Mario Molina: «En Perú no puedes vivir de hacer productos de la envergadura de ‘En la cara no’»

El reconocido ilustrador y humorista gráfico Mario Molina asumió “En la cara no” (Reservoir Books, 2021) como un verdadero reto personal y profesional. Según cuenta en esta entrevista, su objetivo era probar “que sí tenía la capacidad de narrar en imágenes”. El resultado no solo habla por sí solo, sino que ha sido tal vez el mejor libro publicado el año pasado en nuestro país.

Con un guion a cargo de Oscar Malca, esta novela gráfica cuenta la historia de una pandilla de amigos que va creciendo en una ciudad sórdida y castigada por una violencia casi endémica. Las ilustraciones de Molina, presentadas en tono blanco y negro, nos enrostran varias de las carencias de nuestra sociedad, poniendo en tela de juicio el discurso del éxito del ‘modelo’ económico.

En la siguiente nota, el coautor de “En la cara no” cuenta algunos pormenores sobre el largo, pero fructífero proceso creativo detrás de su obra, pero también responde acerca de su oficio, el cual conlleva más esfuerzo que simple confianza en un talento innato.

-Leí que esta novela gráfica tiene un origen buen tiempo atrás, cuando usted y Oscar Malca compartían labores en la redacción de Caretas. ¿Cómo fue transformándose aquella idea inicial en lo que es hoy el producto final?

La primera idea fue a fines de los noventas en Caretas. En aquella época un amigo en común, Sergio Carrasco, editaba una revista de cómics llamada Etiqueta Negra, de la cual salieron dos o tres números. Pensando en publicarla ahí, Oscar me planteó una historia muy breve, que vendría a ser un capítulo de la novela final. Era la escena del chico que iba al departamento de la novia del amigo a reclamarle algo y, finalmente, terminaban enredados. Bueno, esa idea empecé a bocetarla, pero la revista dejó de salir, así que la cosa quedó dormida. Hasta que en 2011 le propuse a Oscar retomar la idea porque había la posibilidad de presentarla al concurso de novela gráfica de Contracultura. Y ahí intervino Benjamín Corzo, animándonos a alargar la historia hasta que se convierta en una novela gráfica. Ahí comenzó el trabajo largo, tortuoso e intermitente que devino en el producto que tienes entre las manos.

-Entonces, más que ver el nacimiento de un hijo, esto ha sido como verlo ir a inicial y primaria…

Sí, la parte mala ha sido la demora, el tiempo que nos tomó, pero lo positivo es que el libro nos salió redondo, porque tuvimos más tiempo para pensarlo y madurarlo. Casi en una especie de montaje cinematográfico, Oscar editó y ajustó varios detalles de la historia. De mi parte, pude cuajar el dibujo. Hay páginas que –al haberlas revisado mucho tiempo después– pude corregir. Yo temía que al haber sido un trabajo de tanto tiempo haya diferencias en el dibujo, pero creo que en lo visual el resultado es coherente.

-Uno imagina que, siendo ustedes amigos, el trabajo era más fácil, pero igual este era un proyecto complejo. ¿Se dieron en algún momento desacuerdos o diferencias de planteamiento?

Diferencias, claro, pero con Oscar nos conocemos hace muchos años y siempre hubo manera de resolver las cosas de manera amigable y civilizada. Por momentos había un poco de hartazgo y hasta desaliento, porque la cosa demoraba mucho tiempo, pero felizmente todo fue superado y el libro finalmente salió.

Mario Molina busca seguir publicando historietas.

-Hay algunos elementos que llaman notoriamente la atención. Quizás uno de los principales es la presencia permanente de ratas y palomas. Las primeras uno puede asociarlas a la corrupción, y las segundas, generan sensaciones contrapuestas: libertad, pero también invasión. ¿Qué nos quería decir con ambos elementos?

Esa fue una idea de Oscar, desde el comienzo. Él ve un poco a las palomas como una especie de ratas con alas. Son animales invasivos que dejan su marca, sus desperdicios por toda la ciudad y la ensucian. En ocasiones son tan invasivas que existen ciudades que no saben muy bien qué hacer al respecto. En París, por ejemplo, no saben cómo salir de ese apuro. Se trata de animales que, si bien se han ganado una imagen romántica, en ocasiones resultan invasivas.

– ¿La presencia de esta pandilla de amigos protagonistas de la historia representa cómo la violencia se va repitiendo casi cíclicamente? Del colegio a la adolescencia y luego en el trabajo, como militares o policías. Como si uno no pudiera desligarse de lo oscuro…

Yo creo que lo que ha querido expresar Oscar con eso es que se trata de chicos a los que la sociedad no les da mayores oportunidades y comienzan en ese mundillo de pequeños hurtos, de la venta de exámenes, de pequeñas extorsiones, y conforme van descendiendo se meten en cosas mucho más sórdidas y violentas. Es como la “única salida” que les queda para poder sobrevivir.

– ¿Qué le aporta el tono blanco y negro a las ilustraciones en una novela como “En la cara no”?

No queríamos una cosa colorida. Se trataba de dar una imagen sórdida respecto a la vida de estos chicos. Y nos parecía a ambos que esta especie de duo-tono expresaba un poco esa idea. Por otro lado, hay un capítulo en el que se presenta un paralelo entre el rapto de un empresario en la noche y una especie de símil de la matanza de Barrios Altos. Oscar me dijo, ¿por qué no la ponemos en tonos azules para que se diferencie más la escena de noche? Esa fue la única variación de color que hay dentro del libro. Y creo que quedó muy bien.

-Es una novela gráfica protagonizada básicamente por hombres tal vez porque ocurre en una ciudad de hombres. Salvo, claro, la escena que usted cuenta originó el proyecto muchos años atrás. ¿Cómo son las mujeres que aparecen en “En la cara no”?

Esta chica de la escena se coloca en el mismo nivel que los hombres. No se deja avasallar por ese machismo que carcome la sociedad peruana desde hace muchos años. Es algo que tenemos metido en nuestro ADN y en el momento que llegamos a ser conscientes de eso tratamos de ir contra aquella forma en que hemos sido ‘seteados’. Y la chica no se deja, intenta estar al mismo nivel, no dejarse ‘pisar el poncho’. Pero sí, tanto Oscar como yo consideramos que al libro le ha faltado algo más de presencia femenina. Tal vez por cuestiones de tiempo dejamos de lado escenas con más chicas.

-En el libro aparece ‘El Boga’, que uno presume representa al ‘Doc’. ¿Tenían claro que era imposible hablar de los noventas sin Montesinos y Fujimori?

Claro. Oscar quería que fuera una cosa media atemporal, pero también con algunas pistas ancladas en la realidad que todos hemos vivido en los noventa. Por esa razón en ese capítulo nunca se ve la cara completa del personaje. Hay una alusión directa a Montesinos, pero más que el ‘Doc’, se le llama ‘El Boga’. Usé la imagen clásica del video en el que él se acerca a un espejo para arreglarse la corbata, pero en mi ilustración no se le ve la cara en su totalidad.

Página 175 de «En la cara no».

– ¿Podemos asumir que, al menos desde la ilustración, se buscó dar el golpe desde la primera página? Lo digo porque abren la historia con esa contradicción de ver a una Lima sucia y sórdida, pero que la publicidad nos vende como una ‘Ciudad jardín’…

Creo que, en términos del guion, Oscar buscaba en ese primer capítulo situar la historia en esa realidad que nos han querido vender con toda esta onda del neoliberalismo, donde el Perú es supuestamente un país emergente, en el que todo sale bien. Pero no es así. Basta salir a la calle, mirar a la gente sin trabajo y notar que eso no corresponde a lo que nos han querido vender. Y esto engancha con la temática que Oscar trabajó en su novela anterior, que es básicamente que la realidad es dura y si no eres lo suficientemente fuerte para enfrentarla, esta te come. Así que debes tener mañas y recursos para sobrevivir. Yo creo que ese primer capítulo quedó muy logrado en el sentido de que yo he querido hacer un paralelo entre el texto, con imágenes que hacen una especie de contraposición irónica. O sea, Lima ciudad jardín, pero con un desagüe de fondo.

-Más allá del famoso ‘deadline’, ¿cuál es la principal diferencia entre hacer caricatura política diaria y este tipo de novelas gráficas?

Son varias las diferencias. A nivel narrativo, la caricatura es una sola imagen en la que debes contar toda una historia. Sin embargo, meterme a hacer algo como “En la cara no” era de alguna forma probarme como narrador en imágenes. Mira, mi primer acercamiento al dibujo desde muy chico fue con historietas, pero nunca me metí en un trabajo con la envergadura de este. Así que este libro fue como demostrarme a mí mismo que sí tenía la capacidad de narrar en imágenes, hacer historietas. De otro lado, ni en Perú ni en otros países puedes vivir de hacer productos de esta envergadura. Se trata de algo que te toma mucho tiempo y necesitas tener un trabajo que te sostenga mientras te embarcas en una aventura de este tipo.

-Vemos en el libro lugares y sus particularidades, como la Iglesia de Magdalena, el mercado, la cabeza de chancho sobre el mostrador de un local, o la gente comiendo su menú. ¿Esos detalles han requerido varias visitas a los espacios o fue suficiente con la memoria personal?

La memoria juega un papel importante. Tanto Oscar como yo hemos vivido buena parte de nuestra vida en Magdalena, pero sí hemos regresado algunas veces allí para caminar, comernos un ceviche y tomarnos una cerveza. El distrito ha cambiado mucho, claro. A raíz de la presentación del libro, para hacernos unas fotos, aproveché para ir con mis hijos y recorrer lugares. Ya no es la Magdalena en la que Oscar y yo hemos vivido, aunque hay algunos rincones que conservan su deteriorado encanto de los noventa.

LOS INICIOS DE MARIO MOLINA Y SUS PROYECTOS A FUTURO

– ¿Podría hablarme de sus inicios? Me queda clarísimo de que lo suyo es un talento, pero que necesita de mucho esfuerzo. ¿Cuándo se dio cuenta que esto podía pasar de una afición a algo realmente serio?

A mí siempre me gustó dibujar, desde el colegio. Yo estudié en el Franco Peruano y tenía contacto con varias historietas francesas, y las leías, claro. Luego en los años finales de la escuela, a raíz de un chico que vivía en Francia y vino un año a estudiar a mi colegio, descubrí una revista con un concepto súper avanzado para su época, con historias medias locas, con dibujos a veces caóticos, pero siempre de primera calidad. Eso me impresionó mucho y poco a poco fui ampliando mis referentes. Luego, ya en la universidad, donde estudié Comunicaciones, mi hermano me dijo un día: ‘¿Por qué no vas a buscar trabajo como dibujante? Estás perdiendo plata’. Y tuve la suerte de que a Enrique Zileri de Caretas le gustó mi trabajo, y comencé a ir como ilustrador. En esa época la revista salía quincenalmente, y primero yo buscaba los artículos para llevarlos a mi casa. Conforme pasaron los años ya empecé a trabajar en una redacción. Luego ya en los noventa me propusieron hacer humor político en Gestión. Acepté sin saber mucho a qué me metía. Luego estuve en El Comercio. Ahora estoy semanalmente en La República y, efectivamente, esto es un aprendizaje de toda la vida. Vas acumulando experiencia, ganando confianza en tu trabajo. Yo soy muy exigente conmigo mismo. La prueba es que en esta historieta hay páginas que he re hecho, porque tal vez vi que el dibujo no estaba bien cuajado, no sé. Hay un primer germen que es el talento que puedas tener, pero gran parte de todo esto es trabajo, ponerte a prueba, plantearte desafíos e intentar superarlos.

– ¿Tiene referentes que podría citar?

Un dibujante que me gusta mucho es el argentino Eduardo Risso, autor de “100 balas”. En esa historieta ves dibujos muy limpios, con líneas muy finas, pero también me gusta la manera en cómo compone las páginas. No es una forma tradicional: rompe los marcos, mete un dibujo por aquí y otro por allá. También me gusta R.M. Guéra, que ha publicado “Scalped”, una novela gráfica en varios tomos. Tiene dibujos muy realistas y una forma de componer la página mucho más libre. Luego hay otros como Mike Mignola o Cyril Pedrosa, que tiene un libro titulado “Portugal”, que trata sobre una etapa de su vida en la que tuvo una especie de sequía creativa y un familiar le propuso que se quede en la casa donde pasó sus primeros años, y ese encuentro con sus raíces le abrió una gran posibilidad creativa. Ahí nació esa extraordinaria obra.

-Un tema que ha sido recurrente en varias de las últimas novelas gráficas publicadas en Perú es la violencia política. ¿Cuál es el plus que le puede dar lo gráfico a historias que ya hemos visto en reportajes, películas y documentales?

Como en toda manifestación artística, se trata de reelaborar la realidad en base a una historia que permita al lector darle una visión distinta, con otros tipos de referentes, que cuestione la realidad misma, o que trate de explicarla de alguna manera que no han hecho ya los noticieros y periódicos. Y ayudar a reconocernos en esa realidad, tomar conciencia que venimos de esos conflictos, de esa violencia, y que tenemos que de alguna forma superarlos y evitar repetir los errores del pasado.

-Siendo su primera experiencia con una novela gráfica ha logrado muchos elogios. ¿Qué se viene para más adelante dentro de este mismo ámbito?

Quiero seguir con las historietas. Hay un tema relacionado al mito del Inkarri que estoy trabajando. Ahora lo tengo medio dormido porque me he tenido que dedicar a otras cosas. Lamentablemente, no puedes dedicarle el 100% de tu tiempo a estas cosas, porque tienes que trabajar para vivir. Pero quisiera sacar mi libro bastante más rápido en comparación a este, tal vez en año o un año y medio máximo.

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