Casi tres años después de ganar el Premio José Watanabe Varas por su libro de cuentos “Los sacrificios de la carne”, el escritor Jhemy Tineo Mulatillo (Moyobamba, 1986) vuelve a la palestra con “Los restos de la piel”, su segunda obra, esta vez bajo el prestigioso sello Tusquets.
Maestro de profesión, Tineo Mulatillo prefiere alejarse de la idea clásica de géneros literarios. Como cuenta en esta entrevista, su último libro es, más que una novela convencional, un conjunto de historias vinculadas a Jesús, un personaje ficticio plagado de elementos reales, que se desenvuelve en un mundo donde le cuesta encajar.
A continuación, el escritor responde en torno a ciertos aspectos de “Los restos de la piel”, una historia sumamente singular que se sostiene en una serie de personajes que tienen en la literatura, los libros y la escritura casi una forma de vida.
Llevas más de la mitad de tu vida en Lima, sin embargo, Moyobamba es un tema para ti, está en tus pensamientos y, por su puesto, en tu escritura…
Y en mi lenguaje, incluso.
Se ofrece esto como una novela, pero, nadie mejor que tú para definir “Los restos de la piel” …
No suelo pensar mucho en los géneros literarios. Lo que pienso es en historias. Este libro para mí son tres historias sobre un personaje llamado Jesús, y a su vez estas abarcan tres momentos importantes en su existencia. Cuando está en la selva, luego en Lima y, finalmente, hay una serie de evocaciones sobre su vida. Más o menos esa es la estructura.
¿Es Jesús alguien completamente inventado, o más bien has tomado pedazos de gente conocida para armarlo de a pocos?
Suelo tomar personajes reales y de cada uno tomo lo que considero que podría interesar. Generalmente, cosas que tienen que ver con la vocación, el amor, la muerte o, en algunos casos, con el sacrilegio. Porque mi forma de ver el mundo tiende a eso: mostrar el lado que generalmente ocultamos, o sea, lo perturbado, lo sucio y lo incómodo de la existencia.
¿Te preocupa la reacción que pueda tener el público lector tras leer “Los restos de la piel”? Antes de la entrevista me comentabas que un amigo tuyo te dijo que “pensaba que era solo un texto erótico”, …básicamente por el primer ‘capítulo’.
A ese amigo luego le dije: la mayoría leemos como escribimos, o según el cómo estamos acostumbrados a leer. Y siento que nos hemos acostumbrado a una sola historia, a una sola sensación, que se cierra al final, con una epifanía, un final abierto o uno redondo. Pero yo me planteé salir de ese esquema. En mi forma de escribir hay varias sensaciones, motivaciones y conflictos. Por eso es que la premisa inicial siempre cambiará. Y, finalmente, mi amigo se percató de que esta no era la historia de un personaje con la cabeza caliente. Aquí hay mucho más: conflictos sobre la vocación literaria, sobre lo mitológico, e incluso sobre la paternidad fallida.

Se percibe muy nítidamente un desafío con el lenguaje…
Sí. Yo quería que, en especial con ese primer texto que ocurre en la selva, el lenguaje te remitiese a música, a la zona, y al río…
Sobre eso, está Liliana, una especie de musa presente en la primera parte del libro, que se vale de este lenguaje tan característico de la selva, tan musical. ¿Cómo conservas esta habilidad, teniendo más de la mitad de tu vida en Lima y no en Moyobamba?
Me resulta mucho más natural jugar con la apariencia del lenguaje amazónico, y me es más difícil hablarlo, porque cada vez que estoy hablando tengo que reconstruir mi forma de hablar amazónica para que resulte algo más estándar. Pero en la escritura, el trabajo es más sencillo porque me remite siempre a un lenguaje de la infancia, donde estoy más cómodo; un lenguaje que he escuchado todo el tiempo, y que sigo escuchando porque conservo amigos con los que dialogo, ya sea directamente o a través de las redes sociales.
Liliana se escapa de su marido, tiene dos hijos, pero a la vez se escapa ‘dos veces al año’ para ver al protagonista de tu historia. ¿Cómo surgió un personaje así?
Una de las ventajas de ser profesor es que tienes enero y febrero de ‘tiempo libre’ y yo lo utilizo para leer y escribir. Entonces, estaba leyendo y de la nada recordé que tenía una amiga en la selva que cargaba a su hermano en el cuello, como si fuera un monito. Esa escena, que aparece en el relato, detonó el personaje de Liliana. Luego ya ella va cobrando cierto peso: es religiosa, se va de la selva, huye de una situación…
De una situación de violencia, porque la violencia también está presente en tu libro…
Sí, la violencia doméstica, pero también está de fondo la violencia política. En las páginas hay mención al terrorismo, al narcotráfico. Aunque yo no lo hago de forma evidente, sino que lo envuelvo desde lo mitológico. Por ejemplo, cuando dicen ‘La Cuda la inventaron los terroristas y los narcotraficantes para espantarnos’.
Otra idea que te deja el libro es la de la docencia como último recurso de un alumno que termina la secundaria. Has plasmado una realidad social innegable…
Es la realidad de todos mis amigos, que aman la literatura, la estudian, pero luego acaban de docentes. Pero yo quería reírme un poco de esto, y jugar con la ironía. Porque la literatura no tiene que ser totalmente seria y de denuncia. También debe tener cierto espacio para lo lúdico, para los contrastes y sensaciones. Esta que mencionas es una realidad que conozco bien. Incluso la describo a partir de las enfermedades que pueden tener los profesores, como las varices, o un derrame facial. Y hay algo más, todos estos personajes tienen una herida, y ya el lector lo descubrirá leyendo el libro.
Tus personajes parecen amar la literatura, incluso si esta no les da nada ‘grande’. Por ejemplo, Loco Libros, que va con una libreta apuntando, usando un portaminas, escribiendo incluso cuando su madre le está hablando. Esto es lo más básico de amor a las letras…
En la selva, todos nos íbamos a trabajar a la chacra y al volver, algunos cogían su quena, su tambor o su hoja para hacer música. Y lo hacían con tanta pasión, como mirando al horizonte, queriendo irse de lo feo que nos había tocado vivir. Eso representa Loco Libros, un tipo que no encaja en lo que le toca vivir, en la docencia, o en las obligaciones alimenticias que a todos nos son impuestas. A cambio de todo eso, él tiene la literatura.
Te sirves de elementos de lo cotidiano para ir vistiendo tus relatos. El grupo Kaliente, Papillon, la comida frita que se come en las plazas de la selva, no sé…
Sí, son como pinceladas y surgen de acuerdo a lo que el personaje va sintiendo y a cómo se va moviendo. ¿Cómo trabajo estos recursos? Es más bien por necesidad. La misma historia me lo permite. Entonces, no se trata solo de ‘decorados’. Él se va al bar, come algo, compra su ‘chela’, pero lo hace para demorarse en la calle y no volver pronto a su casa porque ahí hay cinco ‘piedras’. El lector ya descubrirá a qué me refiero con lo de las piedras.

¿Algo en tu camino hacia convertirte en escritor se asemeja a la trayectoria de los personajes de este libro?
Empecé a escribir al salir del colegio, estando ya en Lima, cuando no tenía nada que hacer. Antes de eso, en la selva, me dedicaba a actividades básicamente físicas: fútbol, correr, nadar en el río, etc. Pero al llegar acá todo era encerrarse, no tenía muchos amigos. Y así me puse a escribir historias. Recuerdo que tuve una formación durante la infancia leyendo la Biblia para niños, una y otra vez. Y ya cuando empecé a escribir surgió natural jugar con referencias bíblicas. Esa influencia tal vez no se nota mucho en este libro, pero sí mucho más en el anterior.
¿Hay alguna relación entre “Los sacrificios de la carne” y este segundo libro?
Ese primer libro y este segundo comenzaron con el personaje ‘Jesús’ en mi cabeza. Porque Jesús tiene la historia que siempre quise escribir y no podía. Y que un profesor esté en medio de todo esto no es porque haya escrito algo autobiográfico, sino porque quizás este personaje pudo ser mi padre, porque cuando este murió sentí que se había ido demasiado rápido, así que había que hacerlo quedar un poco más en estas tierras. Y me propuse escribir su ‘biografía’. Sin embargo, me faltaban recursos. Así que en esa búsqueda me propuse imaginar cómo habría sido la infancia de mi padre en la selva, lo cual tampoco era muy cierto que digamos, porque él recién llegó a la selva ya a los 19 años.
-En tu libro uno encuentra menciones, desde Blanca Varela hasta José Watanabe, pero tal vez ninguna tan notoria como la de Raskólnikov, el personaje de «Crimen y castigo», la novela de Dostoyevski. ¿Han sido estas las lecturas que te acompañaron durante la escritura de este texto?
En parte sí, aunque faltaría mencionar “Dublineses” de Ulises, o también “Decamerón”, que son lecturas fundamentales, pero también son aquellas lecturas que necesita este personaje tan ‘Dostoyevskiano’.
A propósito de los pequeños poemas que acompañan algunas partes de tu libro, siendo tú un narrador, ¿cuál es tu relación con la poesía?
Yo empecé escribiendo poesía, allá por el 2011, 2012. Ahora, muchos relatos que aparecen en este libro, los cortos, antes fueron poemas. Y también como estamos ante la historia de Jesús, en el mismo texto están sus cuentos y poemas, los cuales –en teoría—nunca llegaron a publicarse. Porque esta es la historia de un escritor que le pone mucha pasión y tiene talento, pero muere en el anonimato, y quizás devorado por las obligaciones rutinarias.
Hablando de metaliteratura, ¿qué libros dirías que despliegan de gran forma este tipo de discurso?
“El Quijote”, claro que sí. Luego hay otro libro titulado “Prohibido entrar sin pantalones” de Juan Bonilla, que trabaja muy bien lo metaliterario. Por último, “Las mil y una noches”. Con esos tres me parece suficiente.
Aquí se dice que los peruanos no leen o no entienden lo poco que leen. Siendo profesor y escritor, ¿cómo manejas esa disyuntiva? Pareciera el caso de un hombre que hace zapatos para una población que va descalza. ¿Te preocupa esto? No sé, que los lectores se centren solo en lo ‘erótico’ del libro y minimicen lo demás…
La verdad que no. Me parezco al personaje de mi libro que le preguntan: ¿por qué escribes? Y responde ‘porque no puedo hacer otra cosa’. Uno no está pensando si van a comprar su libro, si va a ganar un premio. Yo he pasado muchísimos años sin publicar absolutamente nada. Y no me he preocupado tampoco por ir a recitales, sino que simplemente estuve escribiendo lo que me dio la gana. Porque para mí esto es una forma de refugio, de salir de lo que nos rodea.
Finalmente, ¿hay ambiente cultural en Moyobamba? ¿La situación es diametralmente distinta a Lima?
Moyobamba es una ciudad donde la cultura está muy activa. Solo por darte un ejemplo, hay un centro cultural que desarrolla exposiciones de pintura, le da espacio a la música, ballet, teatro, etc. Ahora, cuando yo vivía en Moyobamba –como le pasaba al personaje Loco Libros—me la pasaba de cuartito en cuartito, y es tanta la presencia cultural en la ciudad que siempre estuve rodeado de músico, de pintores, y me la pasaba en mis ratos libres contemplando a estos artistas. Moyobamba es una ciudad fabulosa, con clima muy amable y llena de bellos murales.