Juan Carlos Ortecho: «‘La fe de ayer’ es una forma de saldar cuentas con el niño que fui»

Mucha agua corrió bajo el puente desde aquellos años 1998-1999 en que Juan Carlos Ortecho, entonces estudiante de derecho, imaginó lo que podría ser su primer libro. Entre clase y clase, el hoy periodista deportivo ‘boceteaba’ líneas de un proyecto que tendría varias etapas.

Según cuenta en esta entrevista el autor de “La fe de ayer: Amor, fútbol y revolución” (Plaza & Janés, 2022), aunque su plan tuvo idas y venidas, jamás dejó de darle vueltas en la cabeza. Así pues, siete años atrás, empezaría el proceso real de construcción de una propuesta muy de iniciación, situada en el Perú de la segunda mitad del siglo pasado.

“No sé si mi novela sea o no buena, o si tenga alguna trascendencia, pero sí estoy orgulloso del trabajo que hice para que salga”, señala Ortecho, quien ha logrado un libro difícil de clasificar en cualquier estante de librerías. Memorias personales, datos históricos y retazos de ficción se combinan en la historia de un pequeño que encuentra en el fútbol un refugio ante el temor que le genera la sola idea de ver a sus padres separarse.

A continuación, nuestra entrevista a Juan Carlos Ortecho sobre “La fe de ayer”, su primer libro, ya a la venta en las principales librerías del país.

¿Hace cuánto surge la idea de publicar un libro como “La fe de ayer”?

Todo comenzó cuando era un estudiante de derecho en los años 98, 99, no el libro en sí, sino la idea genérica. Y surgió luego de leer “Fiebre en las gradas” de Nick Hornby. Ese libro es un rito de iniciación y crecimiento de un hincha del Arsenal. Sin embargo, esa obra es, tal vez, más futbolera que la mía, más allá de las apariencias que pueda tener “La fe de ayer”, desde su portada hasta su estructura, organizada en relación a determinados partidos. Entonces, entre mis clases de derecho escribía algunas ideas iniciales en mis cuadernos, las cuales no están exactamente iguales hoy en mi libro, aunque tienen alguna relación. Pero fue hace siete años que sí empiezo propiamente el proceso de escritura del libro.

“La fe de ayer” tiene muchas referencias a música y goles, pero pasa hace lo mismo con otros libros. ¿Esto es por alguna razón en específico? ¿Cómo te consideras como lector?

Más allá de alguna mención a Bryce, Horacio Quiroga, Martí, Cortázar y Vargas Llosa –estos últimos que salen en algún episodio real vivido por mis padres–, no hay mayores referencias a libros. Y pienso que fue algo intencional pues no quería que se piense que “La fe de ayer” tenía algún tipo de pretensión literaria, aunque finalmente solita esta haya salido. Creo que, aunque el periodismo me llevó por otro camino, la literatura siempre ha sido una de mis obsesiones principales. La literatura y el boxeo, por supuesto.

Justo te iba a decir que, salvo un par de nombres, no hay boxeo aquí…

Hay una mención a la pelea Alí versus Fraser –que fue el mismo día de un Perú versus Brasil de la Copa América de 1975—, además de una mención al titular de un periódico sobre una pelea de Durán versus Benites, y luego a una pelea a la que fui durante mis vacaciones en California entre Alberto Sandoval y Lupe Pintor por el título mundial de los gallos, pero fue buscando situar en contexto algo que vivía el Perú entonces. Tal vez no evocar mucha literatura ni boxeo fue algo intencional porque se trata de cosas que bien podrían merecer otro libro.

¿Qué tipo de comparación podríamos hacer entre los dos deportes que más te apasionan: el boxeo y el fútbol? A primera vista lucen muy distintos…

Sí, son deportes muy distintos. De hecho, mi verdadera pasión por el boxeo nace en la adolescencia y no en la niñez, que fue básicamente ligada al fútbol. Pienso que la pasión por el boxeo es mucho más madura, íntima y racional –aunque suene absurdo porque se trata de dos personas tirándose puñetes versus 22 tipos corriendo tras una pelota— que la que genera el fútbol. Además, me parece algo más propicia para la literatura.

A lo largo del libro hay esta sensación latente de un niño que siente inminente la separación de sus padres. No sé si hoy ver a tus padres separarse es menos traumático que lo que era en los 70’s.  Cómo podrías describir ese estado previo a que se rompa todo…

Era una sensación de constante angustia. Yo viví en una época que las separaciones y los divorcios no eran algo poco común. Muchos de los padres de mis amigos ya lo habían hecho. Sin embargo, en lo particular esa sola idea de separación me aterraba. Y eso generaba en mí angustias no muy distintas a las que puede generar la incertidumbre de un partido de fútbol. No quiero trivializar las cosas, pero por eso el libro tiene dos caminos paralelos. Lo que me robaba el pensamiento la mayor parte de mi día era esta situación de discusiones y de posible ruptura (entre mis padres). Esa inminencia generaba una angustia tal, que cuando eso finalmente se produce la cosa no resultó ser tal como la imaginaba. Al final lo que quise contar en el libro fue la historia de un niño que vive con esa incertidumbre y lo que tiene es una sensación de profundo terror al abandono. Y creo que esa ansiedad de separación le genera angustias que termina tapando con el fútbol.

¿Cómo fuiste armando la estructura de la novela y puliendo el texto hasta ya tenerlo listo para publicarse? El libro tiene mucho de recuerdos, pero también momentos tipo crónica y has añadido incluso momentos 100% ficción. ¿Te volaste muchas páginas?

El manuscrito original tenía un poco más de 400 páginas. Mi neurosis de periodista me obligó a verificar muchos datos. Algunos me han dicho que se ‘pierden’ en la parte del fútbol porque hay una descripción casi periodística en algunos momentos, tal vez porque soy periodista y ejerzo hace más de veinte años. En lo literario me considero un autodidacta. Siempre he sido un ávido lector. Creo que el resultado final denota un proceso de crecimiento en esta orfebrería que es escribir un libro. No es que haya escrito una novela a lo largo de siete años. Primero me recluí en unas vacaciones en el Cusco. En un mes tuve cinco capítulos. Luego retorné a Lima y no pude retomar. Pasó mucho tiempo. Luego regresé. Pasaron algunos años y nunca dejé de pensar en él. Como te dije ya, eran más de 400 páginas, 150 notas al pie, con referencias a fuentes hasta de YouTube. Lo único que ha quedado de todo eso son los códigos QR que te dirigen a un playlist de Spotify con unas canciones. Y algunos datos que estaban en notas al pie los incorporé al texto o simplemente los suprimí totalmente. Ahí la editorial me ayudó mucho, claro.

Así como aludes a Universitario y Alianza Lima en el libro, alguien que también mencionas mucho es Humberto Martínez Morosini, que es como la voz que acompaña la narración, a punta de gritos de gol y frases hechas. ¿Crees que hoy se conserva ese espíritu periodístico/radial que representaba Don Humberto o es que ya todo es distinto?

Los de mi generación creo que todavía tenemos mucho de esa época. De Pocho Rospigliosi, de Martínez Morosini. Para los que hacemos periodismo deportivo en radio y televisión tenemos eso como referencia. Los más chicos tal vez no, porque solo lo conocen como un nombre. Los más chicos tal vez tendrán como referencia a Daniel Peredo o a Miky Rospigliosi. De hecho, pienso mucho en Pocho, en Martínez Morosini, a quienes escuchaba y quienes me hicieron pensar en algún momento que yo podía hacer lo mismo.

El booktráiler del libro «La fe de ayer».

Más allá de diferentes intentos por masificar otras disciplinas, ¿por qué crees que el fútbol sigue siendo el rey en cuanto a su práctica en todo el mundo?

Es fácil de entender en primera instancia. Es un juego muy simple. De hecho, un niño lo entiende inmediatamente. La primera vez que vi un partido a mis cinco años lo entendí. Es un recuerdo que está en el libro. Y además el fútbol tiene esta pulsión de emociones y de incertidumbre. Por ejemplo, en los Mundiales pueden pasar cosas como que Marruecos clasifique primero o que Japón sea la sorpresa. Creo que otros deportes no tienen con tanta frecuencia la posibilidad de que el más chico de repente le puede ganar al más grande en una tarde inspirada. O pateas una sola vez al arco y el otro quince, pero tú ganas. Los otros deportes no tienen esa carambola que evoca la vida.

Más allá de que no estamos ante una novela política, sí hay mucha de esta en sus líneas porque uno de sus personajes es el arquitecto de izquierda José Carlos Ortecho, casado con una mujer que tiene un fuerte vínculo con Cuba. ¿Crees que estos hechos han afectado en algo tu propia posición política?

Sí. La política estuvo presente desde siempre en mi casa. Tuve muy claro el mapa geopolítico del mundo desde muy chico, porque yo lo vivía directamente. Mi padre era un hombre de izquierda que se fue a vivir a Cuba. Era un comunista de convicción y de consecuencia. A mí me da risa ahora porque a cualquiera que no piensa como tú le dicen comunista. O porque pides educación gratuita eres ya un comunista. Entonces, me río porque yo sí sé lo que es un comunista porque viví con uno en casa siempre. Tuve una edad en la que mi padre era como un ‘Dios’ y yo estaba convencido de que en algún momento todo sería comunista como él me decía, sin embargo, agradezco que mi madre no lo era. Entonces, pude obtener lo mejor de ambos mundos. Tal vez también lo peor. Y pasó esto porque mi madre era cubana, cuya familia fue quebrada por la revolución, más allá de ciertas simpatías iniciales que tuvo hacia Fidel. A mi abuelo le quitaron sus empresas, y lo cuento en el libro. No sé si decir que mi mamá era de derecha, sino más bien conservadora, y evidentemente con una experiencia nefasta con la izquierda y con la revolución cubana. Todo esto hizo que en mi adultez sea un hombre absolutamente ajeno a cualquier entusiasmo ideológico, ni de izquierda ni de derecha. Y más bien creo que la política –que no es mala per sé—tal cual la conocemos, es algo en lo que no me quiero inmiscuir porque me aburre. Hay otras cosas mucho más importantes y trascendentes en mi vida.

Está en el libro la descripción de cuando llegas a probarte al Lolo Fernández y te dicen que no, porque incumples con la edad mínima.

¡Esa parte no es para nada ficción! (Risas)

Pero no hay mayores detalles sobre por qué no terminas avanzando, y menos sobre si eres bueno o malo como para llegar al nivel profesional. ¿Qué pasó ahí?

Mi padre dejó de llevarme a entrenar porque estaba muy metido en política. Luego nos fuimos a Cuba. Sin embargo, el que es bueno finalmente llega, así que queda entre líneas que no era tan bueno. Pero tampoco era muy malo, porque de adolescente jugaba en las selecciones del colegio. Creo que fui un lateral derecho cumplidor. Pero también he dejado esa parte fuera de la novela. En sí, mi interés por el fútbol nace por la idea de ir a jugarlo. Luego recién descubro que hay todo un mundo afuera y este espacio que será sujeto de mi devoción toda la vida: la U, el estadio, Lolo Fernández, las camisetas, el uniforme, y todo lo que genera que uno se convierta en hincha.

En tu libro está el saltito de Enrique Casaretto, el penal tapado por Quiroga, el 6-0 ante Argentina. Son como fogonazos de muy buena memoria deportiva. ¿Cómo los elegiste? ¿Llevas un bloc donde tomas nota de ‘mis grandes recuerdos deportivos’?

Sí. Hay partidos que son fundamentales en mi biografía de hincha. El saltito ante Brasil, el partido ante Escocia, que está dentro de un capítulo largo con varios detalles y mucho componente de ficción, pero sobre todo vinculada a lo que pasaba en mi sala entonces. Recuerdo a muchas personas en mi sala durante la transmisión, pero hay muchas cosas que han sido acomodadas para generar un efecto dramático, literario, pues toda mi atención estaba en la pantalla del TV. Lo que hice fue, gracias a varias plataformas, volver a verlos (esos partidos) y con una libreta anotar cada jugada y luego para efectos de la escritura he ido emparentando lo que pasaba en los partidos con momentos personales. Y al mismo tiempo he hecho decenas de viajes a la Biblioteca Nacional del Perú para verificar periódicos, no solo de fútbol, sino de lo que pasaba en lo político y social en el país en ese entonces.

Precisamente te iba a mencionar eso. Este es un libro de memoria y de verificación. No es solo tus recuerdos, sino algo trabajado en bibliotecas, revisando periódicos y mirando muchos videos.

Claro. Si tomas cualquier dato o evento lo podrás corroborar bibliográficamente. No solo en El Comercio, sino también en Caretas, La Crónica, mirando listines cinematográficos. Ha sido un trabajo bastante largo. No sé si mi novela sea o no buena, o tenga alguna trascendencia, pero sí estoy orgulloso del trabajo que hice para que salga.

En la novela pareciera que el niño, Juani, toma posición por su padre mucho más que por su madre. Lo defiende, evita juzgarlo, pero sí describe lo que pasa con él. ¿Podemos pensar que este libro es saldar una especie de deuda pendiente con tu papá?

No. Yo terminé en paz en mi rol como hijo. Mi papá falleció hace poco más de dos años. Su muerte fue uno de los factores centrales en mi decisión de concluir este libro. Él fue un hombre extraordinario en la cotidianeidad, en el amor por sus hijos, en su convicción y en su consecuencia. Ahora, esto que cuento de que siempre tomaba partido un poco más por mi padre era tal vez porque sentía que ella era la persona más inmediata que podía generar la separación, entonces, por eso es que de repente soy un poco injusto con ella, pero finalmente termino reivindicándola. Alguien por ahí incluso me ha dicho que “La fe de ayer” podría ser una declaración de amor a mi mamá y no lo sé. Sin embargo, más que saldar cuentas con mi padre el libro es una forma de saldar cuentas con el niño que fui. Es una manera de decirle a este niño que todo estará bien, que nadie lo abandonará y que la U será campeón otra vez.

Sabes mucho de boxeo y como pasa en ese deporte, en la literatura se da, pero también se recibe. ¿Eres consciente de que algún ‘palito’ podría caerte de quienes se atrevan a leerte?

Sí, seguramente. Mira, lo que he querido evitar es que sea un libro que se parezca demasiado a “Fiebre en las gradas”. No sé si ha sido exitoso el intento de crear algo nuevo. El libro de Nick Hornby también está estructurado en base a partidos. Esa fue una decisión que yo tomé. Pero “Fiebre…” es muy inglés y, además, es una historia del hincha, con apenas algunas pinceladas de lo que le pasaba a él. El mío tiene algo mucho más fuerte detrás. Sin que esto quiera decir que “Fiebre en las gradas” no sea un libro extraordinario, porque para mí lo es. Sería un sacrilegio decir que es el mejor que he leído, pero tal vez sí el que más me conmovió.

Como buen editor supongo que estás atento a las cifras. Más allá de la etapa inicial de disfrutar el libro ya publicado, ¿qué se viene luego? ¿Te gustaría seguir escribiendo a corto plazo?

Creo que este libro ha demostrado que, no sé si bien o mal, puedo escribir. Tengo cosas en mi cabeza. No quiero que pasen siete años otra vez. Todo el mundo me habla del boxeo. Hay cosas de eso, pero lo que venga no necesariamente será sobre eso, como tampoco necesariamente será sobre fútbol. Hay temas que tengo ahí, tal vez en un espacio no tan claro, sin embargo, lo que tengo claro es que no quiero perder mucho tiempo más.

Finalmente, más allá de tener a Juan Carlos Oblitas en la portada de tu libro, ¿cuál es tu top 5 de futbolistas de la selección peruana que viste jugar?

Cubillas, el primero. Diez goles en los mundiales y vigencia en la etapa más importante del fútbol. Julio César Uribe me hizo soñar. Me parece que es el más talentoso. César Cueto fue uno de los jugadores que más he gozado como hincha y siguiendo a la selección. Paolo Guerrero es el mejor nueve que he visto con la selección y, claro, Juan Carlos Oblitas. No soy zurdo, pero soñaba jugar como puntero izquierdo por mi admiración a él. Más allá de que se fuera a Sporting Cristal dos veces –como jugador y como entrenador—con el tiempo lo llegué a entender.

Compártelo