Siempre quiso escribir una saga familiar y, al menos el inicio, le ha salido muy bien. Felipe Restrepo Pombo (Bogotá, 1978), uno de los cronistas, editores y escritores más talentosos de esta parte del continente, estuvo hace unos días en Lima presentando “Ceremonia” (Planeta, 2024).
Se trata de su tercera novela, en la que una familia -Los Ibarra—se abre paso a través de poco más de cuatro décadas. Iniciando con la explotación de minas de carbón, este grupo va creciendo y expandiéndose en diversos ámbitos.
Estamos, pues, ante una representante más de lo que conocemos como élite, pero el autor ha decidido no darle una nacionalidad específica. Para Restrepo Pombo, la idea era que cualquier lector en el mundo sienta que se enfrentaba a personajes reconocibles, cercanos, suyos.
Aunque disponiendo de los recursos y las ventajas que otros no tienen, los Ibarra tampoco alcanzan la plenitud con facilidad. “Ceremonia” también puede leerse, entonces, como una historia sobre insatisfacciones, y sobre la búsqueda de pertenencia.
Muchos de los personajes de esta novela que se lee de un tirón, tienen contenida su identidad sexual, desde el patriarca que se cree todo poderoso ante sus empleadas de la hacienda, hasta el nieto que –ya en lo que parece ser un tiempo presente mucho más reconocible– debe silenciar su orientación sexual por temor a las consecuencias.
En la siguiente entrevista, Restrepo repasa algunos aspectos de la construcción de esta novela, pero también reflexiona sobre los diversos temas que en ella aborda. De la misma forma, responde en torno a sus inicios en el periodismo –a solo algunos pasos del ‘maestro’ García Márquez–, y evalúa el modelo de negocio vinculado a revistas como Gatopardo y Etiqueta Negra (fue director de la primera y colaboró en la segunda).
“Ceremonia” tiene 272 páginas y está a la venta en las principales librerías del Perú.
¿Cuándo, cuánto tiempo y cómo coincidiste con Gabriel García Márquez en un mismo medio de comunicación?
Cuando comencé mi carrera a los 19 años sabía que quería hacer periodismo, siempre me interesó. Entré a trabajar en una revista llamada “Cambio”. Ahí el editor general y propietario era García Márquez (GGM). No trabajaba directamente conmigo sino con toda la redacción, pero el hecho de tenerlo ahí, de verlo y conocerlo, fue sorprendente. Luego, por cosas de la vida, en México lo volví a ver, a tener una amistad con él, y creo que para mí GGM ha sido siempre un gran ejemplo, de trabajo, de interés por las historias, de cuidado del lenguaje, de la importancia de las palabras y las letras en sí. Fue una experiencia que me marcó.
¿La familia de tu novela “Ceremonia” podría ser una cualquiera de la élite colombiana actual? No sé, los Uribe, los Pastrana, los Santos…
La novela está construida de tal manera que (la familia Ibarra) pueda ser una élite de casi cualquier país, incluso del Perú. Lo hice a propósito, no querer darle un nombre a ese país (de la historia), no querer situarlo geográficamente, porque lo que quería era que un lector peruano como tú pueda identificarse con lo que ocurre ahí. Porque si bien siento que nuestros países son diferentes, también tienen muchas cosas en común. Y tener ese tipo de élites, familias y poderes familiares, es común a nuestros territorios. Y así como tú nombraste familias colombianas, también hay mexicanas y peruanas muy parecidas.
Uno la lee y parece una novela escrita de un tirón, pero es todo lo contrario. ¿Cuánto tiempo te tomó armarla?
Es verdad, me ha tomado mucho tiempo. Desde que la concibes hasta que la trabajas, pules, editas y sale publicada, pues serán unos cinco o seis años. Como dices, trabajo mucho en el ritmo, y me han dicho que se lee muy ágil, lo cual es para mí es un halago. Me encanta que la escritura fluya, que tenga ritmo, que el lector se meta en ese mundo. No sé si al final de cada capítulo querías ya leer lo que se venía en el siguiente, o sea, el tema del suspenso, que es algo que me encanta sumar al escribir. Yo trabajo mucho en que el texto se lea muy rápidamente, pero a su vez que luego te deje muchas preguntas y cosas sin resolver.
La novela arranca con minas de carbón y termina con stories de Instagram y estafas piramidales. ¿Cuál dirías que es el arco temporal más exacto de esta historia?
Es la historia de tres generaciones, presentes en el árbol genealógico que abre el libro. Trato de no hacer mis historias tan lineales, me gusta que sean fragmentadas, que haya un juego de tiempos. Me gusta crear un rompecabezas temporal en mis historias. Y, efectivamente, empieza desde que vemos la historia del patriarca, hasta que llegamos la de sus nietos, que es la actual. Así que, supongo que el arco temporal es de 30 o 40 años, aunque también hay digresiones en el relato, que van a hacia un pasado mucho más remoto.
Hay periodistas famosos en tu país, no sé, Daniel Samper, que satirizan mucho sobre las élites. ¿Por qué preferiste a través de tu novela irte por el camino contrario?
Una de las cosas importantes de esta novela es que no quiero hacer una caricatura ni una crítica social. Esto no es una reflexión política ni un panfleto en contra de nadie. No quiero hacer ningún juicio. Detesto a los escritores que enjuician a sus personajes. Me parece que lo que uno debe hacer como escritor es mostrar una realidad, una historia, a sus personajes, y que sean los lectores los que toman la decisión y enjuicien quién les gusta y quién no. Pero, en cualquier caso, he sido muy cuidadoso en no caer en la caricatura y broma barata de que ‘los ricos son horribles porque son ricos’. No se trata de eso. Se trata de poner en escena un mundo que a mí me parece interesante, y luego ya que el lector saque sus conclusiones.
Hay tragedias personales en la novela, pero también casos como el de Daniela, una chica que necesita sentirse importante, sentir que sirve para algo en este mundo…
Que pertenece. Yo creo que uno de los temas que atraviesa toda la novela es el de la búsqueda de la identidad, la pertenencia. Todos los personajes, incluido Daniela, quieren pertenecer, hacer algo, darle sentido a su vida. Y uno pensaría que cuando alguien tiene todo el dinero y recursos, pues es fácil hacerlo, pero no. Ella es la prueba de que justamente eso es difícil, y que el dinero no trae siempre felicidad, sino un vacío mayor. Lo mismo con Patricio. Y Mauricio, que quiere pertenecer al mundo de las finanzas, Genoveva al de sus amigas, del club, etc. Luego, si te fijas, durante la novela hablo de marcas y de consumismo, porque me interesa la obsesión que hay con él.
¿Te parece que vivimos en una sociedad obsesionada con mostrar y aparentar?
Si te fijas en las redes sociales está todo el mundo poniendo las cosas maravillosas, cuántos amigos tienen, a cuántas fiestas va, los viajes que hace, y lo genial que la pasa, pero no sabemos qué hay detrás de eso. Es una apariencia, una necesidad de pertenecer.
Entonces, dirías que más que criticar, expones…
Muestro. Yo creo que la escritura es saber mirar, detectar qué es interesante y poner eso en una historia. Entonces, tengo a estos personajes, me gusta su historia, lo que hacen, ojo y cuando digo que me gustan puedo quererlos o no, pero me parecen atractivos. Y los pongo en este escenario donde cohabitan, y lo que me interesa es aquello que sale de ahí, esas tensiones narrativas entre dichos personajes.
Abres el libro con un árbol genealógico e, inevitablemente, uno piensa en García Márquez y “Cien años de soledad” …
Es un pequeño homenaje, claro. Recuerdo mucho la primera vez que leí “Cien años de soledad”, vi el árbol genealógico y me pareció genial. Luego, yo también quería escribir una saga familiar. Soy muy lector de García Márquez, pero también de otros autores con sagas familiares, incluidos los del Boom, como Vargas Llosa, Fuentes, etc. Así que el árbol genealógico es un homenaje a todo eso.
En la novela se menciona una élite temerosa de que un izquierdista tome el poder. ¿Podemos hacer un paralelo con lo ocurrido hace poco con el triunfo electoral de Gustavo Petro?
Definitivamente, mientras yo escribía la novela estaba en la campaña (la anterior, no esta que llevó a Petro al poder), y había este miedo entre las élites que veía y conocía, a que llegara la izquierda al poder. El miedo a perderlo todo, a que todo se convierta en la dictadura venezolana. Y eso creo que es una de las cosas comunes a nuestros países: el miedo al chavismo, a las dictaduras de extrema izquierda, y lo que ha hecho que en Argentina que lleguen al poder como Milei o como Bukele en El Salvador.
Has dicho una vez que “tus mayores posibilidades como narrador están en la novela”.
Eso es en parte cierto. Creo que la novela te da una libertad y amplitud impresionantes. Porque, por ejemplo, en la no ficción tienes que realmente restringirte a los hechos, a las cosas que puedes verificar, obviamente trabajándolos de una manera literaria, haciendo una construcción literaria, pero en la novela tienes la absoluta libertad de hacer lo que quieras. Y eso te permite un sinfín de recursos, de posibilidades, aunque también pueden resultarte peligrosas, porque muchas veces te puedes equivocar sin saber qué hacer con un animal así de grande.
Trabajaste en Gatopardo varios años, y acá lo de Etiqueta Negra fue un fenómeno que se acabó, pareciera que hace siglos, pero en realidad fue hace poco. ¿Qué crees que pasó? ¿La gente no lee? ¿Leemos, pero en otros formatos? ¿Cuál es tu teoría aquí?
Es cierto que Etiqueta Negra fue un medio que nos movió a todos y que llegó a un nivel impresionante de calidad en cuanto a periodismo narrativo. Yo no soy de los que creen que la gente no lee o no le interesan las historias. Es más, pienso que las historias son lo único que podrán salvarnos de este mundo tan difícil, tan lleno de complejidades. Quizás lo que ha cambiado es el medio de financiar los medios. Tal vez los modelos de revistas que mencionaste no funcionan hoy y eso las llevó a cerrar, pero el interés de contar y leer historias sigue presente.
Mencionas a las autodefensas en la novela, y ese es un tema que has trabajado con anterioridad. ¿Hay otros tópicos que no pudieron entrar en esta historia tan ambiciosa?
En mi novela “Formas de evasión” ya había hablado del tema del paramilitarismo. Nunca lo he cubierto como periodista, pero sí he conocido a muchos colegas que lo hicieron, y eso sí lo tomé de ahí, porque me parece un fenómeno sumamente interesante y violento, que es cuando la gente comienza a armar por su cuenta para defenderse de otras milicias. En mi novela, el patriarca Ibarra es quien comienza a crear estos ejércitos paramilitares, que al final terminan quitándole sus propiedades. Este es uno de los fenómenos recientes más interesantes en mi país, y me esforcé mucho en tratar de que funcionara narrativamente.
El patriarca Ibarra inicialmente tiene un deseo sexual contenido, porque él posee todo alrededor suyo, y es recién con el paso del tiempo que empieza a dejarse llevar…
Si te fijas un poco, todos mis personajes tienen un poco contenida su identidad sexual. Y el patriarca es el primero que, apenas logra exiliar a su familia, quedarse como dueño y señor de su hacienda, comienza a tener este desaforo sexual, a acostarse con las mujeres que trabajan para él en la hacienda. Esto era para mí una forma de demostrar el poder absoluto sobre el cuerpo de sus ‘casi-esclavos’ habitantes de la hacienda.
Con tantos ingredientes que tiene la novela pudo salirte una ‘biblia’ de 800 páginas. ¿Cómo saber cuándo recortar, hasta qué punto finalizar una historia?
La novela tiene muchos elementos, pero uno debe saber cuándo cerrar sus historias. Ahora estoy trabajando en una segunda parte que retoma muchos personajes de “Ceremonia”, porque siento que quedan algunos cabos sueltos.
¿Crees que el cronista puede llegar a presentar el algún momento problemas de ego? Porque se le elogia mucho, tal vez puede creerse superior al simple redactor de locales, o de deportes. ¿Cómo lo ves?
Cada quien debe buscar su propio ego y entender si le gusta o no, o cómo toma los elogios sobre su trabajo. Creo que es un error diferenciar tanto a los cronistas de los periodistas. Yo creo que los cronistas somos periodistas que hacemos un tipo de género llamado periodismo narrativo. Y lo que sí no creo es que haya un periodismo mejor que otro. Hay uno que a mí me interesa más, que es más a profundidad, y que sé que no se queda solo en la información, sino que explora las formas que hay para contar hechos, y que profundiza, etc. No creo que eso sea mejor o peor que un periodista que cubre los judiciales o los temas políticos. Simplemente es una cuestión de poder dedicarle más tiempo y empeño. Entonces, no entendería porqué un cronista que hace su trabajo, lo hace bien y tiene buenos comentarios, deba tener un ego desmedido.
En la novela, Patricio oculta su orientación sexual. ¿Cómo va el avance de las libertades sexuales y de género en Colombia? Aquí hay una polémica alrededor de la posible aprobación de una Unión Civil.
En Latinoamérica veo las cosas con muy buenos ojos. Creo que el Estado de ninguna manera debe impedir que la gente lleve a cabo su vida como quiere, mientras no le esté haciendo daño a nadie, ni haciendo nada ilegal. Yo no me considero un activista, pero sí trato de ser enfático: debe haber una legislación que sea justa, que permita que la diversidad tenga sus manifestaciones libremente. Y si alguien decide casarse con una persona de su mismo sexo, pues que tenga la libertad y la seguridad legal de poder hacerlo con toda calma. No sabía que en Perú las cosas están así. Sé que es un país bastante conservador, pero veo con buenos ojos que en Colombia, México y otros lugares se ha avanzado y la legislación ya permite a muchos tener la vida que deseen.
¿Por qué decidiste ser periodista? ¿Te sientes satisfecho con lo alcanzado hasta hoy? ¿Te planteas objetivos?
Lo hice porque no me imaginaba haciendo otra cosa distinta, porque es lo que sé hacer y lo que me gusta. Claro que hay que ponerse objetivos, seas periodista o lo que seas. Yo estoy muy satisfecho con lo que he hecho hasta el momento, y espero seguir haciendo cosas que me llenan de satisfacción y que me den tanto gusto como terminar una novela.