Cinco años sumamente fructíferos ha tenido la ilustradora y escritora Andrea Gago (Lima, 1986). Desde aquel primer aporte para el libro “El paño rojo” (2019) no ha parado hasta hoy, que presenta “El gran grito” (Fondo de Cultura Económica). En el camino, también sucedieron hermosos libros como “La discusión”, “El bolso de mamá”, “Uli, una ardilla del otoño” y “Baltazar”.
Formada como diseñadora gráfica, Gago estudió artes plásticas, aunque confiesa que también practica la escritura desde muy chica. Eso le ha permitido construir historias especiales, que no tienen como prioridad una moraleja, sino generar un espacio de diálogo entre padres e hijos.
En “El gran grito”, su más reciente apuesta infantil, un ‘insecto radiactivo’ con apariencia de tres limones, colocados uno encima de otro, vive totalmente despreocupado, pidiendo todo a los gritos, sin imaginar que uno de estos alaridos terminará cambiándole la vida, no necesariamente para bien. Junto a él, sus padres, acompañan la historia, ilustrados a base de acuarela, témpera, lápices de color y crayolas. Trama y gráficos en perfecta armonía para los engreídos de casa.
A continuación, una entrevista con Andrea Gago a propósito de “El gran grito”, pero además sobre sus trabajos previos, su forma de asumir la literatura infantil, la visión que tiene del posible uso de Inteligencia Artificial en su labor, entre otros temas.
Cuénteme sobre sus inicios. ¿Empezó primero a escribir o a ilustrar?
Siempre he escrito y dibujado, desde muy joven. No me formé propiamente en escritura, pero sí estudié diseño gráfico y después arte. En el 2019, me llamaron para ilustrar un primer libro (“El paño rojo”), con Editorial Panamericana. Y al mismo tiempo me contacté con Editorial Polifonía, y escribí un libro propio titulado “La discusión”. Y ese año fue cuando empezó mi trabajo en ambas simultáneo ramas. Las dos me gustan mucho.
¿Reconoce alguna influencia inicial, desde autores, ilustradores o editoriales?
Me gustaba mucho una editorial llamada Pequeño Editor. Viajé en 2008 a Argentina, a un encuentro sobre diseño en una universidad, y ahí es que los conocí, vi su trabajo y me parecieron genial los libros que sacan. También me gusta mucho Liniers, su trabajo con las historietas, aunque también él hace libros para niños. Me interesó esa rama, de ilustrar y crear libros en sí. Nunca la había conocido tan de cerca porque de niña no es que haya tenido mucho contacto con libros álbum, ilustrados, sino más bien me acerqué a libros de solo texto.
¿Qué grandes enseñanzas le dejó aquel primer libro que sacó con Editorial Panamericana?
Estaba entusiasmada y a la vez tenía mucho miedo porque nunca había hecho un libro y lo hice totalmente manual. Con el correr de los años me he acostumbrado a mezclar técnicas manuales y digitales, para poder llegar a tener el libro de una manera mucho más rápida y que el color alcance una buena calidad al imprimirse. Aquel primer trabajo fue algo artesanal: todo estaba cortado pieza por pieza, lo armé en grande y luego tuve que escanearlo. Fue un proceso complicado.
Hay personas que llegamos a viejos dibujando solo con ‘palitos y bolitas’. ¿Cree que lo suyo es un don?
No sé si un don, pero me nació desde temprana edad, y me gusta mucho. Siento que me desenvuelvo bien en esto. No podría ni me imagino cantando o tocando instrumentos. Solo me veo dibujando. Y a pesar de que es difícil vivir del arte, no me veo haciendo otra cosa.
En nuestro tiempo los cuentos no se leían en grupo, ni en actividades como ‘cuentacuentos’. ¿Qué tan importante considera actividades así para transmitir su obra?
Yo tampoco tenía acercamiento a esa parte del momento de narrar un cuento en voz alta. Y la primera vez ocurrió con “La discusión”. En realidad, me sorprendí mucho por cómo los mediadores de lectura capturan la atención de los niños. Es casi un encuentro teatral, histriónico, porque son personas con mucho talento para enganchar al lector. Es interesante la interacción y la respuesta de los niños y las niñas. Por eso cuando ahora creo algunas historias siempre pienso en cómo responderán mis lectores, o en cómo se podría interactuar. Son importantes esos momentos, tanto quizás como lo son el de un padre o madre leyéndoles a sus hijos directamente.
¿Le solía leer muchos cuentos a su hija?
Sí. Ella hoy ya tiene 11 años. Antes le leía bastante. Como a mí me gustaba tanto la literatura infantil, compraba libros para leerle. Y en esa interacción que yo no había tenido con mis padres — porque ciertamente fue nulo, y aprendí a leer libros largos sola—sentí que es algo clave. A mí me gustan los libros en los que padres e hijos puedan verse reflejados, reír o encontrarse en la historia.
Eso es algo que pasa en el cuento “El gran grito” …
Sí, están ambas miradas. Está contada desde la perspectiva de un niño o una niña, y a la vez hay toda la historia de unos papás, que están presentes, y aunque no dialogan, hay una manera de encontrarlos representados.
Alguien sin sensibilidad suficiente puede pensar que su protagonista es una hormiguita. ¿Es correcto o estoy muy lejos?
(Risas) en realidad es un insecto inventado. No es una hormiga ni una oruga. Quería un insecto medio radiactivo. Me inspiré en el color del limón, y en realidad son tres bolitas de limones, y le puse patitas. Es un insecto que podría ser cualquiera.
¿En sus otros libros recurre también a personajes inventados o prefirió lo clásico como hipopótamos, perros, gatos o gallinas?
En mi primer libro hay animales específicos porque trata sobre las onomatopeyas de los animales. Luego, en “El bolso de mamá” hay un personaje que sí es un niño, un bebe, y luego en la FIL 2024 publicaré uno inspirado en el sajino, un animal muy de la selva peruana.
¿Qué opinión tiene sobre incluir o no una moraleja de forma evidente en los textos infantiles?
No es que esté pensando en dejar algún tipo de moraleja o enseñanza, simplemente busco reflejar aquello que nos puede suceder a todos a diario, y que a veces está bien, o resulta válido, y entonces a partir del libro se puede crear una reflexión, o al menos conversar, pero no necesariamente dejar una moraleja. El lector o la lectora lo puede llevar por el camino que quiera.
Hoy vi un padre que quería dejar a su hija en el colegio y esta no soltaba el celular. ¿Cree que ya perdimos la batalla ante las pantallas? ¿Los niños ya están completamente dominados por ellas?
Lo que veo es que, a pesar de que las pantallas forman parte de las infancias de ahora, noto que sí hay interés por los libros, de parte de los papás y mamás. Y lo veo en las presentaciones tanto como en las librerías, o cuando me escriben algunos contándome sus experiencias. Pienso que, a pesar de la tecnología, porque inevitablemente estará ahí, siempre habrá interés por el libro. En mi caso personal, no soy mucho de pantallas con mi hija. Le he restringido en parte el acceso a ellas.
¿Por qué?
Porque creo que se pierde eso propio de la niñez, del descubrimiento, del tocar las cosas, de estar cerca a la naturaleza. Y de aburrirse también, que es algo que en ocasiones podría llevarte a crear otras cosas. En ocasiones mi hija me dice: “estoy aburrida, préstame tu celular”, y yo le respondo: “ok, abúrrete, es mejor, tienes tiempo, el lujo y el privilegio de aburrirte en la infancia”. Es algo que se debería disfrutar.
¿Se puede hablar de un tiempo que le demore hacer un cuento infantil?
Depende mucho de la historia. Los proyectos que hice siempre han tenido distintos tiempos. “El gran grito” se empezó el año pasado, en verano. Tuve la idea, hice los bocetos. Quizás en mayo ya lo tenía. Y cuando lo presenté, tuve que luego pulir algunas cosas, ajustar tamaños o ponerle más detalles a algo. Y habrán sido unos cinco meses en total.
A propósito de la Inteligencia Artificial y los miedos al respecto, ¿cree que en algún momento esta tecnología podrá escribir cuentos infantiles e incluso leérselos a nuestros hijos por las noches?
¡Espero que no! Soy medio a la antigua en ese aspecto. Sí he escuchado lo que viene sucediendo con la Inteligencia Artificial, pero no creo que se pueda generar ese vínculo tan cercano que significa oír la voz de tu papá o mamá, sentir el calor del cuerpo humano a tu lado en la cama. Ese momento de leer el libro no tiene comparación.