Jorge Eduardo Benavides: “La prepotencia y el robo no son valores para sacar adelante un país”

Conversamos con Jorge Eduardo Benavides, reconocido escritor peruano que radica hace casi treinta años en España. Él presentó hace unos días en Lima “El asesinato de Laura Olivo” (Alianza Editorial), obra policíaca con la que acaba de ganar el XIX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.

En esta entrevista, el autor de “Un millón de soles”, “La noche de Morgana”, “Un asunto sentimental”, entre otros títulos, nos cuenta las claves de esta historia plagada de temas actuales. El protagonista de la novela, el Colorado Larrazábal, es un ex policía peruano de raza negra que vive en Madrid y se encarga de investigar el crimen de una reconocida agente literaria.

En el camino será testigo de rencillas editoriales, problemas derivados de la migración e identidades cruzadas propias de un mundo ciertamente globalizado. Aquí nuestra entrevista con Jorge Eduardo Benavides sobre su nueva novela, ya a la venta en las principales librerías de Lima.

-¿De dónde surge esta especie de ‘Denzel Washington después de un accidente de tránsito’ como usted mismo ha descrito al Colorado Larrazábal?

Hace unos años Javier Arévalo coordinaba una colección de cuentos largos o pequeñas novelillas que iban a salir en un periódico, y me propuso hacer un cuento policial. Como pagaban bastante bien, decidí hacerlo. Yo nunca he sido escritor del género policiaco, pero me atreví a hacer un pequeño relato titulado “El último caso del Colorado Larrazábal”, que desde el título era una especie de declaración para no volver a escribir sobre este personaje. Sin embargo, quedó un poco flotando cuando se me ocurrió la parte de la historia que da origen a esta novela: contar el mundo de los escritores, editores y sus agentes literarios. Entonces, como vi que este tema iba creciendo hasta algo más oscuro, hacia un posible asesinato, apelé a mis recuerdos y estaba ahí Larrazábal.

-Desde el arranque de la novela uno encuentro los contrastes culturales, por ejemplo el Colorado Larrazábal es de raza negra. ¿Quería usted remarcar eso?

Sí, en mis tiempos Colorado se le decía a los ‘gringos’, pero mi protagonista es negro. Entonces ahí el término pasa a ser despectivo y casi burlón.  Quería remarcar un poco la parte más sardónica de la brutalidad que tiene nuestra sociedad con respecto a nuestras razas y colores. A nadie se le ocurriría–en países más políticamente correctos—hacer ese tipo de bromas. Pero para nosotros ha sido más o menos normal.

-Larrazábal reitera siempre que su padre es del País Vasco…

Creo que mi novela subyace un fondo sobre la disolución de la identidad que son estos tiempos de fronteras líquidas –como diría Zygmunt Bauman–, permeables, porosas, de migraciones y donde la gente, sobre todo en Europa –aunque aquí lo vemos con los venezolanos—está recibiendo migración de todos lados. Por lo tanto la identidad se va fragmentando. Larrazábal es un chalaco negro de origen vaso que vive en Madrid y tiene una novia marroquí. Entonces, ¿qué es él? Y se reivindica vasco por añoranza del padre. Tiene ahí un complejo no resuelto.

-¿Los vínculos cercanos a Larrazábal, fundamentalmente viviendo en Madrid ante gente tan diversa, hace su novela mucho más actual?

Completamente. Hace poco hubo, por primera vez en años, un enfrenamiento entre policías e inmigrantes. Lavapiés era el barrio más castizo y español de todo Madrid. Vendría a ser una especie de Barrios Altos en su momento. Luego con el tiempo empezó a tener mucha gente mayor y se volvió un barrio pobre –sin que eso signifique miseria—y empezó a atraer mucha migración. Los migrantes buscaban pisos ahí porque les era barato. Así como ocurrirá tal vez en algún momento aquí con los venezolanos. De pronto a partir de los años noventa ocurrió una movilización de parte de Europa del Este, los marroquíes, subsaharianos, chinos y de los hispanoamericanos. Quedó una efervescencia. Vas por Lavapiés y escuchas música árabe a todo volumen y unos tipos tomando té, y más allá unos negros tocando sus tambores, y también ves tiendas de chinos.

-Y te cruzas con niños hablando como españoles…

Si tú vas por las calles y no los miras crees que todos los niños ahí son españoles porque su acento es de ahí. Yo vivo a cinco minutos de Lavapiés en un barrio llamado Los Sauces. Casi no hay migración ahí pero existe un colegio donde van todos esos niños y es fenomenal verlos porque se da una convivencia estupenda.

-Por ratos sentí que leía la novela de un escritor peruano y por momentos la de uno español. ¿Se le ha hecho más fácil lograr unir dos culturas en su escritura o le sigue significando un reto?

El reto viene más en no meter la pata al momento de hacer hablar a mis personajes. Llegué a España casi a los 27 años y ya tengo 54. Quizás este año ya tenga más tiempo en España que en Perú. Eso me hace sentir muy peruano pero muy español a la vez. Hay una cuestión muy interesante con el lenguaje: voy mezclándolo. Cuando tú migras a un país que es de tu mismo idioma para ti es mucho más fácil asumir los términos, es como nueva ‘jerga’, porque es tu idioma. Si hubiera vivido en Francia seguramente habría preservado el castellano que hablaba en Perú porque no tiene sentido usarlo en Francia.

-¿Realmente es tan complejo el mundillo de los escritores y sus agentes literarios?

Sí. Para nosotros quizás no tanto porque lo tenemos asumido, pero la parte profesional de esto es bastante difícil. Los autores necesitan un agente y estos últimos están saturados de autores. Los agentes luego deben pelear por los derechos de sus autores frente a los editores. Entonces hay relaciones tensas, no malas, pero sí tensas porque (los libros) deben venderse a las editoriales y luego al público pero si esa cadena no funciona empiezan los reproches, las molestias y las suspicacias. Y aunque la mayoría de la gente es bastante correcta y sensata en el mundo de la literatura yo quería rescatar los casos un poco atípicos. No es que los escritores vayan queriendo matar a sus agentes, claro está, pero como en cualquier relación de estas siempre hay escritores con egos descomunales, otros que sienten que los han engañado y agentes que están hartos de los escritores. El famoso editor Mario Muchnik escribió un libro titulado “Lo peor no son los autores”. También hay casos de plagios que son difíciles de demostrar. Grandes autores que son acusados de plagiar, como pasó con Camilo José Cela.

-Esto del ego supongo pasa más con los autores jóvenes que creen que sus primeros libros no son muy bien juzgados. ¿Cómo hizo usted para manejar el ego en sus inicios como escritor?

Tuve mucha suerte por dos cosas. Primero, no llegué a vivir directamente a la España peninsular sino a Canarias, en una época de la Internet incipiente. Y la zona es una provincia muy alejada de España, era como llegar a vivir al Perú pero en Madre de Dios. Entonces, es un sitio espléndido pero culturalmente estaba en el ‘fin del mundo’. Era muy difícil tener ego ahí. Yo fui un escritor periférico en un territorio periférico. Así que simplemente me dediqué a escribir y cuando mandé mi primera novela (que había tenido cuatro años sepultada) a Alfaguara me contestó la editora y me dijo que les había gustado mucho, y me preguntaron si tenía más para publicarme también. Yo en ese entonces ya tenía 38 años, por lo que no estaba para egos sino para sensateces.

-Hablando de cosas periféricas, Fátima –pareja de Larrazábal—es un personaje así. Cuéntele a la gente cómo fue diseñando a esta dama curiosa que siempre anda con un libro bajo el brazo.

Ella es una chica típica española marroquí que llega de una sociedad muchísimo más conservadora (Marruecos) pero que al contacto con España se vuelve moderna y logra transigir con sus padres el tema del velo y los trajes. O sea, tiene que hacer lo que haría una chica de hoy en Perú con sus abuelos. Fátima se ha integrado perfectamente no solo a la sociedad española sino curiosamente al gusto estético por la literatura latinoamericana. Porque ella habla en algún momento de sus autores árabes pero también de los latinoamericanos. Además parece perfectamente integrada a una sociedad en la que la mujer está mucho mejor valorada y donde no hay prejuicios tan marcados. Ella vive esos dos mundos y Larrazábal lo sabe.

-Cuando ya Larrazábal empieza a investigar el asesinato de Laura Olivo conversa con diversos trabajadores de la agencia literaria. ¿En qué momento un autor se da cuenta de que ha dado las pistas suficientes como para no atosigar al lector?

Eso es muy difícil. Es como el cálculo de echarle sal a la sopa. No sabes bien pero con el oficio se facilita un poco. Debes organizar muy bien tu novela. Yo soy muy técnico para trabajarla, sé más o menos cuántos capítulos son y voy colocándolos. Es importante la dosificación de los elementos. Naturalmente en ese proceso el riesgo de fracasar es muy grande. En una novela policiaca, a diferencia de las de otros géneros, para mí el objetivo es que el lector llegue hasta el final sin haber vencido el reto que yo le he planteado: averiguar quién es el asesino. Es muy difícil engañar a un lector, pero este es el juego de la novela policiaca.

-¿Qué piensa de los que dicen que esta novela le arrebata la etiqueta de escritor político?

Creo que hace mucho me quité esa etiqueta. Mis primeras tres novelas fueron políticas pero luego escribí una en forma de diario, luego vino “Un asunto sentimental”, de donde salen los personajes principales de “El asesinato de Laura Olivo”. También escribí una novela histórica que ganó el Torrente Ballester (“El enigma del convento”) y en septiembre sacaré en España otro nuevo libro de dicho género, ambientado en las guerras carlistas y con un peruano muy interesante. Y ahora vengo escribiendo una novela desde la perspectiva de una mujer que ve unas fotos y rearma su vida. Creo que soy un escritor que aborda todas las formas de contar porque en el fondo escribo para divertirme. No me gustaría hacer nunca lo mismo.

-Me ha mencionado en la entrevista a los venezolanos en Perú, que muchas veces son maltratados no solo por las clases altas sino más que todo por las bajas. ¿Qué dice esto sobre nuestra sociedad teniendo en cuenta nuestras raíces e historia?

Esto habla pésimo y quisiera pensar que estos casos son mínimos. Los venezolanos nos recibieron cuando las cosas iban mal en Perú. Naturalmente las clases más bajas son las que se asustan con la migración porque creen que les van a quitar su puesto de trabajo. Esto último solo te lo quita quien hace tu trabajo mejor que el tuyo. Las migraciones siempre son buenas para los países porque así encuentres delincuentes y malos elementos, siempre serán los menos, nunca la mayoría.

-Usted ya va a cumplir tres décadas fuera del Perú y precisamente durante ese tiempo se ha venido repitiendo un apellido sin parar: Fujimori. ¿Por qué la sociedad parece detenida en el tiempo?

Basta subirse  a un taxi y escuchar que la música que suena es la de mi época, ochentera. Cada vez que vengo me pregunto: ¿no tienen para comprar más discos o qué ha pasado? Lo mismo ocurre con la política, por desgracia. Yo sigo pensando que el fujimorismo es algo terrible que le ha ocurrido al país porque nunca han tenido ideología para defender sino que solo han querido el poder. El fujimorismo es una organización delincuencial con representación parlamentaria. Ni más ni menos. Y eso nos va a tirar abajo todo el proyecto de futuro. Creo que hay que luchar dentro de nuestro contexto democrático y bajo la legalidad para convencer a la gente de que la prepotencia, el latrocinio y el robo no son valores para sacar adelante un país.

-Usted ha dictado varios talleres literarios. ¿Cuándo uno puede detectar que lo que le ofrecen ahí es útil o que simplemente lo están estafando?

Uno se da cuenta de que un taller es bueno cuando hay respeto por los participantes, cuando se les trata de iguales. Al fin y al cabo todos estamos escribiendo, esa es la verdad. Algunos podemos tener más tiempo que otros. Creo que un buen profesor de talleres debe ser una persona generosa con sus conocimientos y también debe gustarle su trabajo, no solo hacerlo por una cuestión meramente alimenticia. A mí nada me entusiasta más que trabajar con gente que está haciendo novelas. Actualmente ya no hago talleres y solo asesoro escritores. Me entusiasma ver cómo va avanzando su historia. Los llamo, les digo tal o cual cosa, nos reunimos para compartir libros. Es una especie de ‘coach’ porque a veces algunos se deprimen y hay que intentar sacarlos de eso.

-Pese a que el Colorado Larrazábal no es una persona joven, parece muy lleno de vitalidad. ¿Hacia dónde podría llevarlo luego de esta primera novela?

Creo que lo llevará a tratar de descubrir sus raíces vascas. Hay en la novela un guiño del cual quizás puedan darse cuenta mucho más los lectores en España. El padre de Larrazábal es de Lekeitio, un pueblo del País Vasco, y sin embargo era hincha de la Real Sociedad. ¡Y eso no puede ser! Es como si alguien diga ‘mi padre era de La Victoria pero hinchaba por la U’. Esa es una pista ante una eventual próxima novela de él que hace pensar que las cosas no son como se las dijeron.

-Un autor tiene diferente intenciones al momento de escribir una novela, conmover, divertir, no lo sé. ¿Cuál era la intención de Jorge Eduardo Benavides al escribir “El asesinato de Laura Olivo”?

Mi intención fue que el lector lo pase bien tratando de descubrir antes de que termine la novela quién es el asesino. Esta es una novela de corte clásico, del estirpe de las de Agatha Christie, pero que tiene un trasfondo: la identidad, la migración. Larrazábal me parece que es el primer detective inmigrante. Él no viaja a España como policía, sino que fue ahí a buscarse la vida. No tiene siquiera credencial de detective. También quise que el lector disfrute conociendo el mundo de las agencias. Mira, no hemos hablado de la invención de Marcelo Chiriboga, un escritor inventado por Carlos Fuentes y José Donoso porque Ecuador no tenía escritor en el ‘Boom Literario Latinoamericano’. Sobre él se ha hecho un documental y se ha escrito una novela. Así que lo tomé para mi novela como escritor, es como una relectura del ‘Boom’ porque aparece un buen amigo que es Jorge Edwards, que dice haber conocido a Chiriboga…

-Una especie de homenaje sutil al ‘Boom’…

Claro. Y a todo lo que eso representa. Porque Marcelo Chiriboga no existe pero tiene esa potencia. He querido homenajear a los escritores del Boom que no existen o que pudieron existir. Así que la novela puede interesarle también a los que gustan mucho de la literatura porque se habla mucho de eso.

-¿Cuál cree que es el principal legad que nos dejó el ‘Boom Literario Latinoamericano’?

Una literatura sin complejos y muy ambiciosa, con escritores e intelectuales comprometidos con su tiempo y con su sociedad.

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