Siete años después de publicar “La luz inesperada”, Marco García Falcón (Lima, 55 años) vuelve a la novela corta, territorio que conoce y maneja con destreza, y en el cual ha podido elaborar obras del nivel de “El cielo de Capri” y “Esta casa vacía”, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura en 2018.
Ahora bajo el sello Revuelta Editores, el autor limeño presenta “Mañana te escribo”, una historia que, en un primer nivel de lectura, presenta a Mariano y Paula, un escritor y docente de escritura creativa, y una profesora de música que, viviendo a miles de kilómetros de distancia, deciden entablar una relación clandestina en la que los mensajes virtuales terminarán siéndolo todo.
Ese vínculo de amantes viéndose a hurtadillas, sin embargo, esconde aspectos mucho más profundos. El amor que trasciende más allá del sexo, la inmensa soledad de las personas (aparentemente) acompañadas, o el vínculo que logramos con nuestros hijos a través de los años, son algunos de los temas que surgen a lo largo de las casi 140 páginas que contiene esta intensa nouvelle.
En la siguiente entrevista, García Falcón responde acerca de “Mañana te escribo”, de la convicción que marca su desenvolvimiento creativo (“No escribir por moda, porque sea socialmente importante, sino porque es algo que a ti realmente te interesa”), de los rasgos de sus personajes, pero también respecto a los talleres de escritura que dicta, tan populares desde la pandemia, de su rechazo a lo políticamente correcto, entre otros temas.
–Han pasado siete años desde tu última novela. ¿Por qué no publicaste en este tiempo? ¿Ocupaciones y falta de tiempo? ¿Crisis vocacional?
Existen dos momentos muy distintos, el de la escritura y el de la publicación. Muchas veces uno presenta un libro mientras está trabajando en otro. En mi caso, lo que pasó fue que venía escribiendo prácticamente una novela corta por año, e intentaba hacerlo de un tirón en los tres meses de vacaciones que tenemos en la universidad y, la verdad es que (tenía una), pero no me convencía como para ser la que debía seguir a “La luz inesperada” (2018). Cuando uno tiene ya algunos libros debe pensar en cierta continuidad, en no repetirse, pero a la vez en ser fiel a sus propios temas. Y yo sentí que “Mañana te escribo” sí podía ser la que continuara. Considero que esta novela contribuye al corpus que vengo construyendo con mi trabajo literario.
–Un año antes de “La luz inesperada” estuvo “Esta casa vacía”, que ganó el Premio Nacional de Literatura. ¿Viendo el galardón en perspectiva, termina este siendo una mochila algo pesada?
Claro, surge una expectativa, una tensión que quizás antes no tenías. Temes defraudar y defraudarte. Y otro elemento por considerar es el de tratar de no dar un paso en falso.
–Fuera de la búsqueda de ese libro que continúe el corpus de tu obra, ¿qué fue de la vida del Marco García Falcón lector, profesor y ser humano en estos seis años?
Soy profesor ya más de 30 años. En los últimos 15 me he dedicado a dictar cursos de escritura creativa. Hice una tesis sobre “Esta casa vacía” y creo que aprendí algunas cosas que he ido compartiendo. Digamos que los temas que toco podrían considerarse autobiográficos o autoficcionales. Mis novelas tienen mucho de esto último. Ahora, ¿cuál es la diferencia? Cuando uno lee una novela hay un pacto ficcional. Al llamarla ‘novela’, debes considerar que lo que se está contando ahí no es verdad. Y, por otro lado, cuando uno escribe una memoria, una autobiografía, una carta o un diario, hay un pacto autobiográfico, una pretensión de verdad. Ahora, cuando uno escribe autoficción es un pacto ambiguo. No sabemos qué porcentaje es verdad y qué otro es ficción. Y eso es parte de un juego.
El lector, cuando lee autoficción, está tentado de asociar al personaje con el escritor, a descubrir correspondencias o sincronías que este último le da, a veces con nombres parecidos, con ocupaciones o pensamientos similares. Entonces, decimos ‘ah, no, esto le pasó al autor’. Así que, si entramos al terreno de las etiquetas, la autoficción tiene mucho de eso: ambigüedad.
–Bueno, la autoficción es algo que se cuestiona permanentemente en Perú. Aunque para algunos, incluido yo, si la pluma es buena, poco importa el género del que un autor escriba…
Creo que se puede escribir desde la más pura imaginación, si es posible, claro, porque siempre hay un sustrato de experiencia, o de una situación de lo más descarnada, y pueden salir libros buenos y malos. En la autoficción, si bien encuentras a este autor argentino que venía antes a las ferias: Luis Corbacho, también está Annie Ernaux, quien cuenta su vida en todos sus momentos, pero con gran calidad literaria. Así que, lo que pienso es que no importa de dónde parten los libros sino adónde llegan, es decir, qué haces con ese material que, tal vez, puede estar muy ligado a tu vida.

–Por todo lo que me has dicho de la búsqueda de un corpus que trace tu producción literaria, resulta difícil imaginarte escribiendo ‘la gran novela política del Perú reciente’ en 700 páginas…
Una de las novelas que escribí, a mí manera dialogaba con el tema del conflicto armado interno. Y fíjate que al final yo pienso que la novela está bien, es más, quedó finalista en un concurso, pero siento que no es mi voz la que está ahí. Así que, de poder escribir lo que planteas, claro que puedo, porque otros temas, tonos, acercamientos y formas de escritura, creo que sí los puedo abordar. No obstante, viendo lo que uno ha escrito, pues debe ser fiel a sí mismo. Eso es algo importante.
–“A lo mejor el mundo está hecho para perdernos, para alejarnos de lo que en verdad somos o queremos ser y el amor sea lo único que nos salva”. ¿Has escrito una novela eminentemente romántica?
La palabra romanticismo en literatura es algo problemática porque, digamos, funda una narrativa que de alguna manera justifica la dominación de la mujer por el hombre. Entonces, claro, hay un rechazo a la novela romántica que idealiza la relación, un amor para siempre, ‘nos complementamos’, ‘no importa que haya que sufrir…’, etc. En ese sentido, mi novela no busca ser romántica, sino más bien en el sentido de búsqueda de un ideal, de un absoluto. No es casualidad que mis personajes estén siempre vinculados a la literatura, al arte. Pienso que las personas que nos dedicamos a esto estamos buscando algo que permanezca, y ahora todo es efímero. La expresión de lo utilitario, del capitalismo, es el amor líquido, este amor tipo fast food, hecho a la medida, sin comprometerte mucho, que dure poco, etc. Así, pues, mis personajes son idealistas en ese sentido, están buscando algo trascendente y, de alguna manera, yo he querido subrayar el tema de las relaciones sexuales. En “Mañana te escribo”, un autor se relaciona con una lectora. Ambos viven en países distintos, al final se juntan y hay que ver qué pasará porque los dos están casados. Hay un atractivo sexual, evidentemente, pero no funciona. El sexo entre ellos no resulta bien. Y eso a mí me interesa porque, de alguna forma, reafirma esta cosa idealista de búsqueda absoluta que tienen en relación al amor. Otra cosa que se puede resaltar es que los artistas estamos buscando momentos de gran intensidad. A veces la vida nos parece demasiado llana o predecible, y buscamos –quizás en las obras que creamos o leamos– algo que le dé energía y combustión, y si la podemos protagonizar nosotros, pues mucho mejor.
–En ese juego que mencionas del lector imaginando cuál de los personajes que aparecen en la novela que está leyendo es o no su autor, uno identifica rápidamente algunas coincidencias tuyas con Mariano, un profesor de escritura, que viaja y dicta talleres. No pasa lo mismo con el tema de la infidelidad, salvo que seas un experto en cometer infidelidades. Pero, la duda es: ¿cómo te desprendes de tus prejuicios al momento de ir delineando a tus protagonistas?
Primero, hay una constante en lo que escribo: todos mis personajes son intelectuales, escritores, lectores o profesores. Y a mí me interesa eso por una razón particular: quizás estas personas, pueden ser muy desarrolladas intelectualmente, pero, a veces, afectivamente están por debajo de la media, incluso pueden ser muy torpes. He visto a gente muy inteligente que comete unos errores, deslices, o que incluso tiran su vida al agua, justamente porque no tienen esa inteligencia emocional tan desarrollada como su inteligencia abstracta. Por otro lado, sobre si juzgo o no, yo creo que la literatura no está para juzgar o para decirte cómo deben ser las cosas, sino para mostrar. No quiero hacer una apología ni un denuesto de la infidelidad, sino que quiero ver esa situación como un momento especial en la vida de las personas, sobre todo en este caso, por ser personas casadas, con hijos, que terminan en jaque, y ver cómo reaccionan, pero sin juzgar, sino solo mostrando. Aunque, debo decir, que en este libro tenemos la mirada de los hijos, que es un poco más comprensiva.
–Tanto Mariano como Paula viven pegados del celular, hablando con sus respectivos amantes, pese que en casa tienen casi todo. Desde pareja hasta hijos, pasando por sus respectivas ocupaciones. ¿Esto es una ratificación de que, podemos estar rodeado por mucha gente, pero a la vez sentirnos solos?
La vida de hoy nos somete a una gran interconexión, pero a la vez a una gran soledad. Estamos muy interconectados por las redes sociales, pero en realidad no hay comunicación, y estamos solos. Creo que estos personajes de mi novela se descubren solos. Viven una soledad acompañada. Sus parejas, aparentemente, tienen una relación funcional con ellos. Cada uno tiene su proyecto: Mariano debe cuidar a su hija, que tiene una condición especial, y Paula, con su esposo, trabajan en el negocio familiar. Así que, aparentemente, todo funciona bien, pero en realidad están solos, vacíos, siguen una vida rutinaria. Entonces, cuando se juntan ambos personajes, encuentran una compañía, una escucha, una libertad para hablar y mostrar sus cosas, un interés compartido, que es algo que, a veces, no tenemos (en casa), porque algunas parejas se levantan, duermen juntas, comen juntas, hacen todo juntas, pero en el fondo sus cabezas están en otro lado. Mariano y Paula descubren la complicidad, que no es lo mismo que complementarse. O sea, yo estoy bien solo, pero elijo que haya otra persona que me acompañe para pasarlo aún mejor o para lograr mis proyectos, lo que me parece es un rasgo del amor maduro.
–Las pocas veces que no está con el celular en la mano, Mariano evidencia un vínculo muy peculiar con el mar. O lo contempla al pasar cerca, o se lo imagina y se proyecta. ¿Qué le puede dar un elemento así a una persona que, a ratos, parece atormentada?
El mar puede significar muchas cosas. A veces les pregunto a mis alumnos, ¿qué sensación te da el mar? Paz, miedo, respeto, libertad, no sé. Entonces, son muchas las formas de acercarse a estos elementos más grandes, sin embargo, yo me he dado cuenta que tengo una obsesión por el cielo y por el mar. Tengo una novela titulada “El cielo de Capri”, donde aparecen el cielo y las nubes, que también están en esta novela, primero como un simbolismo, al inicio y al final. Yo siento que ambos elementos inconscientemente están ligados a la libertad. Siento que estos dos personajes se sienten encarcelados en sus relaciones, en sus compromisos familiares, y estos espacios abiertos que nos indican un poco lo infinito son una metáfora de su sed de libertad.
–Más allá de esos elementos claves, también la novela tiene otros, tal vez más pequeños. Los hoteles, la comida, el turismo, etc. ¿Cuánto significan para ti como creador estas pequeñas piezas en una novela como “Mañana te escribo”?
En algunos casos, sí (son importantes). Por ejemplo, en la novela menciono un hotel en México, que es a donde yo acudí una vez, porque cuando uno escribe toma cosas que ha vivido. Era un hotel afantasmado, falsamente moderno, con tarjeta, pero que parecía ser de hace 100 años. Entonces, uno va recogiendo ciertas cosas que te llaman la atención, por nostalgia, no sé, de alguna manera crees que lo harás más verosímil ya que lo conoces. Luego, en algunos casos, las citas de poemas, canciones o libros…

–Eso justo me lleva a las referencias. Pablo Neruda, John Williams, Hanif Kureishi, y otros son citados en la novela. Esas son claramente tus lecturas…
Sí, y creo que, además, son autores que han trabajado un poco el tema de la intimidad, y por eso pienso le viene bien a ese universo ficcional, a los problemas que tienen los personajes. De alguna manera, también es un guiño para los lectores. No sé, quién ha leído “Intimidad” o “Stoner”, porque “Stoner” de John Williams me parece una maravilla y la recomiendo totalmente. Esa novela construye una gran historia a partir de un personaje totalmente anodino. Y, salvando las distancias, eso es un poco lo que quiero hacer: no contar grandes historias, sino una épica de lo pequeño, de la vida cotidiana, de la vida común y corriente. Por otro lado, “Intimidad” de Kureishi me parece una exploración sin concesiones, sin pudor, en la intimidad masculina. Son libros que yo trabajo, que hago leer en mis talleres y que en lo personal me apasionan.
–Curiosamente, los talleres de escritura creativa son cada vez más populares. Aunque muchos sí se animan a publicar un primer libro, hay otros ‘alumnos’ que nunca lo hacen, que simplemente estudian esto para escribir y disfrutar…
La pandemia fue un detonante de esta gran masividad que han tenido los talleres. La gente descubrió que el taller te podía dar algo muy especial, que es una compañía en la lectura de un texto, y también en la lectura grupal. Y también que podías decir, a través de tus escritos, ciertas ideas o emociones, lo cual de por sí ya es satisfactorio. Ahora, en los talleres hay una constante: una persona de treinta y tantos o cuarenta y tantos, que más o menos se ha consolidado profesionalmente, y que siempre ha tenido el bichito de la escritura y lo dejó en algún lado por diversas razones. Entonces, como ahora se siente más o menos segura, busca desquitarse. A estas personas les digo: quisiera nombrar mi taller como ‘El desquite’. Ahora, como dices, para algunos leer un libro, escribir sobre cosas que quizás no habían pensado, o sentirse acompañados, es suficiente. Sin embargo, hay otros que descubren que sí están ante su verdadera vocación. Y terminan publicando libros, luego estudian una maestría en escritura creativa y, por suerte, tengo varios talleristas que han seguido ese camino y han encontrado un sentido más firme de sus vidas.
–No sé si los años en esto te hacen algo más fácil recurrir a los giros en la parte final de tus libros. En “Mañana te escribo” te vales de un epílogo, además, narrado por una tercera persona. ¿Cómo trabajas estos recursos clave en tus novelas?
Hay varios tipos de finales, pero he descubierto que, en las novelas, sobre todo en las largas, que no es mi caso, hay un doble final. Si tú analizas la mayoría de novelas de Vargas Llosa hay un doble final. Por ejemplo, “La ciudad y los perros” tiene un final donde hay el proceso judicial para saber quién es el culpable, con Gamboa que será enviado a la sierra. Y el otro final es ¿qué pasa tiempo después? Vargas Llosa le pone “epílogo”. Lo podemos encontrar también en “La casa verde” o en “La guerra del fin del mundo”. Y te podría poner ejemplo de otros autores, que hacen dos finales, uno, digamos, climático (en el momento de la trama), y otro anticlimático (posterior, con una emoción un poco distinta a la de la historia). A veces, consciente o inconscientemente, siempre he intentado poner dos finales. Y, sin spoilear mucho, pareciera que “Mañana te escribo” acaba bien, pero de pronto le doy un giro. Pienso que eso le da un pliegue más al total. Enriquece la novela.
–Hemos hablado de Mariano incapaz de concretar en la habitación con Paula, y en la página 104 dices “sentían que lo suyo era una cuestión que iba más allá del cuerpo, y que con él o sin él volverían a encontrarse todas las veces que fuera necesario siempre y cuando así lo desearan”. La idea de ir más allá del cuerpo uno lo imagina en una pareja de 70 años, pero no en una de 40. ¿Por qué esta pareja no tiene en lo íntimo el ingrediente principal de su vínculo?
Mira, es un tema amplio. Una amiga psicoterapeuta me dice que una relación donde el sexo no funciona tarde o temprano va a acabar mal. Por otro lado, he escuchado decir –y de alguna manera lo suscribo a través de la novela—que el cuerpo es una cáscara. Tú puedes estar con la persona que te atrae más, pero en algún momento dicho atractivo va a decaer, ya sea por la vejez, o porque engorde, o por alguna enfermedad, no sé. Y al final lo que queda quizás es la comunicación. Así que, en esta idea de idealizar el amor o el ‘romanticismo’, remarcar que esta pareja estaba más allá del cuerpo, de lo material, que eran como dos almas que se habían juntado.
Mira, la idea esta de la ‘media naranja’ viene de Platón. Él decía que había un mundo de las ideas y otro tangible. En el primero hay una silla, mientras que en el segundo hay varias, que son copias de la original. En el mundo ideal somos ‘bimembres’, pero cuando estamos en la tierra nos dividimos en dos, como una naranja que se parte. Entonces, esa idea de que el amor es como dos medias naranjas que se tienen que juntar es porque en otro mundo, en el ideal, han sido una sola. No estoy diciendo que sea un elogio del amor romántico, pero sí esta idea de que quizás haya almas con ese nivel de correspondencia.
–Leí una entrevista al creador de una exitosa serie de comedia en Netflix y decía que los chistes “pasaban por dos o tres revisiones” antes de quedar en una toma final. ¿Cómo sientes que va lo políticamente correcto en la literatura del último tiempo? Editoriales están reeditando clásicos cambiándole algunos términos, adaptando traducciones para no herir susceptibilidades, etc.
Creo que esa revisión no se debe hacer. Cambiar finales o quitar palabras por ser políticamente correcto me parece mal. Creo que un creador tiene dos momentos. Uno debe ser de absoluta libertad, sin censura, yo lo llamo ‘el momento la loca de la casa’. No te debe importar nada, escribe lo que tengas que escribir. Y después, hay el momento editor, que es el más racional, donde tú te pones a pensar: ¿qué pasa si a este producto (libro) lo pongo en el mundo? De hecho, va a causar alguna repercusión, y ya de alguna manera tú puedes decidir si lo vas a poner o no. Quizás tengas cierta postura sobre determinado tema y dirás: ¡me ha salido un libro racista y no voy a contribuir a eso! Pero, como te digo, eso viene en la segunda parte. Porque, en principio, un autor no debe tener ningún tipo de miramiento, debe escribir lo que necesita, lo que quiere, lo que sale de lo más profundo de él, porque –ante todo—hay que ser honesto con uno mismo.
–¿Qué traes entre manos luego de “Mañana te escribo”?
Estuve trabajando una novela protagonizada por una profesora de literatura que la jubilan ‘a la mala’. Y cuando le hacen esto, ella le hace daño al director, y al hacerlo sale en redes sociales, por lo que debe huir. A partir de ahí, su vida cambia. No puedo decir qué viene después, pero quizás el título sería “La nueva vida de la señorita…”. Me interesa un personaje femenino, que sea profesor, que son los que a mí me gustan. Y en una situación distinta, porque habrá aventura, ella tendrá que irse a otro lado, le pasarán muchas cosas, etc. Se convertirá en un personaje completamente distinto. Espero que esa novela salga bien porque hasta ahora le tengo entusiasmo.