Fue una de las principales figuras en la última Feria Internacional del Libro de Lima, evento en el que presentó dos publicaciones muy especiales en su carrera como escritor. La primera, “El material de los sueños” (Arpa Editores –Océano), un conjunto de reportajes y crónicas sobre figuras del espectáculo y el arte internacional, y la segunda, “Crecer es un oficio triste” (Alfaguara- Penguin Random House), conjunto de cuentos que por cosas del destino recién tiene su edición peruana quince años después de su aparición en el mercado español.
En esta entrevista, Santiago Roncagliolo –ganador del Premio Alfaguara 2006 por su novela “Abril Rojo”, colaborador habitual de “El País” y columnista de “El Comercio”– responde sobre algunas particularidades en la elaboración de estas nuevas obras, una netamente periodística y la otra ficción pura, campos en los que ha desarrollado una carrera prodigiosa en Latinoamérica y España.
-¿Cómo surgió la posibilidad de grabar un Podcast para Radio Ambulante sobre la relación entre tú, tu hijo y el fútbol? ¿Fue por la coincidencia del Mundial y el Día del Padre?
Yo había escrito varias columnas en “El País” y “El Comercio” sobre ser padre, una experiencia muy universal. Tú escribes sobre tu paternidad y la gente reconoce rápidamente su propia paternidad. Con Daniel Alarcón [director de Radio Ambulante] habíamos pensado en formas de colaborar pero ellos venían haciendo investigación y yo otros temas. De repente me pidieron esto, hice una edición especial para leerlo y salió justo para el Día del Padre y en pleno Mundial de fútbol.
-¿Cómo eliges hoy qué libro vas a escribir? Sea de literatura como “Abril Rojo” o quizás un reportaje periodístico como “La cuarta espada”.
En periodismo tienes un libro cuando hay una historia afuera que lo amerite. Yo siempre estoy haciendo reportajes pero no siempre te topas con Abimael Guzmán o con el amante de Federico García Lorca y todo su archivo. El periodismo me ha dado la gran posibilidad de descubrir otros mundos, de explorar realidades y de meterme como un voyeur en vidas ajenas. En cambio la literatura tiene más que ver con mirar hacia dentro de ti. Es tratar de darle forma a tu universo interior y poder comunicárselo a otros. Y, al menos en mi caso, esto siempre ha tenido que ver mucho con el miedo. Pero eso es un factor que descubrí con el paso del tiempo. No es que lo haya tenido todo planeado.
-A propósito de “Crecer es un oficio triste”, la Lima de hoy comparada con la de fines de los ochenta o inicios de los noventa parece Disney World…
Es cierto. Crecí con miedo, en una ciudad donde la oscuridad era tan normal como las bombas y los apagones. Mira [señala el parque con los niños jugando a la pelota sobre el jardín] esto no existía entonces. Así que todo lo que escribo en ficción va explorando mis miedos de un modo u otro. Incluso cuando es una comedia o una historia más ligera, también es sobre los miedos de sus protagonistas. Tal vez por ello me acerco mucho al thriller, a la novela criminal, o sea, a géneros que me permiten hablar de las cosas que nos aterran.
-“El material de los sueños” cierra con una crónica sobre Vargas Llosa. Cuenta él que, cuando dejó de simpatizar con Fidel Castro, sus propios amigos “lo llenaron de basura”, convirtiendo el momento en uno de los más difíciles que debió afrontar.
Mario todavía es un escritor muy criticado por sus ideas liberales. Creo que si hablas de la realidad política y nadie se queja es porque que no estás diciendo nada. O sea, tu aporte no es dar la respuesta definitiva a nada –porque esa no existe– sino crear discusión para que la gente saque sus propias conclusiones.
-¿Crees que “Abril Rojo” fue un golpe de suerte que te ayudó a ser conocido a nivel mundial?
Por supuesto, pero luego hay que vivir sin el premio Alfaguara. Una carrera se va haciendo no a punta de grandes golpes, sino de pequeños esfuerzos, de pequeñas cositas que conquistas, y de algunos lectores que hablan de tu libro, de alguien que te traduce, no lo sé. Los primeros años después del Premio Alfaguara llegué a pensar que todo me iba muy mal, pero luego tuve que darme cuenta que más bien era lo contrario. Me costó mucho darme cuenta de que el éxito no consiste en tener un ‘golpe’ como un gran premio, sino en seguir dedicado a mis proyectos creativos y tener la posibilidad de poder elegirlos.
-Leo cada cierto tiempo en medios de España reseñas positivas a primeras novelas o primeros libros de cuentos de escritores peruanos, sin embargo, pasa muchas veces que estos autores nunca más vuelven a sonar. ¿Por qué es tan difícil mantenerse en la órbita fuera de tu país?
Las cosas que yo escribo, justamente en la medida de que apelan mucho a lo popular como “El material de los sueños”, a la novela negra, al thriller o a la comedia, se vuelven muy cercanas al lector. Escribo cosas que puedes leer en China, Birmania o Sudáfrica, pero aún así muchísimo menos por ser peruano. Es que somos un país muy invisible. Cuando escribes de Brooklyn o París todo el mundo sabe de qué hablas. Del Perú se sabe muy poco. La gente no tiene referentes para agarrarse. Muchas veces en Europa me preguntan si el gobierno de mi país me tiene permitido volver. Y yo les digo: ¡en mi país nunca se ha expulsado escritores, usted se está confundiendo con Chile! Perú no tiene la visibilidad de otros, por lo tanto, somos un país más difícil de leer. Además, tampoco hemos entendido (aún) que la cultura es ‘marca país’. México, Argentina o Chile promueven mucho a sus artistas fuera porque saben que donde das buenas noticias es en la página cultural de los medios. Noto que el Estado peruano lo va entendiendo poco a poco quizás pero estamos a años luz de otros.
-Pese a esto, muchos nos creemos el ‘ombligo del mundo’. Cuando hay una crisis política decimos ‘este país se va al diablo’ o ‘esto solo pasa aquí’, cuando no es tan así…
No. En muchas cosas a lo largo de los últimos años hemos tenido mayor institucionalidad que España. Por ejemplo, en temas de memoria histórica, hemos tenido una Comisión de la Verdad y un Museo de la Memoria. En España es imposible eso. Solamente hay que pensar en el lío que se montaría al elegir qué cosas exponer en un museo de la memoria, olvídate pues. Ahí tienen a un dictador enterrado en un mausoleo como un homenaje. Nosotros hemos tenido preso a un presidente por derechos humanos. ¿Lo sacaron? Sí, pero estuvo preso 12 años. En muchos aspectos somos un país institucionalmente ejemplar, pero los primeros en quejarse cuando digo esto son los peruanos.
-Hace unos días te di un retuit y te saltaron al cuello para criticarte de forma muy dura. ¿Cómo tomas estas acciones en el campo virtual? ¿Te molestan, te dan risa o no te interesan?
Tanto el éxito como el fracaso en redes sociales dura diez minutos. Luego viene otro tuit de otro y todos van hacia él. No es algo que deba angustiarte demasiado porque muchas veces ni siquiera sabes quién te ha escrito. Puede ser un esquizofrénico o alguien que no sabe quién eres. A Gian Marco le pasó hace un tiempo. No sé qué dijo sobre el fujimorismo y de pronto tuvo a 100 tipos insultándolo. Luego él anunció que dejaría las redes por el acoso brutal. Yo le dije esa vez: “el único que se está enterando de todo esto eres tú”. Si lo pones en tus redes entonces todo el mundo se enterará. Te siguen un millón de personas y las cien que han hecho esto no son relevantes. Las redes sociales crean un espejismo para quien las ve, pero el mundo real es mucho más grande y hay mucha más variedad de opiniones.
-Volviendo a tus libros. Esta no es una reedición de “Crecer es un oficio triste” sino más bien la primera edición peruana del libro. Un detalle no menor.
Este libro salió originalmente con una pequeña editorial española que no tenía capacidad para traerlo a Lima y, además, con el trabajo de una correctora de estilo que no entendía nada de la terminología peruana. Ahora hemos vuelto a corregir a partir de los textos originales, recuperando una visión más cercana al peruano que la que se publicó. También puse algunos cuentos nuevos. Pero principalmente, esta edición de “Crecer es un oficio triste” sale en un momento que me gusta mucho porque mi novela anterior, “La noche de los alfileres”, también habla sobre la infancia y la adolescencia, aunque está escrita décadas después.
-Siempre me ha parecido increíble la capacidad que tienen ciertas personas para recordar tantos detalles de su infancia o adolescencia y luego escribirlas como si hubieran pasado ayer…
Bueno, también me he inventado un montón de cosas, claro (risas). En parte uno es escritor porque tiene historias que lo torturan, que lo carcomen por dentro y que le exigen salir. No es un movimiento voluntario de recuerdos. Siempre he creído que la literatura tiene algo de terapéutico porque cuando vas a una terapia hablas para sacar cosas del fondo de tu cabeza, y al convertirlas en palabras también te liberas de ellas. Crecer en la Lima de los ochenta y noventa era un trauma de por sí. Fue muy extraño mudarme a otro país y darme cuenta que la gente no sabía que debías poner cinta adhesiva en las ventanas. Mi formación y mi costumbre de la violencia no habían sido normales. Todo eso genera traumas y escribo para liberarme de ellos.
-Es curioso pero en ese entonces los peruanos se iban huyendo de la situación económica y de violencia pero ahora más bien los extranjeros vienen. Hay una migración notoria de venezolanos y muchos de estos encuentran rechazo, principalmente de las clases bajas.
Sí, igual que en Europa. ¡Ya somos tan fascistas como un europeo, podemos estar orgullosos! (risas). Me sorprendió mucho toda esta reacción en contra de los venezolanos, pero los que hemos sido siempre unos apestados, odiados y despreciados en otros países somos nosotros. No deberíamos andar despreciando a los inmigrantes porque no sabemos en qué minuto podemos volver a estar en esa posición. Yo me lo tomaría con mucha calma.
-Lo que cuentas en “El material de los sueños” sobre cómo “Pudor” fue llevada al cine bien pudo haber sido material para un cuento. ¿Crees que a futuro ya no le tomarás tanto cariño a un relato si este es llevado a la pantalla grande?
No. Mi libro no lo va a cambiar nadie, es de mi responsabilidad y quedará igual. Lo que va a un escenario es un trabajo de equipo que pasa por la experiencia y la sensibilidad de directores, actores, luministas, sonidistas, músicos, etc. Y eso es lo fascinante. Justamente eso es lo que me interesa de los reportajes de “El material de los sueños” es buscar esa sensibilidad, o sea, qué viven los artistas mientras hacen — en el caso de Bowie sus discos berlineses, en el caso de Marlon Brandon “El Padrino”, o en el de Grace Kelly su carrera– y cómo sus vidas también se ponen sobre el escenario.
-En “El material de los sueños” mencionas también a Leo DiCaprio, un actor que pasó de varios ‘fracasos’ al ser nominado repetidamente a los Oscar y no ganar, ¡pero cuando lo logra se termina olvidando el premio en un restaurante!
DiCaprio siempre fue un gran empresario de sí mismo. Creyó que tenía el talento para llevarse el Oscar y solo escogió papeles ‘oscarizables’. Pudo haber hecho mucha más plata como galán de comedia romántica, pero ahí también entró a tallar su visión de lo que él quería como carrera. Eso es algo de lo fascinante del arte: son muchas las cosas que puedes hacer pero cada quien escoge qué es lo que quiere de esto.
–Hace algunos años en una entrevista te dije que eras uno de los pocos escritores ‘conocidos’ que no salen en revistas posando con su familia. No los expones. Han pasado mucho tiempo y eso parece no haber cambiado. ¿Te sientes cómodo así?
Un escritor no necesita que lo vean. Creo que era algo más necesario (ser visible) al principio, pero finalmente a la gente le interesan tus libros. Tengo mucha suerte de no tener que ser muy visible. Soy más bien, como pasa en “El material de los sueños”, el que persigue a los famosos, el que quieren que le cuenten cómo es su vida. Me interesa mucho más escuchar a otros que exhibirme yo mismo. Además, necesitas mucha suerte y esfuerzo para ser simplemente quien eres tú y no tener que fingir ni sobre actuar. Me gusta mantener mi privacidad y que mi familia esté al margen de mi trabajo. A mi esposa le gusta eso también. Y no cambiaría mucho mi vida si fuese más visible. Casi todo lo excitante en mi trabajo ocurre dentro de mi cabeza, así que no hay nada que fotografiar.
-Pese a ese ‘perfil bajo’ te buscan para sumarte a iniciativas tan peculiares como un concurso de cuentos románticos de la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Tal vez no necesito ser muy visible porque puedes llegar a mí muy fácilmente a través de las redes sociales. Me encanta la opción de ser jurado de ese concurso porque es una forma de acercarme a mi país. Yo siempre quise tener mayor contacto con Perú pero no había cosas que hacer. Hay concursos en los que puedes ser jurado, está la FIL, ferias en Cusco u otras ciudades. Luego estaré en el Hay Festival. Me hace muy feliz poder recontactarme con mi país como lo estoy haciendo.
-En los agradecimientos de “El material de los sueños” cuentas que no le puedes decir a los editores de los medios donde publicas que te gusta mucho tu trabajo porque o sino podrían querer pagarte menos. ¿Mantienes la misma alegría y motivación que en tus inicios?
Los reportajes, que son las piezas que más me gusta hacer porque tienes que contar historias, es también lo más difícil. He hecho muchos humanitarios en Palestina, al norte de África, en el Amazonas con Unicef, y entrar en esos entornos no es fácil. Y también es caro. Necesitas logística y dinero para hacer reportajes. Me encantaría hacer más, claro que sí. Disfruto mucho escuchar y conocer a gente no solo porque alimenta mis reportajes sino también a mí como persona. Cuando escuchas a alguien te vuelves una persona más sabia.
-Entre tanto viaje y distancia que tomas de tu familia para hacer reportajes o presentar libros en varios países, ¿te replanteaste alguna vez si optaste por el camino correcto?
Claro, he tenido varias crisis matrimoniales debido a mi exceso de viajes. También por eso ahora me interesa venir más a Perú porque me pone en contacto con mi otra familia: padres y hermanos. Estoy tratando de concentrarme entre España y Perú para poder estar más cerca de mis afectos familiares. Realmente esto no importaba antes mucho, pero te empieza a importar cuando tienes hijos y quieres que ellos vean a sus abuelos, y sepan de dónde vinieron, cuál es su propia historia.