Acostumbrado a asumir grandes retos, Hugo Coya (Lima 1960) se embarca en un nuevo libro sobre una compatriota que marcó el rumbo de la historia. En este caso, se trata de Elvira de la Fuente Martínez, la para muchos desconocida espía peruana que ayudó a cambiar el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.
En el último mundial Brasil 2014, Hugo Coya compartió a través de su cuenta de Twitter datos que inclusive ni los periodistas que transmitían los partidos tenían a la mano. La rigurosidad y destreza del también profesor universitario, entonces apoyado únicamente de una laptop, confirmó que cualquier misión que se proponga logra hacerla bien.
Esa misma sensación queda cuando uno termina de leer ‘Los secretos de Elvira’ (Aguilar, 2014), un libro que podría leerse de un tirón, tal como le ocurrió a quienes se tomaron en el pasado con ‘Polvo en el viento’ y ‘Estación Final’, dos de los cuatro libros que Coya ha publicado en los últimos años.
Aquí la charla que tuvimos con Hugo sobre su nueva publicación.
-Se repite el parámetro de gran rigurosidad aplicada al periodismo literario, al estilo Truman Capote. ¿Se siente mucho más cómodo escribiendo amparado en dicha vertiente?
No me siento un escritor en el sentido formal de la palabra sino un periodista que incursiona en la literatura para tratar de hacer entender alguna noticia o revelar hechos que estaban como páginas en blanco en la historia. Mi primera condición al comenzar a investigar es que la historia me apasione y que para mí sea una revelación. Si es algo que realmente me gusta, agrada y encuentro elementos mayores entonces digo ¡esto es una historia! De lo contrario, ¿cómo puedo vendértelo? Y no en el sentido comercial de la palabra, sino de que tú como lector puedas leerlo y apasionarte como yo lo hago cuando encuentro la historia. Ahí empiezo a buscar todos los elementos posibles.
-Sin dejar cabos sueltos…
Claro. Ahora, evidentemente, es mi punto de vista porque muchas de las cosas que están acá (en el libro) han surgido por la selección de elementos. No es que yo haya conocido a Elvira de la Fuente. Hablé con testigos que la conocieron, busqué documentos y como todo eso siempre puede haber algún error y esto es algo que coloco al final del libro. Tú te dejas llevar por las fuentes que utilizas. Tratas de contrastarlas para encontrar un equilibrio pero siempre existe la posibilidad de que un dato no sea tan exacto. Quizás falló un poco la memoria del testigo que te dijo una fecha y tú confiaste en eso, sin ser exactamente así. Es por ello que son investigaciones de largo aliento. A veces tienes la información rápidamente pero hay que verificar mucho.
-Así es, y no son historias fáciles las que persigue usted. Si bien esta es sobre una peruana, se trata de una compatriota que fue protagonista de la Segunda Guerra Mundial nada menos. ¿Este es el tipo de retos que prefiere usted?
Es que si no es difícil, no es reto. Si fuera fácil no tendría sentido ni sentiría el placer que siento cuando entrego mi última hoja a la editorial. Es un logro personal para mí el completar la investigación y poder escribirla. La otra gran satisfacción es escuchar los comentarios de la gente. En mi Facebook y Twitter interactúo mucho con los lectores. Y no necesariamente me escriben para decirme ¡qué lindos mis libros! Hay algunos que me preguntan de dónde saco los datos o me critican. Esto me ha permitido que exista mucha gente joven que me lee.
-Hay muchos escritores que publican su libro y casi lo abandonan por cansancio o por otras razones. Eso no ocurre con usted.
Yo no. Creo que la historia es una historia viva y siempre existe la posibilidad de que alguien, tomando esta investigación, haga un trabajo más amplio y mejor. Siempre puede haber una nueva revelación, un nuevo documento al cual yo no tuve acceso, algún dato que se quedó por allí. Mira, ocurrió con Estación Final. Mi gran problema era que se trataba de 23 peruanos que no necesariamente se conocían entre sí. Discutí con la editorial cuál sería la mejor manera de contar su historia e hice estas crónicas. Como tenía mucha información en cinco años de investigación, no podía darle más espacio a uno que a otro. Era una cuestión de respeto. Se me quedó mucha información en el tintero y me sentí algo frustrado. La editorial me dijo que no podía hacer un libro de mil páginas porque nadie lo leería. No soy Ken Follet que escribe así, porque además vivimos en un país donde la gente no lee.
-O cuando lee no lo entiende muy bien.
Claro. Creo que si escribes un libro tipo Ken Follet, inmenso, ¿cuánta gente lo leerá completamente? Prefiero escribir con el estilo periodístico directo, para que fluya.
-Eso se nota mucho en el libro. Es más, en las primeras diez páginas parece que leemos un gran informe periodístico.
Es que recurro a eso. Para mí, el periodismo es la esencia de mi relato.
-¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en el libro? ¿Cuál fue su límite al escribir esta historia?
Mi límite es que no se convierta en ficción. Escribo literatura de no ficción. No invento el hecho, no lo falseo. El hecho ocurrió y trato – en la medida de las posibilidades – de transmitirlo tal cual. Evidentemente siempre habrá una subjetividad cuando elijo una palabra para describir y no otra, pero trato de que cuando no tengo la confirmación de un dato, este no aparezca (en el libro). Sobre Elvira hay muchísimas más historias pero no las incluyo porque no las pude confirmar.
-En el libro hay incluyes conversaciones de Elvira en fiestas y eventos. Diálogos realizados hace más de cien años y en lugares bastante lejanos del Perú.
Esta mujer era una doble agente y el Servicio Secreto Británico la seguía permanentemente. Su teléfono estaba intervenido, su expediente es voluminoso porque hay muchísimos casos. Todo estaba registrado. Iba a un lugar y tenía alguien que escuchaba sus conversaciones. La grababan. Hacían reportes. Además, ella tenía un diario personal. Todo eso me permitió que las conversaciones sean textuales. No es que a mí se me haya ocurrido inventármelas.
-Es más, ella en una parte parece cansada y se queja de todo. Dice algo así como ‘que se acabe el mundo viejo’…
Hablé con una persona que fue su amiga y que me contó varias cosas. Tenía anotaciones. Conversé con la familia de Elvira. También vi su diario, el cual tenía un nivel de detalle sorprendente. No sé si porque quería publicar sus memorias o que se las publiquen. Era una mujer tan desconcertante que de repente estaba pensando incursionar en la literatura. Muchas de sus cosas fueron extraídas de los datos y elementos que recogí.
Muchos han dicho que ‘Los secretos de Elvira’ es una novela histórica o de espías pero me parece también una historia sobre la perseverancia. Ella fue una mujer con una valentía incomparable más aún para su época.
Fue una mujer atemporal. Trasciende el hecho de que entonces, con todas las represiones, el conservadurismo, la crisis, la guerra, además de su formación religiosa; sin embargo ella no hace nada de lo que se esperaba que se haga. Era una mujer deslumbrante que rompe esquemas y eso la convierte en una figura tan singular, realmente extraordinaria.
¿Le quedaron quizás más personajes como Elvira en ‘Estación final’ o aquí acaban sus libros ambientados en esta época de la historia?
A raíz de la película de ‘Estación final’ tengo que hacer el gran libro sobre Magdalena Truel. Eso es algo definitivo. Ahora que estuve en Francia obtuve más información, visité lugares, etc. Eso lo tengo que hacer porque la editorial desea sacar el libro junto a la película y además porque creo que ella merece un libro por sí misma. Aunque tampoco es que piense quedarme en la Segunda Guerra Mundial. Creo que hay otras historias de otras épocas y de otras personas pero siempre y cuando sean peruanos.
-Ese es su gran ‘requisito’ previo.
Claro, no me iré a otro país a buscar historias. Si es peruano me interesa, sino no. Eso es lo primero. En (‘Estación Final’ y ‘Los secretos de Elvira’) se habla de la Segunda Guerra Mundial, que ocurrió en Europa, es cierto, pero es la historia de los peruanos allí. Creo que conocemos poco de nuestros héroes escondidos. Y esta es una tendencia en Latinoamérica. Conozco en Brasil a Laurentino Gomes, un periodista muy reconocido que ha escrito una trilogía extraordinaria: 1808, 1822 y 1889. El primero vendió más de un millón de ejemplares. ¿De qué tratan sus libros? Son la revisión de capítulos de la historia de Brasil contados como realmente ocurrieron, sin magnificar las cosas. Convertir a los personajes en personas y demostrar su dimensión humana.
-Esta es la vertiente que más le interesa a usted trabajar.
Exacto, que los personajes sean humanos, gente de carne y hueso, que si bien hayan hecho cosas importantes, también cometan errores, como cualquiera de nosotros que se equivoca a diario. De repente en un momento determinado la historia los puso frente a una gran disyuntiva si escogen el camino correcto o el equivocado. Este podría ser el caso de ‘Vaticano’ (Demetrio Chávez Peñaherrera).
-¿Qué recuerda sobre ‘Polvo en el viento’, el libro sobre este poderoso narcotraficante peruano?
Yo tenía la imagen de Vaticano en la televisión diciendo que le había pagado US$50 mil a Vladimiro Montesinos y luego nadie lo vio más. Me interesaba conocer un poco más su historia. Además se decía que estaba loco, que había perdido la razón, que había recibido choques eléctricos. Pero lo que aprendí mucho al hacer ese libro fue qué hay que hacer para convertirte en un gran narcotraficante en el Perú. A quien hay que corromper, cómo construyes esta industria del narcotráfico. Él es el personaje pero detrás de suyo había una estructura inmensa de jueces fiscales, policías, militares. Ellos contribuyeron a que Vaticano llegue a ser Vaticano. Cómo así este muchacho pobre, sin zapatos se llega a convertir en un narcotraficante que lo persigue todo el mundo. Eso busqué con ‘Polvo en el viento’.
*Publicada en El Comercio el 21 de diciembre de 2014.