Asumir el periodismo como un aprendizaje perpetuo le ha permitido a Jesús Ruiz Mantilla mantenerse tres décadas escribiendo en El País, el principal diario escrito en castellano. Ingresó allí en 1992 y, tras pasar por un par de áreas, recaló a mediados de dicha década en la sección de crónica musical. Desde entonces fue poco a poco sumergiéndose en un universo sumamente particular donde términos como ópera, música clásica o belcanto eran pan de cada día.
Pero como cada género es, fundamentalmente, quien lo interpreta, Ruiz Mantilla se ha pasado casi dos décadas y media tras los pasos de los divos de la ópera. Así pues, sentado en una butaca primero y entrevistando grabadora en mano después, ha conocido a personajes inolvidables como Luciano Pavarotti, controvertidos como Plácido Domingo o encantadores como Juan Diego Flórez.
“Divos”, una confirmación del carácter ecléctico de la obra de este periodista nacido en Santander en 1965, presenta una serie de perfiles a divos agrupados en tres secciones. En la primera (Divos del futuro), aparecen los valores algo más jóvenes, como el ya mencionado Juan Diego Flórez, la estadounidense Sondra Radvanovsk y el mexicano Javier Camarena.
El segundo capítulo se titula «Divos del pasado» y contiene retratos suculentos sobre personalidades de la talla de la rusa Anna Netrebko, los españoles Josep Carrera y Plácido Domingo, o el mítico tenor italiano Luciano Pavarotti. Finalmente, el autor ha añadido un tercer capítulo (“Los divos del despacho”) en el que perfila a quienes, tras bambalinas, propician que esta vieja, pero inmortal maquinaria de la ópera, se mantenga en pie en medio de tantas dificultades.
Ha incluido a Juan Diego Flórez en la sección ‘Divos del futuro’ de su libro, sin embargo, ¿conserva el tenor peruano algunas características de los divos del pasado, o podemos hablar de una renovación total de esta figura?
Muchísimas, porque al ser un divo del futuro no quiere decir que anules las capacidades del divo del pasado, sino que integras las mejor de este último y vas un paso más allá. Juan Diego integra perfectamente las mejores características de la tradición de los divos del belcantismo, y no solo es cauto, sino que al centrarse sobre todo en la especialización –algo muy importante—lo torna muy interesante como divo del futuro. En el fondo, lo que hace Juan Diego Flórez es seguir el camino de un divo del pasado como Alfredo Kraus.
En el fútbol se suele decir que, por ejemplo, en Brasil, los cracks salen de las favelas de donde salió Pelé. ¿Hoy de dónde vienen saliendo las futuras estrellas de la ópera y la música clásica?
No creo que estén todos en las favelas, pero el caso de Juan Diego fue muy curioso en dicho aspecto, porque viene de un extracto muy humilde, y sí pienso que venir de ahí les dan más ganas de triunfar, como si tuvieran más rabia dentro para demostrar lo que son, porque les ha costado muchísimo más que al resto llegar hasta donde llegaron, y una vez ahí se empeñan mucho en destacar porque saben precisamente que ese triunfo les costó. Pero siempre en la historia ha sido así. Ha habido muchísimos divos que vienen de extracciones muy humildes, y eso les da una ventaja a la hora de la motivación.
Si hablamos de los millonarios contratos, ¿podemos hablar de un antes y un después de la existencia de Los Tres Tenores (Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y Josep Carreras)?
Yo creo que sí, que ellos marcaron en eso una diferencia. Sobre todo, porque, después de llenar estadios y hacer giras multitudinarias, los discos y las discográficas acompañaban todo eso. Y les hacían contratos millonarios porque en esa época se vendían discos. Y hay que tener un factor en cuenta que ocurre después de Los Tres Tenores: se hunde la industria discográfica y eso cambia otra vez el panorama. En cierta medida, eso es bueno para la escena porque es otra vez donde –como antiguamente—los divos tienen que demostrar lo que valen, y lo que valen es lo que son en escena. De hecho, se dan fenómenos curiosos como el de Javier Camarena, que hasta los 40 años no graba un disco. Así pues, para el divo, el hundimiento de la industria discográfica vuelve a darle la medida real de su importancia, de su valor a través de lo que muestra en escena y no en los discos. Eso es muy sano.
Usted menciona en su libro a varios divos. Si partimos de la premisa de que todos tienen un gran talento, ¿qué hace que algunos como Pavarotti y Plácido Domingo lleguen a ser globales, conocidos en todos los rincones, mientras que otros no?
Bueno, hay una voluntad clara por parte de los tenores que mencionas de darse a conocer a nivel mundial. Cuando tú haces una carrera artística trazas estrategias. En la voluntad de algunos de ellos estaba el deseo de darse a conocer en los máximos foros, pero en la de otros no, y tal vez solo estaba cantar bien, conservar la voz, ser grandes en la medida de sus posibilidades o de ciertos lugares donde se sentían más seguros. Lo que pasa con Los Tres Tenores es precisamente que tienen una voluntad global de darse a conocer en todo el mundo, de ser famosos, es decir, adoptan la cultura pop a nivel planetario. Y una figura pop debe ser conocida, como un cantante de rock o como una estrella de cine, y eso es estrategia pura.
Si esta industria de la música clásica fuera una cadena, ¿cuál es el eslabón que falla e impide que se convierta en masiva?
Es que nunca será masiva, porque implica un esfuerzo de parte del oyente. Un esfuerzo de estudio, económico (porque si quieres ir a la ópera es algo caro, aunque seguramente menos que muchos conciertos de pop y rock), pero sí que implica un esfuerzo intelectual importante de parte del oyente. No todo el mundo está dispuesto a hacerlo. Y eso es legítimo, no pasa nada. Tú eres espectador en cuanto recibes un placer inmediato y lo que buscas es evadirte. El mundo de la ópera no, pues requiere tu compromiso de formación como espectador. Eso la convierte en un arte minoritaria. Además, ir a la ópera no es tan fácil como ir a un concierto de reguetón que vas, te plantas, bailas, cantas, te desahogas y ya. En la ópera debes sentarte, ver una propuesta escénica, muchas de las cuales son complejas. Esto requiere un esfuerzo estético mayor, y por eso nunca será un arte masivo. Pero no pasa nada tampoco con ello. No hay que obsesionarnos, porque la poesía tampoco es masiva y no por eso deja de ser importante.
En su libro dice que no todos los cantantes deben buscar cantarlo todo y, sobre Juan Diego Flórez, asegura que no tiene una voz tan potente, pero sí muy hermosa. Teniendo en cuenta estas dos cosas: ¿cuál podría ser el techo del tenor peruano?
Él ha roto el techo muchas veces, con cuidado y mucho cerebro. La clave de Juan Diego es la frialdad con la que ha afrontado su carrera, la medida con la que ha dado sus pasos. Nunca ha hecho una locura. Cuando ha tomado una decisión arriesgada estaba segurísimo de lo que iba a hacer. Aun así, él pensaba que con 30 años que no iba a hacer determinadas cosas que está haciendo y que Pavarotti sí dijo en su día que tendría que hacer. Y acertó Luciano, porque es la voz de la experiencia, y Juan Diego se fue adaptando a esa profecía que hizo Pavarotti sobre él. Pero siempre se ha ido adaptando con mucha cautela y seguridad. Y eso es lo que le hace llevar casi treinta años sobre los escenarios en unas condiciones extraordinarias. La cautela, hacer siempre lo que estaba seguro de que podía hacer bien es lo que le ha permitido ser un divo de los que duran. Y a Juan Diego se le suma el factor tiempo: lleva en la cumbre veinticinco años más o menos desde su debut y eso es admirable. Yo creo que hoy ser un divo al máximo nivel durante mucho tiempo es algo que pocos logran, tal vez contados con los dedos de la mano. Y Juan Diego es uno de ellos.
Ha dicho usted también que en el caso de Plácido Domingo (tenor aún en actividad sobre el que aparecieron múltiples denuncias de acoso en un reportaje de la agencia AP) este ha sido ‘utilizado’ por un público retrógrado que lo ve como estandarte de ideas cavernarias (al no cuestionar su supuesto comportamiento fuera de escena). ¿Puede esto decirnos algo sobre el público que asiste a escuchar ópera?
No creo que hay que generalizar. No creo que todo el público de la ópera apoye a Plácido Domingo. Al contrario, existe una gran división de opiniones. Pero no es tanto por lo que ha caído sobre él en los últimos años, sino porque también es un mal cantante. Es muy malo. Plácido tuvo que haberse retirado hace diez años, y tal vez no hubiera pasado lo que pasó, o no hubiese estado tanto en el foco como para que se le atacara tanto. Yo creo que hay mucha gente (que va a la ópera) que rechaza la figura de Plácido en el sentido de su comportamiento según determinados aspectos. No podemos generalizar con que todo el público de la ópera lo respalda. Existen muchos partidarios suyos y no partidarios de la ópera que lo defienden por ese aspecto que lo ha convertido en símbolo de ciertos sectores retrógrados. Pero tal vez es gente que nunca en su vida ha ido a la ópera, sino que lo utilizan porque creen que es un símbolo del machismo perdido, de aquella mentalidad medieval que hasta hace muy poco ha dominado el espectro de nuestras sociedades. Él se está dejando utilizar para ser desagraviado por esos elementos y esas ideologías que para mí representan una barbarie pasada. En ese aspecto está siendo muy poco inteligente y viene siendo superado por los acontecimientos y por los cambios sociales que estamos todos viviendo.
Ha dicho que como cronista musical no se juega la vida… pero sí el empleo. O se lo jugaba en estas más de dos décadas trabajando de esto en El País. Si volteamos la situación, ¿llega en algún momento ‘el cronista musical del diario El País’ a sentir poder?
No. Si sintiera eso me temblarían las piernas. No soy una persona que me guste el poder, al contrario, me gusta enfrentarme al poder. Lo que he podido tener es influencia, pero no poder. Pobre de mí (si fuera así). Soy un periodista, un escritor, que en lo que se basa su carrera es en el desafío al poder. Así que si un día llegara a sentirlo me retiraría.
En el libro se califica a sí mismo como “un enterao que se metió a la piscina”, en referencia a su ingreso a la crónica musical a mediados de los noventa. ¿Cómo ha cambiado la música clásica y la ópera su vida personal a lo largo de dos décadas? ¿O esto es algo que solo escucha durante su trabajo periodístico?
La música clásica se ha convertido en un placer, en un entretenimiento para mí. Antes corría el riesgo de que fuera solo un trabajo, pero no. Subsané esa carencia de sabiduría en el terreno de la música clásica estudiando, preparándome, leyendo y conociendo a fondo el terreno que pisaba, cuando yo creía en el principio que no tenía la suficiente preparación para eso y tuve que disimular. Luego, estudiándola a fondo, metiéndome mucho en ella, me di cuenta que demandaba ese placer, ese conocimiento que mencionamos al hablar de los públicos masivos. Y todo ello te proporciona una satisfacción enorme, cuando vas construyéndote en dicho aspecto. Es un mundo inagotable, quieres saber más y más, nunca se acaba, a diferencia de otras músicas que no tienen más explicación que dos minutos de conocimiento. La música clásica, la ópera, el piano, la música sinfónica, son un mundo en sí mismo de historia inagotable, que te ayuda a entender la historia en sí, y el arte de muchísimas maneras. Así que sentí mucha satisfacción de haberme metido en ese mundo a estudiarlo, a conocerlo y a escribir sobre ello.
Dijo alguna vez que está a favor de la igualdad, pero que en el arte no hay mucho de eso, sino que cada uno destaca por su calidad. ¿Está parejo el piso entre hombres y mujeres si de música clásica hablamos?
Estoy a favor de la igualdad porque según mis convicciones políticas creo que es el desafío, el reto y la aspiración del ser humano. Lo que no creo es que en el arte se aplique eso. Porque precisamente el arte es el territorio en el que uno debe marcar la diferencia y distinguirse por sus capacidades y cualidades artísticas. No me refiero a temas género, sino de calidad artística. Y yo creo que en la ópera hay mucha igualdad, en el sentido de que los divos y las divas tienen papeles equilibrados. Siempre hay una protagonista y un protagonista. Así que justo ahí hay una igualdad plena. Pero, en el arte el desafío de la igualdad no sirve porque el gran artista –aquel que no es igual a nadie—es el que marca la diferencia.
A propósito del capítulo que le dedica a la cantante rusa Anna Netrebko, ¿le parece correcto o incorrecto que se cancelen contratos con artistas por sus ideas políticas o por sus adhesiones a personajes controvertidos como Vladimir Putin?
Creo que puede ser injusto para un artista, pero es justo para la situación que estamos viviendo. También en este aspecto me gustó mucho la posición que adoptó el director de orquesta ruso Guérguiyev. Él siempre ha sido un aliado de Putin, así lo ha reconocido, y cuando se le han cancelado los contratos, o se le ha obligado a retractarse, él ha dicho que no, y se ha ido a su casa. El caso de Netrebko es curioso porque ella interpuso su carrera a sus convicciones. Y si bien todos sabemos que es una devota del régimen de Putin y de su política, ella lo ha negado por el bien de su carrera. Ese cinismo yo puedo hasta celebrarlo cuando la escucho, pero periodísticamente es gracioso y humanamente tiene su aspecto que se debía contar. Yo no estoy aquí para juzgar a nadie. El que quiera ver a Netrebko que la vea. Si los teatros la contratan en la situación que vivimos, ok, pero todos debemos saber que, aunque ella diga que no conoce a Putin y que no sabe quién es, se trata de una ‘Putiniana’ que no engaña a nadie.
Hace poco más de un año lo entrevisté por “Papel”, una novela sobre los retos del periodismo. Ahora presenta un libro con perfiles de divos de la música clásica. Tal vez dentro de unos meses lance otro libro sobre algo completamente distinto…
Tengo ahora una novela que vengo preparando, aunque no puedo hablar al respecto, porque no sé si se va a concretar. Pero sí, en la línea de “Divos” o de “Contar la música” pues tengo dos proyectos de libros que espero salgan. Uno está dedicado a la literatura, sobre escritores, y otro sobre una cosa que yo llamo ídolos, es decir, aquellos personajes que he entrevistado dentro del mundo del espectáculo, que son ídolos modernos en la música pop o el cine. Gente que me interesaba destacar y que voy a reunir en un volumen que no sé cuándo salga. Ahora mismo estoy disfrutando de haber publicado un trabajo nuevo como “Divos” y estoy intentando defenderlo y promocionarlo de aquí al verano.
Ha dicho la palabra “promocionar”. ¿Cuán importante es esto? Porque muchos autores solo publican, dejan el libro en las librerías y piensan que este se vende por sí solo…
Para mí es muy importante. Hay que defender, acompañar y apoyar siempre. Tú eres el autor de un texto, pero no de un libro. Un libro es obra tuya, de un corrector, de un editor, de un librero que lo tiene que vender, y todo se sostiene muchas veces un negocio editorial que ha apostado por ti. Y aunque solo sea porque tú eres parte de una cadena de esa obra que construyen todos como libro, pues tienes que ser responsable, estar a la altura y pensar que es algo no solo tuyo. Obviamente, te beneficia en todos los sentidos que tu libro se venda más y tienes que hacer un esfuerzo para ello. Esto es formar parte de un engranaje porque no es solo una cosa tuya.