A ratos provocador y siempre interesante. Así podría considerarse el más reciente libro de Roberto Palacio, filósofo y ensayista colombiano que llegó a Arequipa para participar en el Hay Festival 2023.
Tras permanecer dos décadas en la academia, este pensador nacido en 1967 se ha dedicado en el último tiempo a la divulgación filosófica, compartiendo desde distintos espacios reflexiones sobre el devenir de la sociedad contemporánea.
En “La era de la ansiedad. Sobre el pensamiento y la emocionalidad en un mundo sin utopías” (Ariel, 2023), el ensayista despliega sus mejores habilidades comunicativas para remecer las mentes con conceptos que, aunque sumamente actuales, son poco entendidos por la ‘masa’.
Amor, cultura woke, educación, felicidad, identidad y filosofía son algunos de los términos que, mediante un lenguaje claro y ejemplos sumamente aterrizados, Roberto Palacio desarrolla en 262 páginas que no tienen pierde.
En la siguiente entrevista, el autor de “La era de la ansiedad” responde en torno a algunas de las temáticas que el lector podrá con mayor profundidad en su publicación.
¿Cuál ha sido su objetivo principal al escribir “La era de la ansiedad”?
Entender el presente. Tal vez entendemos mejor lo que estaba pasando hace 100 o 50 años, en la Guerra Fría o en el siglo XVIII, que lo que entendemos hoy. Nuestra forma de ser se nos hace natural, pero a la vez la vemos como algo totalmente nuevo, que nunca ha ocurrido en la historia de la humanidad. El propósito de mi libro es ayudar a entendernos desde la filosofía y no solo desde ahí. A la gente ya no le interesa si tú estás hablando desde la sociología o desde la antropología, sino que la gente quiere proyectar alguna luz de comprensión a quienes somos hoy. Uno de los rasgos es nuestra ansiedad. Yo no soy psicólogo, lo cual no significa que la ansiedad no me interese como fenómeno psicológico, pero no me interesa exclusivamente como ello. Creo que la ansiedad es una forma en cómo nos estamos relacionando con el mundo hoy. Y si hay una pregunta un poco más específica aquí es por qué esta forma, o esta condición, nos marca hoy. Pero también vivimos en épocas que yo hubiera podido llamar bipolares en muchas cosas, u otros rasgos, pero la ansiedad ciertamente nos marca. Y una de las grandes interrogantes para mí ha sido por qué en un mundo en donde la mayoría de personas no están amenazadas por otros o por predadores, y nuestras amenazas parecen un poco lejanas, como el cambio climático, que, ‘si no tenemos cuidado en el 2030…’, etc., vivimos hoy con ansiedad. La ansiedad, en este orden de ideas, la describo como el latido del mundo que sigue palpitando dentro de nosotros incluso cuando no hay amenazas latentes.
¿Qué características agrupa aquello que usted denomina un “overthinker”?
El libro se dedica a mirar cuáles son los componentes y algunos de los rasgos de esa ansiedad que te hablé antes. Uno de los elementos que se relacionan con ella es el pensar demasiado las cosas. Estamos todo el tiempo pensando y pensando, pero no en un sentido amplio, sino pensando prácticamente en nosotros mismos y, más específicamente, en lo que consideramos nuestros lados cortos, nuestros fracasos, nuestras incapacidades y demás. Y sobre todo estamos pensando en por qué otros nos ven como nos ven. La mirada del otro, no solo hoy en día, sino que este es un tema que, desde Rousseau, algo que él llamaba ‘El hombre social’, o sea, aquel para el cual la mirada de los demás pesa enormemente. Cómo me están viendo, por qué no soy más exitoso, por qué no logro tener más seguidores en redes sociales, por qué este comentario que acabo de postear no recibe más likes. Esto es parte de lo que uno empieza a encontrar que configura nuestra ansiedad.
¿Decir que antes del Facebook estaba todo bien sería mentir? ¿Nuestros padres y abuelos vivían mejor? ¿No sufrían de cosas parecidas a las que estamos hablando?
Por supuesto, pero las condiciones hoy son un poco distintas. Tomemos la perspectiva de la mirada de los demás, que sin redes sociales no se extendía mucho más allá de una mirada directa. Hoy en día somos personas que estamos paradas frente a un micrófono o ante una cámara y le estamos gritando al mundo ‘mírenme, mírenme. ¡Yo soy esto, yo puse esto, yo creo esto!’. En ese orden de ideas, una de las perspectivas que he trabajado en el libro es que estamos desesperados por ser leídos por los demás. El problema es que todo el mundo está haciendo lo mismo. Pero la gente no está leyendo a los otros. Nuestra crisis actual es una crisis de lectores, pero no me refiero a que la gente esté leyendo pocos libros. No me refiero a solo este sentido. Sino en quién nos está leyendo a nosotros. Somos como diarios secretos que alguien arroja por ahí con la esperanza de que alguien entre y los lea. Pero no estamos leyendo a los demás.
Cada vez hay más movimientos pro derechos de las minorías, cada vez hay más movilizaciones contra las guerras, no obstante, cada vez hay más crímenes contra homosexuales, hay mayor racismo e incluso nuevos conflictos bélicos. ¿Qué debemos entender por tolerancia? ¿Es un fin mucho más lejano de alcanzar de lo que se cree?
Nosotros estamos navegando este enorme arraigo de opiniones, perspectivas y demás, sin nociones que son fundamentales para ello. Una de ellas es la tolerancia. Nosotros tolerantes no somos. Nos suena que la tolerancia es un acto de aguantarse a los demás. Kant había advertido que la tolerancia parecía implicar eso para algunas personas. En Colombia hubo una youtuber, una influencer, que alguna vez dijo ‘a mí no me gustan los gays, pero yo los tolero’. De inmediato fue atacada por lo que un periodista inglés denominó “the lynch mobs”, o sea, las hordas de linchamiento de las redes sociales. Llama muchísimo la atención que estamos navegando este mundo en el que decimos distintas cosas, tenemos perspectivas a veces inconmensurables, y lo estamos haciendo sin las herramientas que surgieron en el siglo XVIII precisamente para poder discutir e intercambiar. Solo una de ellas es la tolerancia. El lector descubrirá en mi libro que hay un capítulo entero sobre la argumentación. Y ahí reflexiono muy específicamente sobre este tema.
Si algo tiene su libro es la diversidad temática, pero, sobre todo, su intención por aterrizar aquello que pueden parecer grandes temas filosóficos con ejemplos muy didácticos y con personajes tan famosos como Kim Kardashian. ¿Cuán clave para usted es escribir más enfocado en el pueblo que en las Academia?
Nietzsche decía que los problemas filosóficos más interesantes están en la calle. La filosofía académica ha reducido la filosofía a las citas APA, ha renunciado un poco a pensar la realidad. Imagínate, hace 170 años Alexander Von Humboldt definió la universidad como la vida espiritual compartida de personas que deciden vivir juntos dado su amor al conocimiento. Esto es increíble. Lo que tenemos hoy en la universidad no es eso. A mí no me interesan los problemas técnicos de la filosofía académica. La filosofía hoy tiene retos más importantes que simplemente hacer aparatos críticos en una tesis doctoral.
En una sociedad dominada hace varios años por las redes sociales, ¿qué podríamos entender hoy por rebelarse ante el sistema?
Cuando las personas de mi edad (50 años) éramos jóvenes, la rebeldía era una rebeldía anti corporativa. La gente se revelaba contra las grandes corporaciones: Coca Cola, Bank of America, etc. ¡Increíblemente había una gran rebeldía de personas contra Disney! El propio García Márquez escribía contra las películas de Disney. Pero hoy no hay caso de ser rebelde contra la gran estructura corporativa, porque las grandes corporaciones hoy son Twitter, Facebook, Instagram o TikTok. Entonces, si yo me rebelo contra estas marcas mi rebeldía llega hasta donde alcanza mi voz. No me puedo parar en un podio y gritar. Hasta allí llegará mi mensaje. En cierta medida, este rasgo de que no hay rebeldía realmente no solo se refiere a los medios de comunicación. Para ser rebeldes todos estamos haciendo más o menos lo mismo. Pensemos en el tatuaje. Hace treinta o cuarenta años era un acto total de rebeldía tatuarse. O, no sé, en el sexo oral. El difunto Cristopher Hitchens tiene ensayo maravilloso sobre la prevalencia y la llegada a la moda del sexo oral, convertido hoy en una especie de ‘abrebocas’ (adelanto) al acto sexual más contundente. Todo esto era parte de una cultura marginal. Y lo mismo nos ha pasado con mil cosas. Hemos incorporado estos actos de rebeldía al punto de que los hemos vuelto una corriente principal de nuestra cultura. Byung-Chul Han denomina a esto ‘el infierno de lo igual’. El infierno de lo igual está habituado por clones tatuados.
¿A qué se refiere usted con la expresión ‘mermelada emocional’?
Esa es una especie de construcción mía, sacada un poquito de mis lecturas de Savater y demás. Mermelada emocional es lo que nos untamos los unos a los otros. En un mundo cada vez menos dispuesto a argumentar, a discutir y, como no hay grandes verdades, todo vale. Entonces, ‘buenísimo que tengas de mascota a una iguana’ o ‘buenísimo que te hayas leído todo Dostoyevski’. Todo es ‘buenísimo’, aunque en el fondo nos importa muy poco, pero untamos al otro de nuestra mermelada. También lo hubiéramos podido llamar ‘menosprecio condescendiente’, una expresión mencionada por la filósofa Susan Hack, que dice que es lo que nos estamos dando hoy en día. ‘Yo te menosprecio, tú no estás a mi altura’, pero soy condescendiente y digo ‘ay, buenísimo’. Apenas les comentas a tus parientes ricos que te vas a Estados Unidos a trabajar a un McDonald’s, te dicen ‘maravilloso’, pero les preguntan si lo harían ellos también y te dicen que no, que, de ninguna manera, ‘pero para ti está bien’. Esa es la mermelada emocional.
Dedica un capítulo muy interesante sobre el amor en estos tiempos…
Sartre nos dice una cosa sobre el amor: el amor más que amar a otro es el proyecto de ser amado. Y esto está en concordancia con lo que veníamos diciendo sobre la idea de ser leído. Nuestra situación afectiva es realmente preocupante, a mi modo de ver. Ya enamorarnos de otro ser humano es cada vez más difícil. La gente se enamora de su gato, realmente ama a su gato, o su gato es el amor de su vida. Sin embargo, una de las cosas que uno descubre con mucha preocupación, o por lo menos como un rasgo importante en nuestro tiempo, si es que los demás son lo que en el mercadeo se escribe como ‘punto de fricción’. Mira, uno de los éxitos de WhatsApp es que no nos toca escuchar siempre la voz del otro. La voz del otro genera ansiedad. Ahora, volviendo al tema del inicio de esta charla. La voz del otro, tener que escucharlo, descifrar, tenérselo realmente que aguantar. Preferimos hacer algo que detestamos, que es escribir todo el día por WhatsApp, antes que tener que escuchar al otro. Esto es parte de nuestra ansiedad. Eliminar estos puntos de fricción es parte del éxito del mercadeo contemporáneo. O sea, tú puedes pedir comida o tu almuerzo a domicilio y luego no necesitas hablar con nadie. Pero ojo que esto tiene mil ramificaciones y mil componentes. Ahora estamos viviendo básicamente solos. En algunas ciudades puedes pasar días y días sin que tu voz tenga que contactar a otro ser humano y sin que otro te tenga que contactar a través de su voz física. Y de alguna manera estamos asomados a ese abismo juntos, preguntándonos qué está pasando. Y hay una cita muy bonita de Nietchze, a los que no la conozcan aún, tan válida hoy. Me parece que él entendió mucho de ese mundo que se nos venía. Y dice, ‘cuando miras lo suficiente en el abismo llega un momento en el que el abismo mira dentro de ti’.
Finalmente, así como hay parejas que rápidamente tienen hijos muy jóvenes, hay otras que a llegan casi a los 40 y no tienen si quiera uno porque creen que hay muchos problemas en este mundo y que la sociedad está jodida para cargarle eso a un nuevo ser. ¿Qué les diría a estas personas?
Si miras la literatura de 1970 encuentras lo mismo: ‘este mundo está peor que nunca’. Lo mismo con el pensamiento y la literatura de los ochentas: ¡este mundo está bajo la amenaza nuclear, etc.! Todas las épocas se han descrito como bajo una gran crisis de la cual no hay un antecedente y es la peor que ha pasado siempre. Yo no creo que en eso seamos excepcionales, porque también una cosa que me cuidé mucho es de pintar un panorama que fuera excesivamente sombrío. Yo lo que quiero decir es que no nos estamos facilitando la vida. Nosotros no queremos interactuar con otros: los demás son un punto de fricción. Pero al mismo tiempo queremos reconocimiento verdadero. No queremos el aplauso pre-grabado de los demás. Queremos redención, y para utilizar el término de Nietchze, queremos redención auténtica. Ahora, cómo vamos a lograr esto en un mundo en donde hemos minimizado el contacto con los demás, en donde la función de tolerancia ciertamente no está allí, en donde el diálogo no es una de nuestras metas de intercambio y argumentativas. Yo no digo que sea imposible, pero ciertamente hemos sacado de nuestras prácticas más de lo que hemos puesto en ellas. Y esto es la era de la ansiedad.