Nunca imaginó que un simple recomendación de su profesor universitario la acercaría a la obra de un poeta tan lejano (geográficamente) como legendario. Tania Favela Bustillo, doctora en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México, publicó hace unos meses “El lugar es el poema. Aproximaciones a la poesía de José Watanabe” (Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa). El texto, una versión perfeccionada de la primera parte de su tesis de doctorado, permite al público en general acercarse a las raíces de la obra del autor nacido en Laredo, La Libertad.
«La idea era revisar a través de sus poemas la hibridez que se da en su poesía. La parte japonesa, la andina y también una serie de lecturas que alimentan su obra», indica Favela en el video que acompaña esta nota.
Conversamos con Tania, una tenaz poeta, académica y promotora cultural, durante su más reciente visita a Lima. Su texto pueden encontrarlo en las principales librerías de Lima.
-Una pregunta fundamental antes de hablar sobre su libro: ¿cuál es la diferencia entre poesía y poética?
Definir poesía es más difícil que definir poética. Esto último es la reflexión que hace el poeta — explícita o implícitamente– sobre el poema, que puede estar dentro del mismo o quizás afuera, como pasa en “El elogio del refrenamiento” de José Watanabe. Ahí él traza una poética, es decir, revela cuál es su relación con el lenguaje, con el mundo, consigo mismo como escritor, etc.
-¿Encontró muchos libros sobre José Watanabe antes de elaborar su tesis?
Cuando empecé a leer sobre Watanabe había pocos libros sobre él. Traté de leer dos tesis que había (sobre su obra) en la PUCP pero me fue imposible, pues no me dejaron fotocopiarlas. Así que solo tomé la bibliografía relacionada. El libro que sí estaba era “Mito, cuerpo y modernidad en la poesía de José Watanabe” de Camilo Fernández Cozman. Y me sirvió bastante porque incluía una investigación de campo, con mitos y leyendas alrededor del personaje.
-¿Encuentra usted vínculos de algún tipo entre José Watanabe y otros grandes poetas o narradores latinoamericanos?
Eso es difícil porque estamos ante un poeta muy particular. Algunos de sus rasgos quizás sí están en autores como César Vallejo. Pienso en el poema de Vallejo “Las canciones del hogar”, donde hay ciertos rasgos que tienen que ver con ese mundo privado, muy personal. Por otro lado, también creo que (en Watanabe) está ese lenguaje muy directo que tienen autores norteamericanos, que además tuvieron una influencia importante en el Perú durante los setenta. William Carlos Williams puede ser quizás el que sentiría yo más cerca de Watanabe. Con narradores quizás sí encuentro más vínculos, como por ejemplo con Juan Rulfo. Me encantaría hacer un trabajo sobre ambos, porque ahí sí hay lazos interesantes.
-¿Por qué usted compara a José Watanabe con el poeta japonés Matsuo Basho?
En la obra de Watanabe hay dos poemas dedicados a él. Pero más allá de eso, a mí lo que se me ocurrió fue que Basho era un poeta del siglo XVII que vivió una época súper conflictiva, violenta y llena de represiones. Fue algo desastroso, y sin embargo Basho nunca reflejó aquello. Buscó (y encontró) otros modelos distintos desde donde decir sus poemas. Y creo que en eso coincide con Watanabe, quien hizo algo completamente distinto al resto de la generación que le tocó vivir: la de los setentas, Hora Zero, Estación Reunida, (que presentaba) una poesía más de la calle, urbana, coloquial. Así que encontré un lazo muy interesante entre la manera que ambos poetas piensan sus poemas. No creo que ellos se hayan ‘escapado’ de la realidad sino que simplemente se situaron en un ángulo muy distinto al resto de sus contemporáneos.
-¿Influye mucho el tema de la migración en la obra de José Watanabe? Él dejó siendo muy chico la zona de Laredo (La Libertad). Llegó a Lima, en un contexto distinto…
Sí. Finalmente siempre hay una vuelta a Laredo, si no es al lugar real, es al de su imaginario. Si te fijas, la mayor parte de sus poemas toman como escenario a ese distrito. Incluso cuando está en Alemania de pronto aparece (mencionado) el río Moche. Finalmente creo que el paisaje de Laredo es fundamental, y siempre está presente una mirada hacia ese lugar, hacia su tiempo y ritmo.
-Usted ha contabilizado menos de 210 poemas escritos por José Watanabe. ¿Puede considerarse esto como una obra reducida?
Creo que en su caso es una obra manejable, vasta pero no enorme. Siento que José Watanabe escribió lo que tenía que escribir. No se apresuró. Todos sus poemas tienen calidad. A cada uno le daba un tiempo determinado de trabajo. Mira, cuando veo ‘obras completas’ de otros autores con siete tomos de poemas pienso ¡qué horror! Porque es difícil mantener la misma intensidad o calidad en miles de poemas. Sin embargo, creo que Watanabe cuidó mucho eso.
-Ha recopilado usted declaraciones que el poeta dio en diversas entrevistas. ¿Cuál de estas confesiones le sorprendió más?
Muchas. Las entrevistas son fundamentales porque te permiten entrar en el mundo de un poeta. En una habla de los refranes de su madre. Cómo estos se le quedaban en la cabeza y luego terminaban (plasmados) en sus poemas. Ahí ves entonces la conexión real de la lengua materna, de la oralidad, y cómo esto entra en el poema que –cual esponja– va absorbiéndolo.
-¿Qué la hizo comparar la poesía de Watanabe con la famosa gastronomía peruana? (“Hay una muestra de intercambio cultural sin violencia”).
El texto que más me ayudó a ingresar a la lectura de la obra de Watanabe fue el prólogo del libro “Primicias de cocina peruana” de Rodolfo Hinostroza. Allí hace un ensayo realmente estupendo de toda esa transculturación a nivel gastronómico. Cómo se mezclan los sabores, etc. Al leerlo pensé ¡esto es Watanabe! Y muchos años después, cuando conocí a Rodolfo durante una presentación de un libro mío en Tabasco, él leyó un texto sobre Watanabe que había publicado en “Caretas” y habló de José desde la cocina. Así que pensé que la poesía y la cocina sí tienen algo en común.
-¿La idea de patria como lenguaje acompaña a José Watanabe hasta el final de sus escritos?
Watanabe se pregunta siempre cuál es la patria, o sea, ¿qué soy? ¿Japonés o peruano? La identidad siempre es un problema complicado, entonces, por ahí José dice “mi patria es Laredo” o “mi patria es mi cuerpo” y yo voy un poquito más allá y digo que de repente la patria es la lengua, porque finalmente ahí están los afectos y la infancia.
-Antes de terminar, ¿qué poesía lee Tania Favela?
De entrada, leo lo que me gusta. Ahorita estoy leyendo muchísima poesía latinoamericana. Poetas peruanos, chilenos, pero también españoles. Leo últimamente a Olvido García Garcés, Miguel Casado, y estoy trabajándolos también. Me interesa la poesía en general, siempre y cuando sea buena.
-Por último, entre esa primera vez que leyó un poema de Watanabe y hoy (2019) han pasado muchas cosas en su vida. ¿Se imaginó alguna vez que gracias a este autor llegaría a vincularse tanto con un país como Perú?
¡Jamás! Cuando uno trabaja su tesis usualmente esta se queda ahí, ¿no? Estoy muy agradecida con mi profesor, Hugo, pero también con Watanabe, porque me permitió conocer a otros poetas peruanos y a un país tan maravilloso como el Perú.