Un trabajo que le ha tomado a Charles Walker más de una década ha tenido como resultado “Tu ausencia ha sido causa para todo esto” (Debate, 2024), un valioso ensayo que compila las cartas enviadas entre Túpac Amaru, Micaela Bastidas y Tomasa Tito Condemayta. Los dos primeros, grandes baluartes de la rebelión más grande registrada en la Hispanoamérica colonial. La tercera, un personaje fascinante, pero tal vez poco explorado hasta hoy.
El historiador estadounidense no solo presenta las misivas, escritas, enviadas y recibidas al fragor del enfrentamiento, sino que las explica y contextualiza en notas a pie de página que nos permiten entender cómo, un hombre y dos mujeres –como principales representantes de una legión de rebeldes—creyeron en un destino distinto, aunque finalmente no cumplieran su cometido.
En la siguiente entrevista, Walker –también autor de libros como “La rebelión de Túpac Amaru”, “De Túpac Amaru a Gamarra”, “Colonialismo en ruinas”, entre otros, ensaya una serie de respuestas a diversas dudas en torno a una revuelta sin parangón, que motiva estudios incluso hoy, casi 250 años después de ejecutada en sus distintas fases.
Los protagonistas, los personajes secundarios, los juicios a los ‘culpables’, los duros castigos públicos, pero, sobre todo, el autor estadounidense intenta aquí comprender los sentimientos detrás de seres humanos que sabían que, si su ambiciosa empresa no resultaba satisfactoria, no existiría una segunda oportunidad.
En un mundo donde todo es Telegram y WhatsApp, ¿qué valor dirías que han tomado las misivas dentro del estudio de nuestra historia?
Las cartas son una maravilla, son una entrada muy personal y especial a una gran diversidad de cosas. Con varias personas he conversado en torno a una preocupación sobre el futuro: ¿qué será el archivo? ¿TikTok? Pienso que no hay nada mejor para entender el contacto humano que la correspondencia. Y ha sido un placer trabajar con esto para mi último libro.
Tú ya venías detrás de estas cartas mucho tiempo atrás. No es que el interés surgió recién.
Es un tema que tengo en mente hace diez años aproximadamente. Siempre pensé ‘algún día me gustaría publicarlo’. Hasta que pude juntar las cartas y finalmente se concretó el proyecto.
¿Por qué ha sido tan complicado conseguir representaciones fidedignas de un personaje que los peruanos estudiamos desde el colegio como Micaela Bastidas? ¿Por qué no hay retratos, digamos, certeros suyos?
Son varias las razones. Los españoles taparon los retratos con pintura. Sin embargo, hay la esperanza de que se puedan encontrar (retratos) detrás de otros. Y, además, el caso de Micaela no es como el de Túpac Amaru, de quien podemos seguir su linaje por siglos hacia atrás. Es complicado. No obstante, en Cusco vi mucho interés de la gente por trabajar sobre eso, y sobre Tomasa también.
Mencionas que la correspondencia de Túpac Amaru y Micaela se extendió por cuatro meses (noviembre de 1780 y marzo de 1781). Entiendo el complejo contexto que se vivió en pleno enfrentamiento, pero, ¿quiénes son los responsables de que los documentos hayan podido llegar de un punto a otro?
Arrieros, comerciantes, o gente que escondía (las cartas) en los ‘cueros’ de las mulas. En estos primeros meses (trasladar las misivas) no era algo tan peligroso, porque iban de la base, en Pampamarca – Tungasuca, al sur, y era una zona casi totalmente controlada por los rebeldes. Luego ya las cosas se tornan muy complicadas y cuánta correspondencia se habrá perdido tras ser captada los realistas.
¿Mucha gente tenía acceso a leer estos documentos antes de llegar a su real destinatario, o se respetaba, digamos, la privacidad y confidencialidad?
Era algo supuestamente privado. Había mucho cuidado con eso. Lo mismo pasaba con los españoles. Controlar la privacidad de las cartas en un momento como el que se vivió era fundamental.
Al hablar del supuesto acercamiento romántico entre Túpac Amaru y Tomasa Tito haces referencia a la película “Túpac Amaru” de 1984. ¿Hay más producciones que aludan a este supuesto vínculo sentimental ‘paralelo’?
La película es la que mencionas se puede ver en YouTube, y se difunde mucho, pero más allá de eso no hay tantas cosas parecidas. Lo que me sorprendió de Tomasa, por ignorancia mía, es que hay una especie de ‘boom’ vinculado a ella, con grupos feministas, locales. Hay un documental sobre un supuesto culto a Tomasa. Entonces, sí existe gran interés con respecto a su figura.
¿Cuánto de este interés hacia estos personajes de nuestro pasado está representado de forma rigurosa, y cuánto tiene que ver más con elogios, sentimientos o incluso chauvinismo?
Siempre hay algo de todo. Nosotros como historiadores profesionales tenemos la labor de presentar trabajos objetivos, serios y bien investigados, pero yo siempre en mis presentaciones hablo de mi ambigüedad frente a los héroes y heroínas. No debemos construir gente idealizada. Esa no debe ser la tarea de un historiador. Sin embargo, estamos frente a tres personajes increíbles, notables, y lo son mucho más hoy en día.
Es inevitable ensayar una comparación, y cuando hablamos de la Colonia y leemos tu libro, pensamos: ¿por qué los españoles realizaron juicios, recabaron testimonios y siguieron una especie de proceso formal, y no simplemente arrestaron y ejecutaron a todos?
Leía hace unos días que el imperio español era un ‘imperio de papel’. Y es algo que resalto en el libro de Túpac Amaru. Los españoles hicieron juicios más o menos serios, o sea, sabían que iban a declararlos culpables (a los rebeldes), pero realizaron careos, se trataba de juntar fuentes, etc. No se mató de manera indiscriminada a los rebeldes, y pienso que juicios como estos son una verdadera fortuna para los historiadores.
¿Esto de seguir un proceso formal, jurídico, era algo que se repetía desde otros imperios, o era algo singular de los españoles?
Los españoles eran particularmente burocráticos. Mucho papel sellado, correspondencia que tenía cuatro o cinco copias hechas a mano, y por esta razón es que algunas se conservan pese a que (las originales) se perdieron en barcos, o tal vez un invasor las quemó. Francia tenía algo parecido, y los ingleses un poco menos. Más allá de la historia imperial, los romanos tenían su forma de contar, de llevar la contabilidad, pero los españoles en papel eran parte de un estado bastante moderno.
Ya en los juzgamientos, según muestra el libro, hay el natural reparo, retroceso, o negar responsabilidades. Decir hoy que esto califica como cobardía sería injusto y desfasado. ¿Qué llevaba a que estas personas, ya sometidas a la ‘justicia’ nieguen su participación en la rebelión?
Es lo más lógico. Creo que no tenían grandes esperanzas. Túpac Amaru no lo hace. Y no es por un tema de valor. Creo que él la tiene muy difícil. Es el dirigente conocido, mató al Corregidor, etc. Micaela dijo que no sabía nada, pero había pruebas que la sindicaban hacia todo lo contrario: ella como la mujer más fuerte, la más decisiva, quien tomaba decisiones. Así que fue natural verla negar (responsabilidades), y aunque los españoles no le creían para nada, sí buscaron presentar testigos y recolectar pruebas (en su contra).
Hoy hay pena de muerte en varios países, en Estados Unidos también. ¿La historia ha estudiado el impacto que tenían las ejecuciones públicas en una sociedad?
Hay estudios sobre lo simbólico. Está el famoso libro de Foucault (“Vigilar y castigar”), que comienza con la descripción de una brutalidad, que muchos toman como referencia al hablar de lo ocurrido con Túpac Amaru, Micaela y Tomasa. Pero, en el caso del primero, fue un ritual particularmente brutal y muy público, con la idea de confirmar que había acabado (la rebelión), pero no funcionó para nada. Sabemos que los tres personajes mantienen cierta fama, que la rebelión de ese momento no terminó. Así que la jugada tuvo el efecto contrario.
Cuando el libro menciona los enfrentamientos, se habla de los cañones como un elemento clave. ¿Es posible imaginar cuán desbalanceado estaba el bando rebelde versus el realista?
Al principio, en la famosa Batalla de Sangarará, los españoles no tenían grandes armamentos en Cusco, sin embargo, en enero llega la caballería de Lima, que tenía carpas, caballos y más armamento. Eso fue algo que los rebeldes nunca tuvieron. Y específicamente sobre los cañones, creo que fueron una especie de sueño utópico de Túpac Amaru. Eran elementos que podían llegar a ser muy poderosos. Pero los rebeldes sí tenían a su favor el ataque relámpago, la velocidad y la movilidad, características de un término que no se conocía mucho entonces: guerrilla.
Mencionas las deserciones en plena rebelión y surge la interrogante. ¿Cuántos se unían a todo esto por la gloria, por la libertad, y cuántos por beneficios económicos, por una retribución?
El beneficio económico para los rebeldes era mínimo. Se les pagaba en coca, alcohol, lo que se necesitaba para sobrevivir al frío. Lo que sí vemos es que pasa el tiempo y se empiezan a hartar. Piensan que es una cosa a corto plazo y no algo de años. Lo mismo ocurre con los realistas. Digo en mi libro, aunque no hay nombres lamentablemente, que hubo soldados realistas levados de Lima. Muchos afroperuanos, mulatos, que llegaron con cierto éxito al capturarse a Túpac Amaru, pero ya al cabo de un año siguen peleando y lo hacen descalzos, no tienen carpas, están hambrientos, y en el Altiplano, donde de vez en cuando surge un ganado, pero mayormente estos limeños pasan hambre, es decir, la pasan realmente mal.
En algún punto de tu libro las cartas de Micaela comienzan a ser mayoría. ¿Qué podemos pensar del otro lado? ¿Desinterés de Túpac Amaru, o simplemente las cartas de respuesta se perdieron en el camino?
Creo que son muchas cosas. Ella está en la base, muy activa, tiene asistentes, secretarios viéndole todo, y él está yendo pueblo por pueblo. Era muy difícil para Túpac Amaru encontrar a alguien que estuviese yendo para allá, lo cual, además, era ciertamente peligroso.
La frase ‘me has faltado a tu palabra’ retumba el libro dos o tres veces. ¿Qué crees que llevó a Micaela a soportar los momentos más difíciles, incluso en ocasiones sin respuesta de Túpac Amaru?
Se nota esa combinación de cariño, miedo y desesperación. Micaela al final dice algo como ‘a mí me pueden matar, pero son sus hijos’. Ese es el argumento más contundente para que él regrese. Pero sí nos podemos imaginar su desesperación. Yo creo que Túpac Amaru, en su correspondencia o en otras fuentes, nunca hace referencia a la posibilidad de no ganar. Y me parece que para una gran rebelión o revolución hay que tener esa confianza. No sé, pienso en Fidel Castro contra el mundo casi a comienzos de los 50s en Cuba. Sin embargo, Micaela era consciente de lo que pasaría: aquí no iba a haber ni perdón ni un pequeño castigo. Menos aún después de haber matado autoridades españolas, quemado y saqueado obrajes y haciendas. No había paso atrás. Y sobre eso le llamaba la atención a su esposo.
Mencionas el caso del Obispo del Cusco, Manuel Moscoso y Peralta. ¿Qué podemos decir del vínculo que la Rebelión buscó con la Iglesia en pleno avance?
Moscoso y Peralta es un personaje digno de una película. Es un arequipeño, obeso, acusado de estar con menores de edad, coleccionista de arte, un tipo muy culto que tiene su propia vida irónica y trágica. Pero para hablar de todo esto habría no que hablar de una sino de varias iglesias. Hay curas y otros miembros que apoyan la rebelión. La Iglesia Católica también está sufriendo mucho la presión de las reformas borbónicas, pero al final la jerarquía, el obispo, arman una gran campaña contra Túpac Amaru y Micaela Bastidas. Y esto es muy doloroso para ambos, porque hasta el final (de la primera fase) son fieles, no permiten que su gente toque las iglesias (lo cual cambia después), pero ellos son ‘buenos católicos’ y la excomulgación les dolió mucho.
Ya en la segunda fase, como mencionas, hay ya un choque frontal con la Iglesia. ¿Los efectos de esta decisión se perciben a largo plazo o las heridas ‘sanan’ rápidamente?
Podría ser en lo local. En las zonas más altas, indígenas, monolingües, el Estado no tiene mucha presencia, pero la Iglesia sí. Existen iglesias muy bellas en el trayecto de Cusco a Puno, en el sur andino. No había municipalidades, cabildos, edificios estatales sino iglesias. No hubo luego un rechazo masivo al pueblo quechuablante. No encontré eso. Creo que la población siguió siendo bastante religiosa, sin embargo, para entender bien habría que ir caso por caso.
En una de sus cartas Tomasa Tito menciona su género como una desventaja. ¿Hay estimaciones sobre la cantidad de mujeres en cargos medio – superiores de la rebelión?
Hay una segunda capa que no se ha estudiado mucho, y me encantaría que mi libro fomente eso. No era algo igualitario, pero sí había más mujeres con cargos importantes. Pienso que falta saber mucho más sobre las soldaderas, sobre las rabonas, que son las que apoyan la masa, que hacen la tarea dura, del campamento, buscar agua, leña, y también peleaban. Hay descripciones de ellas tirando cenizas a los ojos de los soldados, y robándoles armamento. Pero no hay nombres, lamentablemente. Cuesta mucho cuando no puedes nombrar a alguien. Me encantaría que a futuro surjan muchos libros sobre las mujeres y las grandes revueltas del siglo XVIII y posteriores.
¿Dirías que ese intento por valorar el rol de las mujeres en la rebelión hizo que incluyas a Tomasa como tercer personaje de tu libro?
Sí, hubo un debate al respecto, porque ella es menos conocida, pero tiene su ‘momento’. Las cartas de Tomasa son muy buenas, hablan de sus obstáculos, dificultades y retos al ser mujer. Además, es un personaje fascinante, porque ella al principio los rebeldes la tratan mal, no solo por ser mujer, sino por ser terrateniente. Era una curaca con muchos recursos, una madre criolla. Su apellido materno era español. Se trata, pues, de un personaje que tenía que estar sí o sí en mi libro.
Has dicho que muchas de estas cartas están digitalizadas y tu libro podría fácilmente motivar a que un adolescente decida ser historiador. ¿Si un chico quiere empezar la universidad, debe dar la vuelta al mundo para hallar estas cartas?
Las cartas en Sevilla no están digitalizadas. Ahí sí habría que viajar. No obstante, en Lima hay muchas fuentes. Yo presenté este libro en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco y ellos tienen el archivo departamental a 250 metros del salón principal. Existen archivos locales en todo el Perú y ahí se puede comenzar. Yo sé que tuve la suerte de poder realizar una investigación mayor, peor hay un montón de fuentes en archivos locales y otras ya digitalizadas. Aunque sobre estas últimas, lamentablemente no sirve mucho que estén en digital si el público no siempre lo sabe. Habría que difundir mucho más todo eso.
Finalmente, ¿por qué decides añadir el archivo fotográfico de Alfredo Márquez en la parte final de tu libro?
Con amigos, colegas, y el equipo de la editorial pensamos que faltaba algo visual para el texto. Sabía que Alfredo Márquez está haciendo un archivo de los sitios tupacamaristas que conocía. Conversamos, me dijo que tenía las fotos, y al final escogimos algunas. Estamos ante tres figuras muy importantes, sobre todo en el Cusco. Estamos también frente a un texto de lectura fácil. No es como leer fuentes del siglo XVI, que cuestan mucho comprender. Sobre todo, la primera parte del texto contiene cartas muy personales, pero también muy claras. Finalmente, creo que las imágenes dan una sensación de actualidad, y este es un libro realmente actual en varios sentidos.