio cierta ubicación en el contexto mediático de esa época? ¿Aparecía alusiones a Perú como dueño de este fertilizando natural?
El Perú había tenido una época gloriosa anterior, durante el apogeo de la plata del Potosí, en el siglo XVI, XVII, cuando se creó en Europa la frase “vale un Perú” o vale un Potosí, para aludir a algo muy valioso. Pero, claro, los hombres que vivieron aquella época ya habían muerto. De manera que el nombre de Perú había pasado a ser casi un exotismo en el siglo XIX. Éramos un país muy aislado, a las espaldas del continente americano, de manera que yo te diría que el guano volvió a poner el nombre del Perú en la escena mundial. Volvimos a ser coloreados en el mapa. ‘Ahh, ese país donde las aves hacen el trabajo’… porque vivíamos del trabajo que hacían las aves y por eso las cuidábamos muchísimo. Por ejemplo, había una serie de instrucciones. Los barcos en la costa no podían hacer sonar sus sirenas cuando estaban cerca de la isla guaneras. Tampoco se podía utilizar explosivos ahí para remover los depósitos de guano, porque eso podía espantar a las aves. Se calcula que había 40 millones de aves guaneras en el litoral peruano. Hoy en día no quedan ni cinco millones, porque les hemos quitado su hábitat. Mira, cuando se han poblado todos los balnearios al sur de Lima, la zona de Asia, ha espantado a las aves guaneras, porque antes ese era su ‘reino’. Aunque, claro, hay que considerar que para 1840 todo el Perú no llegaba a dos millones de habitantes, y en la costa vivía muy poca gente. Así que los habitantes naturales de la costa eran las aves que habían producido ese ‘tesoro’. Y nunca podremos agradecerles lo suficiente.

Queda claro que la venta del guano al exterior seguía un proceso bastante rústico. ¿Cómo se adecuaron, por ejemplo, los barcos, para cargar excremento y llevarlo hasta Europa?
Hasta cierto punto fue una tragedia para el Perú que el guano no necesitase ninguna transformación y estuviese exactamente al lado del mar. Porque si el guano hubiera estado al interior, no sé, en Puno, Ayacucho o Huánuco, tendríamos que haber construido ferrocarriles que conectasen esos yacimientos con los puertos, es decir, una infraestructura de transporte que luego habría sido útil para otros propósitos. Sin embargo, la ‘mala suerte’ quiso que el producto esté al lado del mar. Así que lo único que había que construir era embarcaderos, para que reciban el guano en sus bodegas. Lo único que se necesitaba era ubicarlo en el depósito del guano. Al comienzo se le transportaba tal cual, a granel, pero ya en las épocas maduras se le comenzó a envasar. Se pensó que había que ‘ensacarlo’. Y surgió la polémica de dónde se iban a conseguir los sacos. Y al final se trajeron de Estados Unidos. Así que, fíjate, ni siquiera los sacos donde pasaba el guano serían peruanos. Porque el yute, que es el algodón usado, se producía mucho más barato en Estados Unidos. Y todo se hacía de manera muy rústica, en parte porque no se podían utilizar máquinas o explosivos que pudiesen perturbar a las aves. Así que el guano era puesto en una malla de alambre, que se sacudía cual colador gigante, para que las plumas y huesos de las aves queden atrapadas. Lo que quedaba era guano limpio, se ponía en un saco y se llevaba al tobogán para que termine en la bodega del barco. Era un trabajo muy solitario y tedioso.
Y también peligroso…
Así es. Porque muchas aves tenían sarna, piojos o bacterias a las que los seres humanos no están acostumbrados. En el Perú de entonces fue un gran problema hallar trabajadores para las islas guaneras, porque muchos no querían ir a laborar ahí en esas condiciones. Se llevó a los culíes chinos. Se llevó también a presidiarios. Y se trajo prácticamente en condición de esclavos a nativos de las islas del Pacífico. Digamos que varios comerciantes peruanos se fueron a las islas que hay en el Pacífico a enganchar nativos, a convencerlos para que viniesen a trabajar a las islas guaneras. Y prácticamente vinieron en condición de esclavos. Tanto fue así que el Gobierno inglés en un momento llegó a denunciar a nuestro país como tratante de esclavos y lo amenazó con que, si no devolvía a los ‘esclavos’ a sus islas de origen, dejaría de comprarnos guano. Y como Inglaterra era el mercado más importante, Perú tuvo que acatar esta disposición del Gobierno británico y devolver a los nativos a las islas. Ese es uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia. Porque llevamos a los nativos de vuelta a las islas, pero, lamentablemente, enfermos. De manera que cuando ellos retornaron a su lugar de origen contagiaron a todos sus hermanos con las enfermedades que habían adquirido y hubo una hecatombe demográfica en esas islas, en las cuales el nombre de nuestro país quedó desacreditado.
¿Qué lugar tenían las caricaturas sobre este tema en la prensa de ese entonces? ¿Se decía algo sobre la formación de ‘millonarios’ vinculados a una labor como recoger excremento de aves?
Claro, incluso en el diccionario de peruanismos de Juan de Arona aparece ‘peruano: hombre que quiere vivir del guano’. Y se hacía chistes respecto a estos. Efectivamente, los que se enriquecieron con el guano eran vistos con cierta burla o escarnio, pero yo creo que poco les importaba, porque con las ganancias logradas seguramente podían comprar mucho perfume. De hecho, la capital en especial, atraviesa una especie d época de esplendor, y se convierte en una especie de Perla del Pacífico. Fuimos una de las primeras ciudades sudamericanas en tener un ferrocarril: el Lima Callao. Luego, fuimos unos de los primeros en tener alumbrado nocturno, porque antes lo que la gente hacía en las noches era poner una especie de antorcha en la puerta de sus casas. El denominado ‘fanal’. Y en algunas ciudades era obligatorio tenerlo hasta las 10 p.m. Pero Lima puso el alumbrado a gas, que era la nueva tecnología de la época. Eso aparece en el Atlas de Paz Soldán (1865), una imagen de la Plaza de Armas, aún con una acequia al medio, pero ya con sus lámparas de gas. Luego, se derriban las murallas de Lima y comienza la expansión de la ciudad. Estuvo presente la idea de hacer de Lima una gran ciudad, imitando un poco lo que ocurría en París y las grandes ciudades europeas de la época. Es decir, haciendo amplias alamedas, parques, como el De la Exposición, que es una de las muestras que quedó de ello. Enrique Meiggs hizo ese parque como una muestra de cómo quedaría Lima una vez se termine esta iniciativa: rodeada de un anillo de jardines. Esto, lamentablemente, no llegó a concretarse.
Habla de una leyenda sobre la ‘orgía financiera’ que malgastó el dinero del guano. ¿Queda algún enfoque disponible para estudiar sobre cómo se gastaron los recursos de esta bonanza?
Claro que quedan enfoques por estudiar. La leyenda que mencionas básicamente dice que el dinero se derrochó, se sacó del Perú, y eso en parte en cierto. Sabes que toda leyenda tiene un fondo de verdad. Sin embargo, algunos estudios, por ejemplo, de Alfonso Quiroz, señalan cómo algunos empresarios guaneros transfirieron (exitosamente) el dinero hacia la agricultura. Y, de hecho, la bonanza del azúcar y el algodón que hubo en la costa peruana durante las décadas posteriores, tiene que ver con esa metamorfosis del guano en azúcar y algodón. Entonces, las haciendas azucareras –Tumán o Casagrande—recibieron esta inyección del dinero del guano. Probablemente la falta de canales institucionales más serios impidió que la transferencia ocurra en otras áreas. Por ejemplo, yo he estudiado la minería en Cerro de Pasco y encontraba cómo los mineros de ahí no tenían capital para modernizar la explotación minera. Y yo me preguntaba: al otro lado de la Cordillera –en Lima—los consignatarios guaneros tienen mucho dinero, pero los mineros de Cerro necesitan eso para modernizar, ¿por qué no llegó ese dinero hasta allá? Creo que allí fallaron los derechos de propiedad, los canales que deben dar seguridad a la inversión, etc. Así que ahí hubo un fracaso en el sentido de que la ‘minería no metálica’ del guano no derivó sus ganancias a la metálica de la plata, que tuvo que esperar hasta el siglo XX para que llegase el ferrocarril. Otra posible transferencia habría sido a la industria, que es la que más se lamenta. ¿Por qué no se invirtió en la industria de productos lácteos, en calzado o en lo textil? Aunque hubo algunas transferencias a este último sector, pero creo que fallaron mecanismos de seguridad a la inversión. Para empezar, había que difundir más el hábito de consumo, de calzado, de ropa, de mobiliario, digamos que los hábitos de consumo en el Perú eran todavía muy rústicos. Los viajeros que iban a la Sierra se asombraban de la rusticidad en la que vivían incluso las élites. Y el ‘mercado interno’, para usar un término de economía moderna, era muy estrecho en el Perú de ese entonces como para que haya una transferencia masiva de capitales a la industria. En resumen: los peruanos éramos pocos, pobres y poco sofisticados para el consumo. Un contexto complejo.

Cierra su ensayo de forma positiva: “con el flujo comercial llegaron también hombres e ideas que influyeron decisivamente en la historia posterior” del Perú. ¿Podríamos asumir que la época del guano reconfiguró la idea de País o sería mucho?
Yo creo que sí. La leyenda negra dice que el guano pasó por el Perú como un cometa. Pero creo que no es tan cierto. Yo creo que el guano, para empezar, inició esta red ferroviaria, la modernización de Lima, y atrajo a inmigrantes de diversas latitudes. Digamos que Lima se convirtió en una especie de ‘Ciudad dorada’ a la cual era atractiva llegar, como lo fue Buenos Aires hasta hace unas décadas. Entonces, a Lima llegan cubanos, chilenos, colombianos, europeos, y mucha gente moderna, con nuevas ideas, se da una ‘primavera liberal’, que se plasma en cosas como la abolición de la esclavitud, del tributo indígena. Se crea la Facultad de Medicina, se crea la escuela de ingenieros (actual UNI), se hace el primer censo nacional. Entonces, yo pienso que el guano dejó una herencia con la cual no debemos ser desagradecidos. Fue un aporte en la historia económica del Perú. No le sacamos todo el provecho que pudimos, pero no fue por culpa del guano ni de las aves, sino por los malos gobiernos, de la falta de ideas, de imaginación, y de acostumbrarnos a vivir de una renta natural. Un economista norteamericano, Shane Hunt, dijo que lo malo del guano fue que dejó en Perú la idea de que podíamos vivir de la fortuna, es decir, de la buena suerte. De manera que, si ayer fue la plata, hoy fue el guano, mañana será el cobre, o la harina de pescado, como si siempre pudiéramos vivir apoyados en un producto natural. Y hay que reconocer que eso quizás fue lo malo de esa época, la mentalidad rentista. Y lo que hay que hacer es pensar que la riqueza viene del trabajo, de la inteligencia, de la inversión, y que los recursos naturales ayudan, pero ellos solos no pueden hacer todo.
Finalmente, ¿halla algún tipo de vínculo entre la época estudiada con la actual? Acaba de asesinarse a 13 trabajadores mineros en Pataz, lo que para muchos es casi una zona liberada. Y todo ligado a un recurso: el oro.
Lo hay. La gran diferencia es que el guano en pequeñas cantidades no tenía sentido. Tenías que vender cinco toneladas de guano. No había lugar para la pequeña empresa. Pero en el caso del oro, si vendes cinco kilos ya eres casi millonario para el resto de tu vida. Eso permite que haya pequeños mineros y le da mucho campo a la minería informal. Esa es la gran diferencia. Pero luego, sí, hay puntos de semejanza, en el sentido en que pensamos que la manera de hacerse rico es explotando un recurso natural. Y si lo logras hacer sacándole la vuelta al Estado, pues mejor. Y para esto nos matamos unos a otros. Literalmente. Esa parece la maldición del Perú: recursos naturales por los que nos matamos unos a otros en vez de amarnos unos a otros como manda Dios. Así que toca aprender a cómo regular el acceso a los recursos naturales. Procurar un acceso equitativo –de manera que todos podamos acceder a él–, pero ordenado. Ese es el desafío que la providencia ha puesto ante el país.