Karina Pacheco: «Amo la antropología porque me dio perspectiva y horizonte, pero hoy fluyo mejor a través de la literatura»

Una cruda historia familiar que tiene como trasfondo la violencia política que castigó a Guatemala en el último medio siglo. Así podríamos sintetizar “El bosque de tu nombre”, novela de Karina Pacheco Medrano que vuelve a la luz bajo el prestigioso sello Seix Barral de la editorial Planeta.

Aunque hoy es una de las voces más reconocidas de nuestras letras, Karina Pacheco tuvo –como casi todos—un comienzo muy difícil. Tras dar el salto desde la antropología hacia la literatura, la autora nacida en Cusco se embarcó en una extensa novela familiar que nunca pudo ver la luz.

Ese rechazo de las pocas editoriales que había en los noventa no la amilanó. La persistencia y sus múltiples lecturas propiciarían tiempo después “La voluntad del molle”, una inmejorable carta de presentación. Con el paso de los años se abrirían más puertas y Karina, amparada en un registro particular y de la mano de universos literarios muy especiales, se hizo de un nombre.

De los sellos independientes al Fondo de Cultura Económica, su llegada a una gigante como Planeta era solo cuestión de tiempo. Más allá de que la notoriedad que ganó a pulso le ha quitado algo de tiempo a solas para detenerse, respirar y reflexionar, su presente es solo el resultado de una simple suma: talento más arrojo.

En esta entrevista Karina Pacheco nos habla sobre sus inicios como escritora, sobre su forma de ver hoy la antropología y también sobre inclusión en “Bordes”, la colección con lo mejor de la literatura latinoamericana publicada por Planeta.

-Siendo antropóloga, ¿cuándo y cómo empezaste a crear ficciones?

La semilla de la literatura siempre estuvo en mí, desde muy niña yo leía mucho. Recuerdo que en la adolescencia pensaba “me encantaría alguna vez escribir novelas”, pero finalmente no lo hacía. Luego trabajé como antropóloga, hasta que en un momento dado escribí una novela larguísima que jamás se publicó, pero que sí me permitió soltarme de influencias que impedían el flujo de mi propia voz. Esa novela era como una saga familiar que iba atravesando varios países. La escribí en los noventa y recuerdo que la mandé a varias editoriales pero nunca me respondieron. Luego empecé a escribir otra historia y surgió “La voluntad del molle”, publicada en 2006.

-Y cuando en la adolescencia imaginabas escribir novelas, ¿qué lecturas te marcaron?

Recuerdo la fascinación con la que leía “La divina comedia”. Pensaba en cómo un autor de un tiempo tan lejano podía transportarte a imágenes tan vivas de lo que es el infierno o de lo que es vivir en un purgatorio. También me fascinaban los cuentos y el lenguaje de Rabindranath Tagore. Su manera de narrar me hacía latir el corazón muy rápido, me transmitía una emoción increíble. Más adelante, con “Cien años de soledad”, sentí deslumbramiento y pensé en cómo así es posible que alguien pueda llegar a narrar de esa forma. En Cusco también existen referentes muy importantes, escritores y escritoras como el Inca Garcilaso de la Vega, Clorinda Matto de Turner, Trinidad Enríquez o Luis E. Valcárcel (no necesariamente en la literatura, pero sí escribiendo cosas poderosas). Ellos son influencias que te permiten ver que la escritura no es algo lejano sino muy íntimo o cercano en términos incluso geográficos.

-¿En qué etapa de tu faceta de escritora estabas cuando se publicó “El bosque de tu nombre”?

Creo que con esta novela me sentí plenamente escritora. Hasta entonces había caminado mucho en los andamios de la antropología, pero la exigencia de investigación y de creación que supuso “El bosque de tu nombre” me llevó a sentir que ahí era donde quería sumergirme a fondo: en el mundo de la literatura, que permite un diálogo bastante más amplio y rico con muchos lectores. Así que esta fue una novela clave en mi trayectoria literaria.

-¿Es fácil para un escritor evaluarse a sí mismo y percibir si va puliendo su pluma con los años?

Uno va afinando estilísticamente su escritura. Pero no solo eso, sino que también vas leyendo más y aprendiendo de maestros y maestras, algunos contemporáneos y otros tal vez mucho mayores.

-¿Hay alguna posibilidad de volver atrás cuando alguien alcanzó cierta notoriedad? ¿Solo te imaginas en el futuro como escritora o podrías en algún momento volver a la antropología de forma permanente?

Amo la antropología porque me ha dado mucha perspectiva y horizonte, pero ya no me veo en su lenguaje. Siento que fluyo mejor a través de la literatura. Mi otra faceta es ser montañista. Y eso es algo muy compatible con mi vida de escritora. Necesito muchas veces –como la vida o el aire mismo—salir de la ciudad, desconectarme, la aventura y el silencio que te da explorar en la naturaleza, en la selva o en el mar. Eso para mí es otro complemento vital.

-¿Quedan espacios de silencio en este país tan agitado?

Claro que sí. Hay muchos y hay que buscarlos. A veces el ruido es demasiado. Muchos vivimos muy pendientes de las redes sociales, que sí te pueden ayudar a comunicarte más, pero a la vez te pueden hacer sentir aislado de ti mismo. El silencio te da el espacio necesario para sentirte a ti mismo y pensar en lo que estás haciendo.

-Hoy publicas bajo el reconocido sello Seix Barral de Planeta, sin embargo, ¿qué tan difícil te fue entrar en este mundo literario?

Al comienzo, como a la mayoría de autores noveles, me fue bastante difícil acceder incluso a los medios de comunicación. Al comienzo publiqué con editoriales independientes. Incluso mi cuarta novela, que ganó el Premio Nacional Federico Villarreal, fue publicada así. Lo mismo pasó en 2013 con “El bosque de tu nombre”. Creo que ha sido un camino nada fácil, sin embargo, mi pasión por comunicar a través del lenguaje de la literatura es fuerte, y lo es porque sé que me permite un diálogo enriquecedor con un público muy variado. Y eso fue (y es) como gasolina para seguir publicando. Felizmente me acompañaron las buenas críticas y eso supuso un aliento. Ahora que estoy en editoriales más grandes, sin duda, todo se hace menos complicado, pero es paradójico porque a veces ese tiempo íntimo de reclusión que uno necesita para escribir, y con el cual cuenta más cuando tiene menos atención encima, de algún modo se te reduce. A veces siento una tensión muy fuerte cuando se trata de obtener esos espacios y tiempos íntimos para la escritura y para reflexionar sobre lo que escribo.





«El bosque de tu nombre» está en todas las librerías bajo el sello Planeta.

-Para aquellos que te leerán por primera vez con “El bosque de tu nombre”, ¿son muchas las semejanzas entre Guatemala y el Perú?

Guatemala es un país con muchas semejanzas con el Perú en cuanto a su diversidad cultural y paisajística, pero también en cuanto a heridas crueles que sigue arrastrando, legado de un proceso de colonización mental que es el tema del racismo, de un machismo cruento, y de una violencia instituida en la cotidianeidad que se expresó de manera feroz en las largas décadas de dictadura que sufrió este país. Esas vinculaciones históricas y culturales me hacían ver (a Guatemala) como un reflejo de nuestro país, pero al mismo tiempo noté una realidad distinta que superaba con creces todo lo que yo conocía de las violencias políticas en el cono sur e inclusive en el mismo Perú. Sentí que necesitaba conocer más sobre esa historia. En un principio mi intención fue escribir un cuento, pero luego me di cuenta que debía ser una novela.

-¿Qué tan difícil fue para ti ponerte en la piel de un hombre para darle voz al narrador??

Yo sentía que la historia necesitaba un narrador hombre, aunque el personaje de fondo (que es el desencadenante de esta trama de ajuste de cuentas) es más bien una mujer. Por otro lado, para mí fue como una experimentación. Creo que como narradores necesitamos explorar no solo en temas sino también en personajes. No sé, tratar de indagar un poco más en los sentimientos masculinos me parecía interesante desde el punto de vista literario.

-Aunque tu novela presenta un drama o historia familiar, el tema macro es la violencia política en Guatemala. ¿Crees que los temas llegan a agotarse en la literatura? Pasando al plano peruano, ¿sientes que esa temática tuvo ya un desgaste?

Creo que lo que necesitamos en torno a la violencia política son más testimonios. Un proceso de violencia como el ocurrido aquí no refleja solo un momento sino lo que somos como país, el cómo podemos ejercer tanta crueldad unos con otros. Algunos en nombre de determinados ideales, y otros con la excusa de poner orden y darle estabilidad al país. Todo esto dice que hay algo sin resolver aún en el Perú. Así que el tema me parece que sigue vigente. Desde la narrativa se pueden decir algunas cosas, pero creo que como ciudadanos debemos abrirnos a la posibilidad de escuchar a los ciudadanos que vivieron aquello en primera persona. Ahí vemos otra fractura del país: estamos acostumbrados a escuchar solo en castellano, pero la mayoría de quienes sufrieron lo que pasó no hablan esa lengua. Lo mismo con las voces de tantos soldados que obedecieron órdenes y que por una razón de disciplina y obediencia están forzados a callar y a no contar su experiencia en primera persona. Insisto, ya es tiempo de dar cabida a los testimonios.

-Estás en “Bordes”, la colección con lo mejor del catálogo literario publicado por Planeta en Latinoamérica. ¿Qué sensación te genera esto?

Para mí es un aliento. Circular dentro del Perú es hermoso y te permite dialogar con un público inmediato que probablemente conoce de cerca las cosas que uno intenta retratar desde la literatura, pero atravesar la frontera  y generar un diálogo más amplio con lectores de otros países del continente, es una posibilidad muy alentadora para mí como escritora. Yo disfruto mucho leer novelas de autores de otros países, porque aprendes cosas y descubres maneras de expresarse.

«Lluvia», el libro de cuentos de Karina Pacheco que Planeta lleva a las principales librerías de Latinoamérica.
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