Vanni Pettinà: “Ciertos procesos y emergencias no pueden ser gobernados ni enfrentados utilizando el Estado Nación como unidad”

Aunque Europa y Latinoamérica enfrentan consecuencias igual de dolorosas si hablamos del Coronavirus, el Viejo Continente ha logrado trazar un camino de salida. ¿La razón? La Unión Europea, un ente aglutinador que desde nuestra región hemos sido incapaces de construir/emular a lo largo de las últimas décadas.

Sobre esto y más conversamos con Vanni Pettinà, profesor e investigador de Historia Contemporánea de América Latina en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Él acaba de editar junto a su colega cubano Rafael Rojas “América Latina: del estallido social a la implosión económica y sanitaria post COVID-19” (Crítica, 2020).

Aunque el texto se posiciona dentro de un análisis coyuntural no-académico, es en realidad un interesante repaso histórico de los grandes errores que tanto el neoliberalismo (vinculado a la derecha) como el progresismo (asignado a la izquierda) han cometido en distintos territorios latinoamericanos. Las consecuencias de estos desaciertos parecen haberse hecho más visibles desde marzo pasado, mes en el que la pandemia inició un recorrido mortal, castigando con más fuerza a las poblaciones vulnerables.

-El libro pasa de analizar los fracasos del neoliberalismo a realizar una serie de cuestionamientos a los gobiernos de izquierda en la región, y lo cierran con un capítulo más bien de índole propositivo. Cuénteme sobre esta forma de estructurar el trabajo.

El libro surge por una serie que estuvimos publicando en El País a comienzos del año 2020. En nuestras reflexiones sentimos que se necesitaba para el lector no especializado un conjunto de instrumentos para comprender lo que había ocurrido en 2019 con toda esta serie de estallidos sociales en Chile, Ecuador, Haití, etc. Sentíamos que faltaba un hilo interpretativo que pudiera ser comprendido por un lector no especializado. Convocamos a intelectuales y científicos sociales –muy jóvenes en su mayoría– para analizar cada caso en los distintos países. La serie fue un éxito y una vez concluida decidimos sacar este libro invitando más autores para incluir más casos de estudio. Y seguimos un poco el esquema inicial. Como bien has dicho, el libro tiene tres ejes muy claros: el fracaso de los modelos neoliberales, el fracaso de los modelos progresistas, y uno tercero, vinculado más al escenario internacional y su evolución de un sistema unipolar a uno más diversificado, con actores más importantes que los existentes al final de la Guerra Fría. Entonces, estos tres ejes permiten ordenar estos acontecimientos, explicar por qué la región atraviesa desde 2019 hasta la fecha (ahora estamos con Guatemala, hace unas semanas con Perú). Así que el texto tiene una vigencia extraordinaria.

A simple vista uno piensa que tiene en frente un libro con resúmenes o cifras que ha dejado el Coronavirus en América Latina, pero es mucho más. La pandemia es tan solo un factor dentro de un universo de temas mucho más grande.

Así es. Este es un libro de coyuntura (no académico) que intenta darle al lector ciertas claves para entender la profundidad de las causas que están generando los problemas de la actualidad. No es que el COVID-19 cambie algo, sino que simplemente evidencia con mayor claridad todas esas debilidades estructurales que existen en el contexto latinoamericano actual. Tal como Alberto Vergara describe en su texto (La crisis del Covid-19 como Aleph peruano), el coronavirus viene a iluminar las graves insuficiencias que gobiernos neoliberales y progresistas han tenido al organizar y estructurar instituciones públicas incluyentes, sólidas, democráticas y transparentes. Al estallar la crisis sanitaria es el Estado el que debería hacer frente, con hospitales, médicos y capacidad de planificar estrategias, pero lo que emerge de inmediato es que ese Estado carece de esas capacidades. Y volvemos a los ejes del libro. El primero, el modelo económico social y político del neoliberalismo en los últimos treinta años ha debilitado el Estado sin además generar beneficios económicos que se hayan podido repartir de forma homogénea entre la población. Vemos pues a sociedades con sectores marginales muy amplios y que, a causa del Covid-19, quedan más débiles frente al tema sanitario. Y el Estado no tiene los instrumentos para ir a ayudar. Por otro lado, en el libro decimos que ni los insuperables progresismos (como los define Aldo Marchesi) han sido en el fondo capaces de producir cambios estructurales dentro de las sociedades y de los estados latinoamericanos. Es decir, es evidente que algo se ha hecho, por ejemplo, en Brasil Lula pudo potenciar las estructuras sanitarias estatales, pero ni ahí fue suficiente. Hablamos entonces de cambios coyunturalmente importantes, pero estructuralmente marginales. Y además luego hay casos de (gobiernos) que empezaron como progresismos y fracasaron, me refiero a Nicaragua o Venezuela, etc.

– ¿Por qué le cuesta tanto al izquierdista López Obrador como al derechista Donald Trump reconocer que su estrategia contra el Coronavirus ha fracasado?

Es una buena pregunta. Yo creo que ahí se da un tema que no solo tiene que ver con la ideología sino también con los liderazgos. Hay una serie de líderes políticos que han adoptado una manera de ejercer el liderazgo que intenta conectar con sectores de la población más amplios posibles y también con otros sectores que, habiéndose encontrado marginados por décadas, han desarrollado una forma de anti-todo: anti estatismo, anti ciencia; y todo lo que suene a oficialidad o a racionalidad de alguna forma les causa rabia, pues esa misma racionalidad les explicó por décadas que debían hacer tal o cual cosa, que tenía que seguir ciertos procesos o aguantar salarios bajos. Estos líderes han construido un lenguaje que les permite conectar por réditos políticos con estos sectores. Y entonces utilizan argumentos, aunque con algunos matices, que pueden resultar parecidos. En el caso de López Obrador con la cuestión de no usar la mascarilla, de salir en televisión con imágenes de santos, no sé, parecería acercarse en algo a ciertas actitudes de Trump, porque ambos conectan (pues de ahí viene su apoyo) con estos sectores que no se sienten representados con la política mainstream. Ahí veo una clave.

-El artículo del libro referido a México se habla sobre la ausencia de un discurso ‘internacional’ en la gestión de AMLO. Y eso me hace cuestionar si acaso era necesario aquello. Hablamos de un presidente bastante mayor, que tal vez luce muy agotado ya en sus conferencias de prensa. ¿Por qué cree usted que AMLO no vio la necesidad de auto-proclamarse como el líder del progresismo latinoamericano como sí la vio, por ejemplo, Hugo Chávez años atrás?

Lo que se intenta definir como progresismo en Ecuador, Bolivia, Chile o México tiene matices nacionales muy importantes que están conectados a las peculiaridades de la cultura política de cada lugar. En el caso de AMLO, ha habido una tendencia a equipararlo a los progresismos tradicionales. Él comparte una parte de la agenda del progresismo, relacionada –por ejemplo– a la redistribución de la riqueza, por lo menos a nivel del discurso, expresada en una cercanía a los sectores marginales de la población, pero ahí termina toda esa convergencia. Y pasa porque AMLO viene de una cultura política mexicana que presenta características distintas por ejemplo al progresismo de los Kirchner en Argentina. Es mucho menos cosmopolita y mucho más nacionalista. Un nacionalismo que desde la época de la revolución mexicana mira mucho hacia adentro. Y eso se debe, en parte, a la cercanía de un poder tan fuerte como Estados Unidos. Entonces, una de las relaciones del nacionalismo mexicano ha sido la de evitar meterse en asuntos internacionales para no tener que lidiar demasiado con Estados Unidos. O sea, si yo estoy metido en mis propias cosas evitaré enfrentamientos con un país con el cual ya he tenido muchos problemas territoriales, económicos y sociales. Fíjate, así ha sido la posición de AMLO con Trump.

-Claro, casi ni ha tocado el tema del muro fronterizo…

Efectivamente. No comentar declaraciones de Trump, no tocar temas internacionales y centrarse en problemas internos. Esto es un ejemplo para decir que, si bien (este progresismo) comparte ciertos temas de agenda con otros, también tiene varias peculiaridades propias de su país que lo hacen diferente, como el aborto. Para AMLO el tema de las mujeres parece no tener mucha importancia. Él ha tenido una relación complicada con los grupos feministas. Y ahí salta visiblemente una gran diferencia con Fernández de Argentina. En México hay otra cultura política.

Vanni Pettinà y el libro que coeditó junto a Rafael Rojas.

-Hace no mucho tiempo hubo un estallido social en Chile. En Guatemala se quemó la sede del Congreso y en nuestro país se tuvieron 3 presidentes en una semana. Más allá del cambio de las ‘fichas del ajedrez’, en Perú no se aprobó cambiar la constitución ni se ha virado hacia el extremo político opuesto. ¿Qué tiene de particular la crisis generada en Perú hace un mes?

Hasta antes de esto último que mencionas, diría que la peculiaridad del caso peruano era precisamente no haberse insertado en esta oleada de estallidos que afectó gran parte de la región. La cosa empezó a cambiar con la crisis del COVID-19. Por esa razón le pedimos a Alberto Vergara entrar al libro. Sentimos que ese aislamiento de Perú con respecto a otros procesos regionales se veía roto por la pandemia. El COVID-19 demostró que Perú no era tan distinto pues todos los graves problemas que tuvo en el manejo de las consecuencias sociales, médico y económicas de la pandemia lo realineaba con el resto de países. Se contrasta aquí esa idea que se llegó a manejar por un tiempo de que el Perú ya era parte del ‘primer mundo’, con el ‘Aleph del Covid-19’. Y yo te diría que este proceso de alineación sigue. Creo que, por un lado, hubo una crisis institucional (con esta sucesión de presidentes), pero también social, con gente saliendo a la plaza a protestar porque tiene un hartazgo acumulado.

-Hartazgo hacia la corrupción…

En realidad, es hacia el sistema político y económico peruano. La corrupción es un elemento que articula su sistema. En un artículo publicado en el NYT, Alberto Vergara explicaba muy bien cómo esa élite política peruana no es que a veces use la corrupción, sino que la tiene como un elemento implícito de su funcionamiento. Es algo sistémico. Por eso la sanidad no funciona. El Estado no interviene de forma transparente en la construcción de un sistema sanitario nacional porque los recursos terminan derivando en el mantenimiento de ciertos privilegios de unos cuantos, tanto en lo político como en lo económico. Así que el estallido contra la corrupción es un estallido en contra del sistema entero. Ahora, y esto lo decimos en el libro, el gran cambio chileno no viene de los partidos políticos (incluso de los de izquierda), sino de los movimientos sociales. De los estudiantes, de la gente sin seguro médico, de los jubilados, o sea, de esa movilización viene la reacción de la clase política. Mientras que en Perú esto dependerá mucho de la capacidad de movilización y continuidad de los distintos movimientos sociales. Eso va a determinar si se va a lograr una Asamblea Constituyente, si se va a cambiar la Constitución, etc.

-Un peruano menor de 30 años podría decir que ha vivido toda su vida bajo la misma Constitución. Algunos la defienden con dureza, otros la quieren reventar en pedazos. ¿Por qué el tema genera tantas pasiones?

Yo aquí voy un poco contracorriente. La Constitución chilena se hizo en dictadura. Mantiene elementos de esa época. Ahí hay toda una serie de principios que representan salvaguardas muy importantes para sostener mecanismos económicos neoliberales. Ahí sí puedo entender lo necesario de un cambio constitucional radical. Pero te pongo un contraejemplo: en México la Constitución es la de la revolución de 1917. Esto no ha garantizado de ninguna forma que el país tenga un modelo de desarrollo económico incluyente. Lo digo porque creo que, a veces, se pone demasiada atención sobre la Constitución y las leyes, cuando en realidad se debería prestar más atención tal vez otros temas: la reforma de justicia, la búsqueda de mecanismos de rendición de cuentas por parte de los representantes políticos, buscar que las élites sean más responsables y –sean de derecha o de izquierda—gobiernen para la gente. Esa es creo la gran cuestión. Yo no conozco la Constitución peruana, no sé si es como la chilena que incluye incisos que defienden abiertamente el modelo neoliberal. Sí me parece que concentrarse solo en esto impide un poco ver que hay muchos otros frentes que quizás son incluso más importantes porque son más reales y pueden tener un impacto mucho más fuerte.

-Pensando un poco a futuro en el balance macro que podría hacerse de la pandemia y sus efectos en Latinoamérica, ¿es posible imaginar un recuento preciso si tenemos a países como Venezuela en donde claramente las cifras han sido trastocadas por la autoridad?

Volvemos al mismo problema de antes. En otros lugares del mundo, independientemente de quién gobierne (incluso en el Estados Unidos reciente), existen autoridades autónomas que tanto en términos electorales como sanitarios proceden de forma tal. No dependen de liderazgos. Y esto que mencionas es un problema muy latinoamericano, con una duración de un siglo: la incapacidad de estructurar un estado que no se solape con el gobierno. El estado es una cosa, queda cuando cambian los gobiernos, y tiene instituciones, normas y reglas, las cuales permiten que los gobiernos gobiernen para el bien común. Me parece que un Estado más fuerte, con instituciones más fuertes y consolidadas garantiza que se reduzca la arbitrariedad de ciertos liderazgos.

– ¿De qué manera América Latina puede aprovechar la coyuntura geopolítica mundial y salir airosa en conjunto? Si es que acaso eso es posible viendo en perspectiva los últimos veinte años de la región.

Ese es el otro gran nudo. Lo dice Ana Covarrubias en su artículo: hay una proliferación, una inflación de formas distintas de integración regional, y ninguna funciona. Es decir, no hay ninguno de estos instrumentos de integración que haya tenido una continuidad contundente desde su fundación. Han existido momentos de auge, como la OEA durante la Guerra Fría o la CELAC en tiempos más recientes, y no sé, UNASUR, Mercosur, tenemos todas las combinaciones de vocales y consonantes posibles. Yo no quiero usar a Europa como benchmark de lo mejor, sino solo para comparar con lo que ocurre en Latinoamérica. En este momento una de las claves para la crisis en Europa ha sido la Unión Europea: un plan muy grande de recursos públicos, de deuda garantizada que se utilizará para enfrentarse a los estragos económicos y sociales de la pandemia. ¿Por qué? Está claro que ciertos procesos y emergencias que pueden ser gobernados ni enfrentados utilizando el Estado Nación como unidad… ¡porque será insuficiente! La magnitud de estos retos requiere una escala mayor. El drama de América Latina es que no hay una sensibilidad real sobre el problema de la integración regional. Como dice Ana, los varios proyectos de integración han sido muy funcionales a momentos y coyunturas políticas y liderazgos. Chávez, Kirchner, etc. Falta una idea de unidad política no-coyuntural y de larga duración regional. Desafortunadamente no veo ningún líder regional que haya denunciado este gravísimo problema. Mira, hoy estamos en crisis por el COVID-19, pero cuando todo empiece a encausarse (tras la llegada de las vacunas, que será otro problema en sí el vacunar a poblaciones enteras con Estados tan débiles), tendremos a una nueva presidencia estadounidense que va a seguir con esa política de contención de China. Por otro lado, China tiene ambiciones importantes de aumentar su proyección hegemónica, y Rusia. El punto es que otra vez no hay forma de que los países latinoamericanos uno por uno pueda construir una integración regional que le permita velar por sus intereses. El riesgo es que, como ocurrió en el siglo XIX con Gran Bretaña y el XX con EE.UU., cada país individualmente busque su mejor forma de redituar su relación con el actor hegemónico de turno. Es decir, nos quedamos con Estados Unidos o habrá intentos de acoger o recibir la nueva oferta hegemónica china. Ahora, a mí me parece que esto no está bien porque es una estrategia cortoplacista. Lo que habría que hacer es identificar las prioridades latinoamericanas en términos económicos, políticos e ideológicos y trabajar sobre formas de posición común. Eso es el ideal, y es lo que le funcionaría a América Latina. No veo un horizonte en el que esto finalmente ocurra. Tal como dicen las conclusiones del libro, no vienen tiempos fáciles para la región.

-Pecando de optimismo, creo que igual estamos hablando de un continente marcado por las crisis, ¿no? Desde la independencia de cada nación siempre hubo complicaciones. Esta no es nuestra primera vez.

Es cierto. En Europa también la situación es desastrosa por la pandemia. El punto es que en la región latinoamericana –también variando según los países—hay una dificultad para cambiar los elementos estructurales que hacen estos momentos difíciles dramáticos. Ese es el gran reto. Y en ese sentido nuestro libro es ligero, pero no superficial. Y sirve para animar a pensar nuevas formas de hacer política. No se queda en la celebración de este u otro líder, muy justamente se critica a los estragos neoliberales y la incapacidad de los progresismos de hacer frente, abriendo así espacio a que se discuta otros modelos políticos económicos. Y, finalmente, diría que este libro les tiene mucha esperanza y fe a los movimientos sociales. No veo una clase política –tal vez con la excepción de Argentina—con la voluntad para cambiar las cosas. Es desde abajo que debe venir el gran estímulo. Son las movilizaciones las que obligan a responsabilizarse a las élites políticas. De ahí va a tener que venir el cambio.

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