Johann Page: «Al comprender las decisiones de los padres encuentras una paz que antes era inhallable»

El escritor y editor Johann Page (Lima, 1979) realiza su primera incursión en la novela con una historia que presenta fuertes lazos con “Patrimonio”, aquel magistral relato con el que ganó el Premio Copé de Cuento 2014.

Casi una década después de aquel hito en su carrera como escritor, Page publica “Páginas del fin del mundo” (Fondo de Cultura Económica, 2023), una ambiciosa historia que puede leerse desde distintas perspectivas.

Marcelo Cuesta es un editor, padre de familia, separado, que de un momento a otro recibe un mensaje de su padre, un antiguo imprentero del centro de Lima. Seguir este apunte lo llevará no solo a aquellos polvorientos espacios que lo fascinaron en la infancia y adolescencia, sino también al interior de un sinuoso túnel emocional, en el que repasará momentos clave de su vida.

Alternando recuerdos del especial vínculo que construyó con su padre, con la descripción de cada paso que da tras hallar esa ‘pista’, “Páginas del fin del mundo” también expone a un país sin ley ni orden, el Perú de los ochenta. Ese contexto parece propicio para la formación de una industria que –incluso hoy—nos parece desconocida, a ratos inexpugnable: la piratería editorial.

Finalmente, esta historia publicada por el FCE Perú es también un testimonio de amor y fe hacia los libros, aquellos artefactos que están a nuestro lado desde los primeros años de la educación escolar, y que muchas veces terminan siendo inclusive un refugio en los días finales.

En “Patrimonio”, cuento con el que ganaste el Premio Copé 2014, apreciábamos una especie de “arqueología emocional”, tomando recuerdos personales para mezclarlos con ficción. ¿Cuál dirías que es el vínculo entre ese relato y tu novela “Páginas del fin del mundo”?

Hay una relación germinal, es decir, la impronta de poder escarbar practicando esa arqueología emocional que mencionas, termina por descubrir muchos nexos de esa excavación, de ese descubrimiento, que tiene que tiene que ver con factores, momentos claves, fundacionales y emocionales que a mí me marcaron, y que han marcado una especie de derrotero para poder seguir explorando. Entonces, “Patrimonio” se convierte en un germen para poder indagar en esas zonas del pasado, en esas partes vivenciales que de alguna manera tuvieron rasgos fundamentales en mi crecimiento y forma de ver el mundo. A mí me parece que, de alguna manera, me sirvió como un compás, como una brújula, para poder continuar viendo qué aspectos podía yo desarrollar, seguir investigando, y entre ellos apareció, por ejemplo, el de la imprenta, algo que quizás había mencionado en el cuento, pero no explorado de una manera tan decidida. Y en este caso se convirtió en un tema fundamental para la novela, porque con todas las reverberaciones y con todos los matices que podía extraerse de ahí, pues la lección para mí fue: todos los aspectos personales, propios, que uno puede considerar descartables, tienen valor y una relevancia que a veces uno no considera tan importante, pero en ocasiones puede terminar siendo la columna vertebral de una obra.

La relación padre – hijo fue explorada, efectivamente, en dicho cuento como en la novela que hoy presentas. ¿Crees que hay algún momento de nuestras vidas en que terminamos de conocer a nuestros padres? Tienes dos hijos. Perdiste a tu papá en la pandemia. ¿En algún momento llegaste a pensar que sabías todo sobre tu papá?

Ese es un proceso inacabado, definitivamente, y más bien continuo, porque no tiene fin. Lo que pasa es que sí llegas a conocer mejor ciertos aspectos y comienzas a entender algunas decisiones. Entonces, se convierte ya no en un ajuste de cuentas sino en una gran comprensión, en un entendimiento, de cosas que en algún momento uno juzgaba, pero que luego se transforman en simples decisiones. Comprendes mejor las motivaciones detrás de las decisiones que nuestros padres toman. Al comprender las decisiones de tus padres ya dejas de juzgarlas y, a veces, sí sientes algo de compasión. Suena muy budista esto, pero me parece que dentro de esa empatía o comprensión uno termina finalmente encontrando una paz y una armonía que en algún momento era inhallable.

Disculpa si soy algo spoiler, pero casi al inicio de la novela aparece una fotografía, elemento que a su vez transita casi toda la historia. ¿Qué esconde este elemento para la trama en sí?

No creo que sea tanto un spoiler en sí, sino más bien un disparador, un gatillo. Cuando el personaje de Marcelo Cuesta, este editor de cierta edad, tiene que encargarse de la imprenta del padre, va al centro de Lima, mira, explora dentro de esa caverna que es la imprenta abandonada, llena de polvo, de facturas y papeles que dejó su papá, es en esa pesquisa donde encuentra una fotografía donde él aparece junto a su padre y su madre, pero también hay un personaje que resulta fundamental para la novela: el bibliotecario del colegio donde él estudiaba cuando era pequeño. El famoso profesor Wang. Ese personaje tiene un rol determinante no solo en la historia de esa familia sino también en la del Perú. Creo que para mí era muy importante que un elemento como este, una fotografía, actuase como una especie de pequeña granada que al volver a descubrirla termina por reventar. Son casi 20 años, o quizás más, en donde a ese explosivo se le ha sacado el seguro, pero recién detona cuando alguien vuelve a encontrarla y comienza a mirar el pasado de una manera distinta, y a entender todas las cosas que le sucedieron a esa familia a partir de ese día en particular en que se tomaron ese retrato. Eso me pareció interesante, dinámico, porque inmediatamente creaba una inquietud en el lector, y había que descubrirla. Entonces un poco la promesa investigativa, de misterio de la novela, tiene que ver con descifrar qué hay detrás de la foto, para luego comprender los roles que cada uno de los personajes tuvieron.

Aunque intercalada, la novela deja ver un recorrido de Marcelo Cuesta. Niño, adolescente, joven, hombre casado y luego separado. ¿Crees que uno se va construyendo a partir de los problemas que afrontó de chico y de la forma en cómo encaró sus crisis?

Estoy totalmente seguro de eso, al menos después de esta aventura literaria. Definitivamente uno va creciendo por etapas, como si se tratase de superar escalones. Pero para mí el reto fundamental era mostrar cómo cada uno de esos pasos de crecimiento tenían un contexto alrededor, pero sobre todo una forma determinada en la que ese chico, joven o adulto, veía el mundo en ese instante en particular. Poder mostrar cuáles eran los sentimientos que él albergaba en un inicio. Por ejemplo, entre las primeras partes de la novela, en donde el chico va con su padre a la imprenta y todo es prácticamente un paraíso idílico, maravilloso, o sea, todo le parece asombroso, llamativo, salvaje, tenaz, y su padre es como un ser casi mítico que lo puede todo, porque esa es la impresión sensible que tiene ese chico en ese momento, y que a medida que va avanzando y progresando en su desarrollo se va dando cuenta de que ese paraíso idílico no lo era tanto, y que hay algunos aspectos que él desconocía, y que comienzan a revelárseles como decepción. Y va perdiendo ese orgullo que sentía inicialmente al darse cuenta de otros aspectos que su padre manejaba en la imprenta, que comienzan a parecerle torcidos. Pienso que esa es la parte normal del crecimiento. Ciertas decepciones empiezan a aparecer, ciertas verdades comienzan a revelarse, suelen ser duras, crueles, pero es la forma en la que crecemos.

Evidentemente, la prioridad de tu novela no es profundizar en el mundo de las imprentas del cercado de Lima, ni tampoco el universo de la piratería en Perú. ¿Pudiste regresar a estos lugares en la etapa de preparación de la novela? ¿Cómo los ves hoy en perspectiva?

Es muy curioso porque para el desarrollo de la novela no pensé específicamente en analizar el fenómeno de una manera casi etnográfica o sociológica, es decir, no me puse como meta plantear las implicancias sociales, políticas y económicas del problema. Traté de mirar las cosas de forma desprejuiciada, como las miraba este muchacho. Para él no era algo ilegal/malo/delincuencial lo que estaba creándose en ese momento, porque simplemente ese era un momento –te hablo de los años ochenta—donde prácticamente no había ley. Y tú no puedes romper aquello que ignoras. Esa era un poco la premisa. Y en la reconstrucción de ese ecosistema traté de centrarme básicamente en las emociones, en las sensibilidades y en las percepciones. Pero sí, tuve que hacer un trabajo importante de volver –como parte de la investigación del libro—a esas calles, al centro de Lima, y conversar con algunas personas que en el momento en que mi padre vivía me pudo contactar, para ver los procesos, las máquinas que se usaban. Eso fue clave para poder descubrir cuáles eran las fases de todos estos elementos y cuáles eran sus usos, porque algunos yo ya los había olvidado. Y en ese volver ocurrieron muchas cosas, algunas que llegaron a mí con esas sensibilidades, y que terminaron siendo una especie de disparador, como un túnel del tiempo que me trasladó nuevamente a esa época, y ahí hay cosas a las que sigo ligado por mi labor de editor. Por supuesto que son máquinas mucho más modernas las de ahora, pero el poder reconocer el tipo de papel, los colores, las impresiones, me parece algo muy vívido en la novela y sí, me tocó hacer cierta etnografía para reconocer dichos lugares.

Johann Page es director editorial de Penguin Random House Perú. (Foto: GGM Producciones)

En una parte de la trama el protagonista, durante su etapa escolar, hace una especie de resúmenes de grandes clásicos literarios y los vende a sus compañeros de escuela. Se mencionan grandes autores inclusive. ¿Hay aquí otra reminiscencia del pasado?

Esa parte si bien está ficcionada es algo que yo hubiese pedido hacer, porque pasó en mi colegio. Recuerdo –en los ochentas, sin Internet– cuando uno lograba encontrar una película para ver el fin de semana, lo vital el día lunes era reunirse con varios amigos y contar la historia. Entonces, si uno veía “El exorcista” o “Alien”, se juntaba entre doce o quince personas, y todos estaban ahí escuchándote, como si fueras una especie de aedo griego, contando qué pasó, si salió un monstruo, etc. Eran 45 o 50 minutos de recreo y tenías a la gente pegada ahí. Esa sensación de foro de teatro griego para mí era fundamental. Y cada vez que he escrito siempre he intentado imaginar esa especie de foro. Aunque, claro, a mí me hubiese encantado que esas historias que estaban dando vueltas ahí uno pueda plasmarlas y hacerlas. Y en la novela sí lo pude desarrollar.

Claro, en una parte un personaje le dice al protagonista “ya es hora de que dejes de hacer eso y escribas tus propias historias” …

Sí, llega un momento en que uno descubre que, si bien te puedes abastecer de historias ajenas, la gran duda del escritor es si estás en la capacidad o si tienes algo propio para poder contar. Y es una constante. Yo escribí un cuento incluido en mi libro “Todo termina esta noche” que habla justamente sobre un profesor que en algún momento gana premios y te enseña a escribir, pero que está constantemente pensando: ¿y ahora qué escribo? ¿de qué hablo? ¿tengo algo para contar? ¿qué soy? Esos dramas, esas dudas, son permanentes. Y yo creo que muchos escritores se enfrentan a ellas y si no lo hacen, pues deberían hacerlo.

Has dicho que empezaste en la literatura de una forma muy académica, libresca.  Ya con varios libros y mayor experiencia, ¿cómo podrías describir la forma en que enfrentas la literatura?

Creo que esa impronta académica culminó en una fase muy temprana, en mi primer libro de relatos. Porque el segundo, “Todo termina esta noche”, ya no la tiene. Me parece que hay ahí un grado de madurez importante. Tiene que ver mucho con las lecturas, con la madurez, con ciertas inseguridades. Uno a veces se escuda en las lecturas para demostrar o cuánto sabe o cuánto ha leído. Y creo que despojarte de esas armaduras te permite entrar a una zona más honesta y reveladora para ti mismo. Eso no quiere decir que no trate de tener mis propias inquietudes. Y mis propias disquisiciones tienen que ver hoy con entender y comprender rasgos humanos, y cómo ciertas decisiones que toman en algunos personajes en momentos críticos terminan por dibujar mucho mejor a esta condición humana. Ese es el tipo de literatura que ahora me gusta, la que más leo, y sobre la que trato de trabajar. Me parece que ahí hay un tipo de conocimiento que a mí me satisface mucho. Probablemente otros lectores no la prefieran, pero para mí hoy es parte del crecimiento y del auto conocimiento.

No es difícil identificar imágenes bien trabajadas en tu novela. Pero entre tantas, una es tremenda: cuando el padre va con su hijo a que le firmen un libro. Pero el libro este era pirata, y entonces el propósito inicial de esa aventura fracasa. ¿Cómo trabajaste una escena tan potente? ¿Es clave para ti el factor de verosimilitud?

Sí, para mí es fundamental, y tiene que ver mucho con detalles y rasgos muy puntuales que construyen una escena. Esa que mencionas en particular debía tener tres elementos. El primero era un escenario creíble: un escritor y gente que hace cola para que este les firme sus libros. Luego, quien va a hacer esa cola debe tener una actitud. No solo debe estar parado, sino además nervioso. ¿Y cómo maneja la gente el nerviosismo? Sudando, moviendo las manos, o puedes tomar una actitud estoica –como pasa con el padre de Marcelo—y sentirte más que los que están haciendo cola. Y todo el tiempo está pensando ‘¿quiénes son estos seres que no se merecen una firma?’. Esa forma de presentarse ante el mundo le da un carácter. Ahí está el otro rasgo de la verosimilitud: la diferenciación. Y lo tercero es el conflicto. Estás en esa escena con un carácter, en un momento reconocible y verosímil, pero llevas un elemento que no debería estar ahí: el libro pirata. Ahí es donde el lector permanentemente piensa ‘algo malo va a pasar’. Ese es el tercer elemento de la verosimilitud, porque ya el lector te acompaña y te dice: ok, vamos a ver en qué va a resultar. Por otro lado, ¿qué hubiese ocurrido si Vargas Llosa termina firmando el libro de este hombre. Tú puedes pensar: lo firma, se lo entrega y el hombre se va con su libro firmado. Podría ser. Pero la otra solución es que el autor rechace firmar y diga que ‘no firma libros piratas’. Entonces, el momento en el que desestabilizas al lector es cuando ni siquiera llega al mismo Vargas Llosa y la misma seguridad del evento, en algo que para el padre era impensado, le dice ‘libros piratas no’. Ahí lo sacan de la fila y se le cae el libro a los pies…

Una situación absolutamente traumática…

Es algo absolutamente humillante, denigrante…

Y para el hijo porque ve que a su héroe lo paralizan en seco…

Así es. Entonces, eso que el padre había construido en el lugar idílico termina siendo un objeto de vergüenza que el hijo nota ahora y dice: es cierto, el mundo reconoce que eso que hace mi padre está mal, y todos aquí lo saben, y yo soy su hijo. Es claramente un momento muy duro, pero me parecía necesario configurar bien todos los elementos para poder avanzar en lo referente a la verosimilitud.

La primera novela del escritor Johann Page.

¿Qué tan complejo te resulta crear a tus personajes secundarios? Ellos terminan siendo una especie de decorado de la trama central. Está en la novela, por ejemplo, ‘Calidad’, un compañero del protagonista que juega con la manita doblada, como los que tienen calidad para jugar a la pelota. Luego están también los empleados de la imprenta, que primero son una especie de amigos y cómplices del protagonista en su versión de chico.

Eso es para mí también fundamental, que haya elementos verosímiles que permitan construir el escenario adecuado para que el personaje principal, sea el grande o el chico, avancen y progresen. No pueden ser personajes, como dice Mariana De Atlhaus, ‘pared’, que simplemente están ahí escuchando al protagonista. Se trata de que le respondan y le retribuyan con diálogos, con enseñanzas, con prohibiciones y revelaciones. Todo eso es muy importante. Y en el caso de su amigo ‘Calidad’, es una especie de protector, que en un momento también está orgulloso de la creación de estos pequeños libritos, y que siente que también tiene un amigo que lo protege, pero de pronto la situación se complica, se voltea. Eso es una gran desilusión para el personaje del Chico. Y en el caso de los operarios, son los que tienen el saber. Ellos saben cómo se trabaja, son la infantería del padre, sus soldados. Y son los que permiten que esta maquinaria enorme avance. Pero también tienen roles, algunos más determinantes que otros, pero sí, es parte de esto que llamas decorado. Para mí es absolutamente vital que, si escoges un espacio, ese espacio tenga una idea, y que cada uno de los elementos proporcione algo en crecimiento, desarrollo o revelación del personaje principal.

¿Coincides en que cuando un autor sale a escribir, son sus fantasmas los que salen detrás y se asoman?

Sí, me pasa mucho. Para mí el tema de la familia es recurrente. El tema de los vínculos y de las revelaciones de estos quebrantamientos personales es una constante. Para mí esta novela ha sido una gran exploración en ese sentido. No sé qué aparecerá en la siguiente, pero imagino que la impronta será muy parecida. O los cuentos de los que también estoy trabajando tienen algo de eso. Me permiten otro tipo de apertura, quizás más vinculado a los temas de las relaciones sentimentales, es decir, de pareja, lo cual es algo que me gusta mucho. Pero siempre desde ese punto de vista, que van los personajes a un momento climático y de conflicto muy puntual, que puede ser muy sutil, pero que termina por demostrar que quizás no son tan capaces de hacer algo o quizás sí. Ahí viene el truco: ¿qué somos capaces de hacer en determinadas circunstancias donde quizás nadie nos ve o juzga?

En un momento, el protagonista afronta una separación, pero se resiste a llevarse sus libros de casa, a mudar su biblioteca. Como si los libros fueran una especie de representación suya, un intento por prolongar su presencia. ¿Cómo dirías que en general está retratado el elemento del libro en tu novela?

Aquí estoy ‘rompiendo una lanza’ por el libro, por su materialidad, por el papel y la tinta, por los procesos artesanales básicos que están detrás de la confección de un artefacto como este. Un artefacto que ya Umberto Eco calificó de ‘perfecto’. Un libro es perfecto y por eso en cientos de años no ha cambiado. Pero, claro, la tecnología ha hecho que algunos de los procesos queden de lado o más bien haya una volcadura hacia otro tipo de plataformas. Yo quería, sin nostalgia y sin melancolía, contar de dónde viene mi afición a los libros, al papel, a esta materialidad, y tratar de contagiar de alguna manera a los lectores posibles de esa misma percepción. Y yo creo que es compartida, porque muchas personas que se han leído la novela me hablan específicamente acerca de eso. El libro tiene un lugar absolutamente determinante como objeto de traslado de conocimientos y de sensibilidad, y esa es la razón por la cual tenemos tantos de ellos y quien está enganchado nunca dejará de tenerlos. Y el ejemplo es la biblioteca que tienes detrás. No te da la vida para seguir leyendo, pero nunca vas a dejar de comprar libros.

Has creado un protagonista pegado a los libros, pero a la vez asmático. ¿Te sientes muy lejos de este chico que aparece en “Páginas del fin del mundo”?

En realidad, muy cerca. Ese es un rasgo que se comparte con “Patrimonio”. Ya había allí en ese cuento, cuando se le escribía al padre que tenía muchos libros y que acumulaba muchos recortes y periódicos, cuando el hijo iba a esa habitación del papá y le encantaba, hurgaba. Y, claro, eran disparadores de esta alergia que finalmente concluye en asma. Pero lo que me parece interesante es que, a pesar de que el Tánatos, la amenaza de la muerte posible, de la ausencia de oxígeno está latiendo ahí, finalmente la necesidad y la curiosidad por acercarse, ya no solamente a los libros sino también a la figura del padre, termina siendo amenazante, pero más fuerte que el mismo instinto de supervivencia. Y eso es un poco lo que nos pasa. A veces hay vínculos que pueden ser tóxicos, pero que terminan siendo necesarios para nuestra propia supervivencia. A veces nos hacen daño ciertas personas o cosas que estas hacen, pero terminamos yendo en esa dirección. ¿Por qué? No lo sé, supongo que es parte del crecimiento. Los vínculos siempre están marcados por ese tipo de contradicciones.

En la contraportada se hace énfasis en la culpa, pero yo quisiera también incluir al análisis la palabra perdón. ¿Crees que estos dos temas son claves en tu novela?

Totalmente. Estas me parecen preguntas fundamentales. A veces uno está pensando en los eventos que le ocurrieron en el pasado, y que lo han marcado, y que termina por generar una fuente de rencor importante en el corazón. Sin embargo, la gran pregunta es: ¿estás buscando que te pidan perdón? Sí. Ahora, ¿estás dispuesto a perdonar? Es la contraparte. Y a veces es la más difícil de responder, porque que te pidan perdón no depende de ti sino de la otra persona. El problema es cuando te lo piden: ¿estamos preparados para estar acá? Ese es un proceso que requiere una armonía interior muy importante. Y si extrapolas esa pregunta a un ámbito mucho más grande, la pregunta sobre el Perú también está presente. ¿Estamos dispuestos a perdonar? ¿Estamos dispuestos a acoger a quienes cometieron errores en el pasado? ¿Qué pasaría si ofrecen disculpas? ¿Qué pasa con aquellos que ya pagaron sus culpas? Creo que debe haber armonía, diálogo, y eso como fuente de un profundo debate.

Supongo que por tu labor como editor eres sumamente meticuloso. Tengo entendido que la novela iba a salir antes de la pandemia. Reviso los años en que has publicado tus libros (2004-2014-2015-2023) y no hay un esquema tipo ‘publico cada dos años’. ¿Te gustaría mantener ese perfil o, por lo contrario, tal vez reducir algo el tiempo entre libro y libro?

Soy feliz siguiendo las cosas de esta forma. Curiosamente, a pesar de ser editor, y sabiendo el esquema que converso con los autores que publicamos, en mi caso prefiero verlo de manera más libre, aleatoria, random. Y depende básicamente del momento en el que tenga algo que decir y que contar. Ahora mismo vengo trabajando unos cuentos y saldrán en un año, dos, cinco, o en el momento en que tenga que salir. En ese sentido, me siento muy tranquilo, sin presiones, pero sí siento que lo que haga debe tener algún tipo de hallazgo personal extra a lo que ya se ha hecho. Podemos hablar de los mismos temas, pero quizás la forma puede ser distinta, las exploraciones pueden ser diferentes, entonces, es cuestión de encontrar el momento exacto. Aunque ojalá que un próximo libro no tarde mucho, porque me ha gustado la posibilidad de encontrarme con amigos que no veía mucho tiempo atrás. Esa es una sensación muy bonita y gratificante.

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